Publicidad

Gonzalo Rojas y su llamado a defender la dictadura

Gonzalo Ríos
Por : Gonzalo Ríos El Quinto Poder.cl
Ver Más

El señor Rojas lo único que ha hecho hasta ahora es enconar el tejido social, negándose a aceptar el derecho de hacer justicia de los deudos de quienes sufrieron alevosa tortura, muerte y desaparición.


El señor Gonzalo Rojas, bien conocido por haberse instalado en el escenario público, de motu proprio, como un ángel redentor de la dictadura militar, hace un llamado a la Alianza para que, de una vez por todas, sus miembros reasuman su defensa, despojando a sus enemigos de toda autoridad moral y derechos reivindicativos, especialmente en este último año del gobierno de Sebastián Piñera. Y lo hace sin percatarse de que está avalando las soluciones de facto y la violencia, habida cuenta de la incontrastable ocurrencia de abusos y asesinatos que, bajo el terror del Estado, impuso la dictadura durante 17 años con el fin de instalar sin contrapeso su modelo neoliberal. Este señor no entiende que los atropellos a los derechos humanos y la falta de probidad del dictador son cuestiones que están más allá de lo admisible para una sociedad que siempre vio en sus gobernantes modelos de templanza y honradez y que, por tanto, toda su parafernalia argumental no alcanzará nunca a minimizar en la conciencia ciudadana aquellos delitos de lesa humanidad y de latrocinio con que el gobierno de Augusto Pinochet empañó una larga tradición republicana.

El señor Rojas tiene una seria desavenencia con la objetividad argumental. Sin ninguna delicadeza aduce que los políticos de su sector han pecado de comodidad y desinterés por no haber defendido como corresponde al gobierno militar; y los conmina a acudir a las fuentes históricas que explicarían el apoyo masivo que tuvo de la civilidad, cuando se alzó contra el gobierno constitucional. Lo hace enumerando sin pudor las organizaciones que estaban detrás del golpe, y enarbola el diario El Mercurio para acreditar datos objetivos. Nada dice de la intervención extranjera, implicada desde 1970 en el fracaso de la experiencia socialista de Salvador Allende. Un acto cargado de cinismo, si recordamos que el diario La Segunda, de esa misma red periodística, llamó un día a los chilenos, en primera plana y con letras de molde, a “juntar rabia”. Con todo, el profesor indica que dos días después del golpe, el día 13 de septiembre, ya se notaba la presencia masiva de la civilidad en apoyo a la intervención militar.

Lo que tampoco dice es que, efectivamente, muchos civiles se sumaron a la brutal represión que asoló a los chilenos en todos los rincones del territorio nacional. Lo hace en un intento por alterar los verdaderos sentimientos que afligían a los chilenos y chilenas que un día quisieron hacer sentir su derecho a mejorar sus condiciones de vida.

Porque ¿qué hay de la opinión de los trabajadores, profesores, académicos, estudiantes, dueñas de casa, que en las elecciones parlamentarias de marzo le dieron al gobierno el 43,6 % de adhesión, evitando que la oposición alcanzara los dos tercios que le habrían permitido acusar constitucionalmente al Presidente de la República?

Corrijamos al señor Rojas: la votación del CODE no fue “más del 60 %” como dice en su columna, muy seguro de sí mismo, sino 54,4 % y tuvo la contrapartida de ese 43,6 % de la Unidad Popular que, al igual que hoy, es un guarismo inexcusable y denotativo.

¿Y qué hay de la disidencia al interior del Partido Demócrata Cristiano, desde cuyo seno surgió el Grupo de los Trece, integrado por dirigentes que se opusieron abiertamente al golpe de Estado y que aquel mismo 11 de septiembre de 1973 firmaron una declaración contra el derrocamiento de Allende y reclamaron la pronta vuelta a la democracia?

Cómo olvidar su declaración: “los hechos que hoy lamentamos señalan que sólo en libertad, sustentada por la mayoría del pueblo y no por minorías excluyentes, se puede aspirar a la transformación humanista y democrática de Chile que constituye nuestra meta y fortalece nuestra voluntad”.

Este selecto grupo de opositores al gobierno de Allende, que desde el fondo de la historia crece en la admiración de los chilenos de hoy, estuvo formado (imposible no nombrarlos a todos) por Bernardo Leighton (más tarde víctima de un atentado a manos de la DINA junto a su esposa en Italia), José Ignacio Palma, Renán Fuentealba, Claudio Huepe, Andrés Aylwin, Mariano Ruiz-Esquide, Belisario Velasco, Ignacio Balbontín, Jorge Cash, Jorge Donoso, Florencio Ceballos y Fernando Sanhueza.

¿Y qué de aquellos miembros preclaros de la Iglesia Católica que, más pronto que tarde, se la jugaron por la defensa de los derechos humanos de los chilenos? Basta recordar las primeras acciones de la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana en el Comité Pro Paz de la calle Erasmo Escala, acudiendo en ayuda de los perseguidos; antes de que Monseñor Silva Henríquez organizara en 1975 la Vicaría de la Solidaridad.

Entonces, ¿dónde está esa abrumadora mayoría de la que habla el profesor?

Gracias al señor Rojas nos quedamos con unas fuentes de burda parcialidad para glorificar y masificar el apoyo a un golpe de Estado que devino en tragedia para miles y miles de compatriotas.

La lectura distraída de este profesor asegura división y desencuentro para muchos años. Sólo una mirada humanista sobre el error, pero severa con el crimen, podrá en el futuro garantizar el entendimiento entre los chilenos. El señor Rojas lo único que ha hecho hasta ahora es enconar el tejido social, negándose a aceptar el derecho de hacer justicia de los deudos de quienes sufrieron alevosa tortura, muerte y desaparición. Socava, además, el principio del equilibrio histórico, que se basa en la armónica y limpia confrontación de los contrarios bajo el prisma de historiadores desapasionados y objetivos. Cuando sus seguidores lo admitan, y cuando se silencien los últimos destellos de cinismo, recién  el país podrá decir que ha alcanzado la tan anhelada paz de los espíritus.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

Publicidad

Tendencias