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¿Quién está enterrado en la tumba de Salvador Allende?

Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
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Los dos entierros de Allende y los diversos pasos para la identificación del cadáver realizados hasta hoy han tenido carácter irregular. La primera tarea del ministro Mario Carroza y de los expertos forenses debería orientarse a determinar con exactitud su identidad.


Al exhumar en el Cementerio General los restos humanos que se encuentran en el sarcófago que lleva el nombre de Salvador Allende, la primera tarea del ministro Mario Carroza y de los expertos forenses debería orientarse a determinar con exactitud su identidad. Los métodos son conocidos: análisis de ADN, examen de piezas dentales, etc.

Los dos entierros de Allende y los diversos pasos para la identificación del cadáver realizados hasta hoy han tenido carácter irregular. El 11 septiembre 1973, los militares que encabezaban el alzamiento encargaron apresuradamente un informe a la Brigada de Homicidios de Investigaciones sobre la muerte de Allende, así como una autopsia que se realizó en el Hospital Militar. Ambos procedimientos y los documentos respectivos han sido objetados por presentar diversas incongruencias. La exhumación de los restos tiene por finalidad llenar los vacíos y aclarar las dudas en cuanto a la causa directa de la muerte: ¿suicidio simple?… ¿suicidio asistido?… ¿ametrallamiento?…

En la tarde del 11 de septiembre de 1973, tres soldados y varios bomberos sacan de La Moneda un bulto cubierto por una manta veteada tejida en La Ligua, que la notaria Alina Morales había regalado a Allende para su último cumpleaños. Es el supuesto cadáver del Presidente Allende. El bulto es conducido en un camión-ambulancia del Ejército al Hospital Militar, donde los médicos de las fuerzas armadas practican la autopsia. A la mañana siguiente, la viuda Hortensia Bussi, acompañada por Eduardo Grove Allende, sobrino de Salvador, llega al Hospital con un salvoconducto otorgado por las autoridades castrenses y exige que le entreguen el cadáver. Le comunican que ha sido trasladado al aeropuerto de Los Cerrillos. Con una presencia de ánimo a toda prueba, Tencha se va al aeropuerto donde ella y su cuñada, la diputada Laura Allende, que ha acudido directamente, se abrazan al ataúd en momentos en que va a ser cargado en un DC-3 de la Fuerza Aérea. Hortensia Bussi pide ver el cadáver, pero se lo impiden: el sarcófago, según le dicen, está sellado. “Nunca sabré, o algún día, no sé, si al que enterré fue a Salvador Allende, porque no me dejaron abrir el ataúd”, dirá.

[cita] Los dos entierros de Allende y los diversos pasos para la identificación del cadáver realizados hasta hoy han tenido carácter irregular. La primera tarea del ministro Mario Carroza debería orientarse a determinar con exactitud su identidad[/cita]

Durante el vuelo, junto al ataúd van la esposa y la hermana del Presidente, Patricio Grove Allende, Eduardo Grove Allende y su hijo adolescente Jaime, ahijado del difunto, y el edecán aéreo Roberto Sánchez. Desde la base de Quinteros, el cortejo –un furgón funerario y dos automóviles– se dirige por el camino alto hacia Viña del Mar y penetra en el cementerio Santa Inés hasta el mausoleo de la familia Grove Allende. Allí esperan varios oficiales de uniforme. Hortensia Bussi saluda fríamente, Laura aprieta los labios. Tres décadas más tarde la viuda recordará: “Antes de que bajaran el cajón hice un esfuerzo de no derrumbarme. Nadie me vio llorar. Me tragué mis lágrimas, ni una sola lágrima: ‘Éstos no me van a ver llorar’, me dije.”

En ese momento Hortensia Bussi insiste en que abran el ataúd. Levantan la tapa y solo ve una sábana: “No supe si eran los pies o la cabeza”. La viuda recoge una flor, la deposita sobre el sarcófago y exclama: “Quiero que sepan que aquí estamos enterrando a Salvador Allende, Presidente de Chile, en forma anónima, porque no quieren que se sepa. Pero yo les pido a ustedes, a los sepultureros, jardineros y a todos quienes trabajan aquí que cuenten en sus casas que aquí está Salvador Allende para que nunca le falten flores.”

Diecisiete años más tarde y seis meses después de asumir la Presidencia, Patricio Aylwin dispone la realización del segundo funeral de Salvador Allende, esta vez de carácter oficial. Con ese fin, el 17 de agosto de 1990 los restos de Salvador Allende son objeto de una identificación más simbólica que real en el cementerio Santa Inés de Viña del Mar. El doctor Arturo Jirón, que había permanecido junto a Allende durante la batalla de La Moneda, penetra de noche en representación de la familia en el mausoleo de los Grove bajo la luz de faroles y linternas. La madera está podrida, el sarcófago se rompe. “Fíjese en las manos regordetas”, le había dicho Hortensia Bussi, pero Jirón solo se encuentra con huesos. En julio de 2007, Jirón declarará al autor de este artículo: “Reconocí el suéter y la chaqueta de tweed, y vi el cráneo partido: era él… Fue tétrico.” ¿Había mal olor? “No, no había mal olor.” ¿Estaba la manta de La Ligua en que lo envolvieron? “No”.

La “identificación”, por medio de la ropa, de un cadáver que había sido desnudado y autopsiado 17 años antes, aunque significativa, carece de todo valor científico. El funeral oficial, coordinado por el ministro Enrique Correa, se realiza el 4 de septiembre de 1990, fecha en que se cumplen 20 años de la elección en que Allende alcanzó la victoria. Pinochet sigue como comandante en jefe del Ejército, la situación es delicada y el gobierno, temiendo un estallido popular, quiere evitar a toda costa las manifestaciones. El féretro con los restos “reconocidos”, “exhumados” y “reducidos” rueda velozmente desde Viña del Mar a la Catedral de Santiago, donde un Presidente masón y supuestamente suicida –causas, ambas, de excomunión según el dogma vaticano– es homenajeado con una ceremonia religiosa y un responso del cardenal católico Carlos Oviedo Cavada. De ahí son trasladados al mausoleo familiar en el Cementerio General de Santiago.

En la ceremonia oficial, a la entrada del cementerio, la viuda y la familia están acompañadas por personalidades extranjeras. Abucheado por una parte de los presentes, el Presidente Aylwin proclama que se está reparando un “injusto error”. La abogada Graciela Álvarez –fallecida en abril del año en curso– que había acompañado a Allende en su primera campaña presidencial en 1952, se salta el programa y despide a su amigo Salvador junto a la tumba con un discurso encendido. Hortensia Bussi califica el funeral de “gran gesto de reconciliación”.

Desde entonces, los supuestos restos de Salvador Allende yacen en ese mausoleo, donde reciben constantes homenajes. La exhumación ordenada por el Ministro Carroza debería permitir que se confirmara definitivamente su identidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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