Vivimos inmersos en un profundo cambio social resultado de las movilizaciones estudiantiles que se iniciaron hace más de dos meses, proceso que mirado globalmente constituye una acción revolucionaria por cuanto pone en tensión las instituciones estructurantes del orden instituido y generan movimientos en el conjunto de la sociedad. Lo que no se nombra existe, independiente de su realidad mediática.
En la cuarta centuria antes de nuestra era, Aristóteles había apuntado en su obra Política, que la causa principal del sentimiento que impele a la revolución, se debe a que “los unos, aspirantes a la igualdad, se sublevan, si, en su opinión son iguales a otros que tienen más de lo que ellos tienen; los otros, aspirantes a la desigualdad y a la supremacía, se sublevan a su vez cuando estiman que no obstante ser desiguales, no tienen más que sus inferiores, sino algo igual o inferior. Sublévense los inferiores para poder ser iguales, y los iguales para poder ser superiores”, declarándose de este modo el sentimiento revolucionario. Entre los motivos que impulsarían la revolución, según Aristóteles, está el lucro (Libro V, II). Por el lucro y el honor son excitados los hombres, los unos contra los otros pero no con el fin de adquirirlos para sí mismos, sino por ver que otros hombres tienen de esos bienes una mayor parte, una justa y otros injustamente. A mayor abundamiento, el Estagira escribió hace mas de 2 mil años que “cuando los hombres que están en el poder se ensoberbecen y buscan su medro, sublévense contra ellos los demás ciudadanos y contra la constitución que otorga a aquéllos tal privilegio”.
Releyendo estas palabras provenientes de los orígenes de nuestras democracias, no dejan de sorprender su resonancia en nuestros días convulsos. Las intensas manifestaciones sociales vividas en el país durante este año, particularmente, las acaecidas en contra de la construcción de centrales hidroeléctricas en Aysén, y las actuales movilizaciones estudiantiles, son expresiones de un malestar social resultante de las desigualdades existentes en nuestra sociedad, desigualdades manifestadas la primera, en la desprolijidad para imponer una política ambiental que conlleva un lucrativo negocio para las empresas que operan en los pasillos del poder político, que otorga ventajas enormes frente a ciudadanos con conciencia medioambiental; en el segundo caso, frente a las desigualdades que genera el lucro en la educación como motor del desarrollo de las energías individuales, generando deudas enormes en estudiantes de los grupos más pobres de la población, perjudicando la calidad de la educación y en definitiva, afectando el futuro de millones de jóvenes que no tienen un lugar en un orden que se mueve por códigos distintos a los ideales democráticos como la igualdad.
Desde esta perspectiva, Chile vive una revolución ciudadana en contra del lucro y a favor de la igualdad. Los sublevados del siglo XXI chileno no son los viejos destacamentos de las revoluciones burguesas, o populares de los siglos XIX o XX: son los nuevos ciudadanos de la era de la información y la revolución tecnológica, informados, conscientes.
La política debe responder a estas demandas y actuar pensando en la mayoría. La defensa de la desigualdad por parte de la elites en el poder, como por ejemplo afirmar el lucro como éticamente correcto, es a lo menos impopular, y sólo acentúa el sentimiento de agravio en contra de las mayorías sociales que han resuelto enfrentar de una vez los malestares que provoca. Y cabe destacar que el lucro se lo asocia a los abusos y a la soberbia de los poderosos.
Aun es tiempo de modificar el rumbo y avanzar a un cambio institucional, sea por la vía deliberativa o a través de mecanismos consultivos o constituyentes que restablezcan los equilibrios de poder de un orden que se instauró como acto de sublevación de quienes deseaban mantener las desigualdades. Aristóteles nos sigue dando lecciones de política.