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VIVIMOS UNA REVOLUCIÓN CONTRA EL LUCRO

Adolfo Castillo
Por : Adolfo Castillo Director ejecutivo de la Corporación Libertades Ciudadanas
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Vivimos  inmersos en un profundo  cambio  social resultado de las movilizaciones estudiantiles que  se iniciaron  hace  más de dos  meses, proceso que  mirado  globalmente constituye  una acción  revolucionaria por cuanto pone en tensión  las instituciones  estructurantes del orden instituido  y generan movimientos  en  el conjunto de la sociedad.  Lo que  no se  nombra existe,  independiente de  su realidad  mediática.

En la cuarta  centuria antes de nuestra era,  Aristóteles había apuntado en  su obra  Política, que la  causa principal  del sentimiento que impele a la revolución,  se  debe a que “los unos, aspirantes  a la igualdad, se sublevan, si, en su opinión son iguales a otros que tienen más de lo que ellos  tienen; los  otros, aspirantes a la desigualdad y a la supremacía, se  sublevan  a su vez cuando estiman que no obstante ser desiguales, no tienen más que sus inferiores, sino  algo igual  o inferior.  Sublévense los inferiores para poder  ser  iguales, y los iguales para  poder ser superiores”,  declarándose de este  modo  el sentimiento  revolucionario. Entre los  motivos  que impulsarían la revolución, según Aristóteles, está el lucro (Libro  V, II).  Por el lucro  y el honor  son excitados  los hombres, los unos contra los otros pero no con el fin de adquirirlos para sí mismos, sino por ver que otros hombres tienen de esos bienes una mayor parte, una justa y otros injustamente. A mayor  abundamiento,  el Estagira escribió hace  mas de 2 mil  años que “cuando los hombres que están en el poder se ensoberbecen y buscan su medro,  sublévense contra ellos los demás  ciudadanos y contra  la constitución que otorga a aquéllos tal privilegio”.

Releyendo estas palabras provenientes de los  orígenes de  nuestras democracias,  no dejan de  sorprender  su resonancia  en  nuestros  días convulsos. Las intensas manifestaciones  sociales  vividas  en el país durante este año,  particularmente, las  acaecidas en contra de la  construcción  de centrales  hidroeléctricas  en Aysén,  y  las  actuales movilizaciones estudiantiles,  son expresiones de un malestar social resultante de las desigualdades  existentes en nuestra  sociedad, desigualdades  manifestadas la primera, en  la  desprolijidad  para  imponer  una política ambiental que  conlleva  un  lucrativo  negocio para las empresas  que  operan en los pasillos del poder  político,  que otorga  ventajas  enormes  frente a ciudadanos  con conciencia  medioambiental; en el segundo caso, frente a  las  desigualdades  que  genera  el lucro en la educación  como  motor del desarrollo  de las energías  individuales, generando  deudas  enormes  en estudiantes de los grupos  más  pobres de la población,  perjudicando la calidad  de la educación  y  en definitiva,  afectando el futuro  de millones de jóvenes que no  tienen  un lugar  en un orden que se  mueve  por códigos  distintos a los ideales democráticos como la igualdad.

Desde esta perspectiva, Chile  vive  una revolución ciudadana  en contra del  lucro y a favor de la igualdad. Los  sublevados del siglo XXI chileno no  son los viejos destacamentos de las revoluciones burguesas, o populares de los siglos XIX  o XX: son  los  nuevos ciudadanos  de la era de la información y la revolución tecnológica,  informados, conscientes.

La  política debe  responder a estas demandas y  actuar  pensando en la mayoría. La defensa de la desigualdad por parte de la elites en el poder, como por ejemplo  afirmar  el lucro  como  éticamente  correcto, es a lo menos  impopular, y  sólo  acentúa el  sentimiento de  agravio  en contra de las mayorías sociales  que  han resuelto  enfrentar de una vez los malestares que  provoca.  Y  cabe destacar que el lucro  se lo asocia a los abusos y a la soberbia de los  poderosos.

Aun es tiempo de  modificar  el rumbo y  avanzar  a un  cambio  institucional, sea  por la vía deliberativa o  a través de  mecanismos  consultivos o constituyentes  que  restablezcan  los equilibrios de poder  de un orden que  se instauró  como  acto  de sublevación de quienes  deseaban mantener las desigualdades.  Aristóteles  nos sigue  dando lecciones de  política.

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