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La pobreza de la discusión política

Diego Schalper
Por : Diego Schalper Consejo Superior FEUC 2008
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Sin esta dimensión noble y atractiva de la política, es lógico que los jóvenes, aún teniendo simpatía por los temas públicos, se resistan a participar de una actividad marcada por constantes peleas sin destino y zancadillas.


La bullada renuncia de Jorge Nazer y la consiguiente disputa entre RN y la UDI han sido algunas de las noticias políticas más “importantes” de las últimas semanas. Una vez más nuestras autoridades nos han sorprendido –si cabe hablar de sorpresa– al derrochar su tiempo y energías en la elaboración de atractivas cuñas e ingeniosos “argumentos” para… ¿Plantear soluciones inspiradas en sus proyectos colectivos a los problemas concretos de nuestro país? ¿Evaluar cómo superar alguna de las ciento de dificultades que enfrentan los más necesitados? En fin, ¿discurrir cómo Chile se acerca más rápida y eficazmente a niveles más altos de desarrollo, humana e integralmente considerado? No. Una vez más nos muestran que nuestra discusión pública es generalmente precaria y, más aún, cómo suelen primar los intereses personales y partidistas en el debate político chileno.

 Esto no es nuevo. Ante la cotidianidad de discusiones políticas que no van más allá del cálculo electoral y/o de analizar cómo sacar ventaja sobre el adversario de turno, es fácil comprender por qué los jóvenes no se interesan en la política partidista y  por qué la generalidad de los chilenos no confía en los partidos, tal como demuestran progresiva y  sistemáticamente diversas encuestas de opinión. No es descabellado afirmar que el desprestigio de la actividad política es una natural consecuencia de las múltiples oportunidades en que nuestras autoridades nos han desconcertado desvelándose por cuestiones tan burdas como el lucimiento o no lucimiento de sus aliados en el gobierno.

[cita]Sin esta dimensión noble y atractiva de la política, es lógico que los jóvenes, aún teniendo simpatía por los temas públicos, se resistan a participar de una actividad marcada por constantes peleas sin destino y zancadillas.[/cita]

 Tras estos sintomáticos eventos, sin embargo, subyacen aspectos más sustantivos. Por un lado, ¿qué constituye y qué diferencia entre sí a los partidos políticos, considerando que las discusiones entre ellos suelen quedarse en discrepancias formales y en cómo hacer primar el interés propio por sobre el ajeno? Por otra parte, ¿qué concepto de actividad política es el que estamos promoviendo, si ésta consiste sólo en una destemplada lucha del poder por el poder?

 Sobre lo primero, bastaría un análisis detallado de las declaraciones de principios de los partidos actuales para comprender que entre ellos, en general, no se perciben diferencias fundamentales. Y más aún, si pasamos del papel a la realidad, ¿es posible afirmar que los partidos tienen hoy en día un proyecto social, económico y cultural que ofrecerle a nuestro país? ¿O existe más bien una crisis de los principios e ideales que inspiran el actuar en política? Sin principios e ideales sólidos sólo queda un activismo sin norte claro, que es precisamente lo que pareciera verse hoy.

 Sobre el concepto de actividad política, en un contexto caracterizado por la ausencia de sueños e ideales, y cuando la competencia gira en torno a valores importantes pero no constitutivos de la sociedad, como la eficiencia o la transparencia, evidentemente no queda espacio para concebir la actividad política como el arte del buen gobierno que permite la conducción de Chile hacia un orden social que permita la plena realización de todos y cada uno de nuestros compatriotas.

¿Resultado? Sin esta dimensión noble y atractiva de la política, es lógico que los jóvenes, aún teniendo simpatía por los temas públicos, se resistan a participar de una actividad marcada por constantes peleas sin destino y zancadillas incluso entre compañeros de coalición, que poco se acercan a la verdadera tarea política de hacer el mayor bien posible a la comunidad en su conjunto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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