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Mubarak: Yo o el caos

José Marimán
Por : José Marimán Doctor en Ciencia Política.
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El Quinto Poder

Los dictadores, con esa cuota de mesianismo desbordante (siempre nos están salvando de algo), resultan patéticos a la hora de destetarse del poder. Mubarak, otro de esos opresores a quienes la historia recordara como un tiranillo al servicio de intereses que no fueron los de la mayoría de la población que rigió, decía a una semana de su separación del poder, que ya no quería seguir gobernando, que estaba cansado después de tantos años de servicio público y que no se presentaría a nuevas elecciones, pero que terminaría su mandato, porque si dejaba el poder ahora –bajo la presión de las demostraciones en su contra- sobrevendría el caos.

Sin embargo, durante su accidental mandato (accidental porque no fue elegido por voto popular para presidente sino que sucedió a un presidente asesinado y se hizo reelegir cinco veces en elecciones truculentas), jamás se puso en los zapatos de la mayoría de sus sometidos, que desempleados, hambreados, atormentados por su policía, y sobre todo privados de sus más elementales derechos políticos y humanos, lo veían a él como el caos, la incoherencia, la perturbación. En las elecciones presidenciales del 2005, acusadas de fraudulentas por observadores y en las que ganó con el 75% de las preferencias, no más de 25% de la población legitimó su régimen votando. Esto es, seis millones de votantes a su favor, en un universo electoral de 32 millones y en un país que para ese año tenía 76 millones de habitantes. En otras palabras, menos del 20% de la población con capacidad de votar manifestaba simpatías por el tirano.

Por eso vivía sus días en el poder aislado de la realidad de su pueblo, rodeado de una corte minúscula de consejeros, políticos y militares (el poder real detrás de su régimen), que le decían lo que quería escuchar, mientras se ganaban la sobrevivencia y un pasar más cómodo y privilegiado que la mayoría de la población. No pocos de ellos se hicieron ricos, y hasta el mismo Mubarak un millonario, en negocios hechos a la medida o sacando mascadas de cualquier proyecto que necesitara la aprobación del jefe, en un ambiente de corrupción e impunidad. Total en dictadura, en este caso gobernando con una constitución suspendida bajo decretos de estado de emergencia por 30 años, no hay necesidad de transparencia ni de rendición de cuentas. Y, para aquellos que insistieran en obtenerlas, el garrote-represión prevenía que osaran preguntar o cuestionar. Todo con el aval de las potencias de nuestros tiempos, que han pregonado y pregonan ser los promotores de la democracia en el mundo.

Pero todo relato tiene un fin y el fin de éste lo puso el propio pueblo egipcio, que en una ejemplar movilización pacífica, y arriesgando ser martirizados, se levantó por 18 días hasta hacer caer al porfiado opresor. La situación no daba para más y EE.UU. y sus aliados debieron entenderlo y cambiar planes. Se impuso apoyar el cambio y la administración Obama actuó en ese sentido, pidiendo escuchar al pueblo, hablando de nuevos tiempos y tratando de salvar sus intereses en la región. Aunque la coherencia en el mensaje ha tenido que ser pulida en la marcha, ya que contra los esfuerzos de Obama (suponiendo que son sinceros), su vicepresidente aseguraba en un momento que no podía llamar dictador a Mubarak, después de haber servido los intereses geopolíticos de USA.

La entrega del poder por parte de Mubarak a los militares, por el momento parece dejar contentos a todos, porque durante los 18 días pasados al no dar un respaldo sólido a Mubarak y negarse a ser usados para convertir en un ejemplar baño de sangre la protesta, se ganaron el aura de institución confiable para sacar adelante la transición a no sabemos qué, que debiera ocurrir ahora. Al menos así parecen creerlo los manifestantes, que comienzan a dejar el lugar de la protesta para volver a retomar sus vidas normales, las fuerzas políticas que se involucraron en la protesta, y las potencias que como los EE.UU. y otros países de Europa, se relajan con la noticias. Pero, ¿son los militares egipcios confiables para llevar adelante una transición hacia una convivencia más democrática en Egipto?

No tenemos como saberlo. Lo que sí sabemos es que las fuerzas armadas fueron el verdadero soporte del gobierno de Mubarak y de los dos líderes políticos que le antecedieron (también militares). Igualmente sabemos que lo ocurrido revela una propia transición al interior de las FF.AA., en que una generación de militares con formación en la Unión Soviética (Suleiman, el vicepresidente de las dos semanas nombrado por Mubarak, por ejemplo, y visto como el relevo del dictador), comienzan a ser desplazados por toda una nueva generación de oficiales formados en las academias de guerra de los Estado Unidos. Y la historia nos muestra que en esas academias no solo se estudia la guerra, sino que además de ellas han salido tantos tiranos para Latinoamérica así como innumerables torturadores.

En un país, y en un mundo árabe en que la democracia no ha sido natural, ni el respeto a los derechos humanos ni la tolerancia étnica ni a las mujeres y sus derechos, el poder en manos de los militares deja a todos con una gran incógnita acerca del futuro: ¿Llegará otro déspota al poder a enriquecerse a costa de su pueblo o será el momento en que Egipto realmente logré una democracia incluyente de todos sus ciudadanos y una sociedad civil en que el terror sea extirpado? Cual más cual menos, sabemos que no se pude juzgar intenciones, y que obras son amores. Éstas son horas de intenciones, habrá que esperar la evolución de los acontecimientos en los próximos meses y años para ver las obras y juzgar apropiadamente.

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