Las élites, quienes usan la producción intelectual para interpretar la realidad y generar discursos, se ven carentes de ideas innovadoras en el plano de lo simbólico y han recurrido durante los últimos años a reemplazar los relatos por una racionalidad técnica “de lo posible”. Y la ciudadanía absorbe esta sensación de que la democracia es sólo el sistema donde “lo posible” es lo que determinan las élites y sus técnicos.
Existen al menos dos interpretaciones hegemónicas del Chile post-Pinochet. La primera se relaciona con el éxito de un modelo, con la estabilidad democrática, con el crecimiento económico, el consumo y la movilidad social. La segunda es la de la frustración, del Chile que no fue, de la alegría que no llegó, del malestar, de la inconformidad. En pocas palabras, del fracaso del modelo.
A pesar de la serie de intentos de sectores sociales, políticos e intelectuales de aportar con críticas y reflexiones sobre cómo se estaba administrando y aplicando el modelo, el relato del “Chile exitoso” se acentuó durante veinte años de gobiernos de la Concertación. Sin embargo, tras el fin del ciclo político de gobiernos concertacionistas y el triunfo de la coalición por el cambio, se ha logrado posicionar con claridad un segundo relato.
Los diferentes movimientos sociales, grupos de presión y ciudadanía organizada han puesto en jaque la certidumbre instalada en los noventa acerca de la viabilidad de avanzar “en la medida de lo posible”, arrastrando la herencia autoritaria arraigada en las instituciones políticas y en el modelo de desarrollo.
[cita]Las élites, quienes usan la producción intelectual para interpretar la realidad y generar discursos, se ven carentes de ideas innovadoras en el plano de lo simbólico y han recurrido durante los últimos años a reemplazar los relatos por una racionalidad técnica “de lo posible”. Y la ciudadanía absorbe esta sensación de que la democracia es sólo el sistema donde “lo posible” es lo que determinan las élites y sus técnicos.[/cita]
Se ha producido un desacople, entre el imaginario del Chile de la élite y el Chile imaginado desde la ciudadanía. Este quiebre se expresa en el descrédito de las instituciones democráticas, los partidos e incluso las instituciones religiosas (que muchas veces sirvieron como “aspirina” a los dolores sociales). La ciudadanía no se siente interpretada por el Chile exitoso y de las oportunidades.
Muestra de este síntoma, es la ridiculización de la campaña de Golborne en las redes sociales. Esta pieza audiovisual es la expresión más clara del imaginario del país de la Coalición por el Cambio: un Chile donde un “hijo de ferretero” puede llegar a ser Presidente de la República, por haber logrado superar su condición social.
En los últimos treinta años la ciudadanía no ha logrado superar el malestar identitario que algunos intelectuales ya preveían a fines de siglo pasado (por ejemplo, Informe de Desarrollo Humano del PNUD, en el año 1998). Ahora, la sociedad civil chilena se siente doblemente decepcionada. Primero, por las promesas incumplidas: “La alegría que viene”, “Crecer con igualdad”, “Nueva forma de gobernar”.
Con todo, los datos presentan a Chile como uno de los países con mayor tasa de alcoholismo (Solimano, 2006) y ocupa el segundo lugar entre los países de la OCDE en que más ha aumentado la tasa de suicidios en los últimos quince años. Somos unos de los más desiguales de América Latina (OCDE, 2011), y la “nueva forma de gobernar” tiene niveles de aprobación por el suelo, además de la constante inestabilidad política de sus gabinetes (CEP, 2012). Esto se suma a la incapacidad de las élites de interpretar este malestar y proponer un nuevo relato socio-político que otorgue sentido a proyectos políticos construidos desde la sociedad civil.
Los partidos políticos —nuevos y antiguos— no han logrado integrar este imaginario de crisis en su accionar, y en vez de intentar forjar vínculo entre instituciones y ciudadanía, han generado un ambiente del tipo “todo seguirá igual”.
Para la mayoría de la élite, ésta situación se solucionaría con la llegada de personajes públicos con altos niveles de popularidad, los cuales podrían movilizar a una gran cantidad de electores a las urnas y así ganar eventualmente la próxima elección presidencial. Sin embargo, el devenir del gobierno de Piñera nos ha dejado una enseñanza: para gobernar, primero se debe tener claro cuál es el Chile que queremos y cuáles son las herramientas para caminar hacia ese objetivo.
Los relatos sociopolíticos han generado históricamente pertenencia, identificación y vínculo entre los intelectuales, la sociedad civil y la clase política. Sin embargo, el auge de lo técnico sobre lo político, la racionalidad medios-fines aplicada sobre el debate y la disminución notoria de proyectos de largo aliento (los que han ido desplazándose a instituciones académicas) han devenido en un corte del cordón umbilical clásico entre intelectuales, política y sociedad civil.
La estrategia de avanzar en la medida de lo posible, sin un espacio que genere dialogo entre intelectuales, élites y la sociedad civil, transforma los ejes programáticos, las políticas públicas y los planes de desarrollo estratégico, en mera aplicación de fórmulas que respaldan la toma de decisiones. Tal como este gobierno lo había planteado: “La política basada en evidencias”.
La carencia de estos relatos genera sensación de incertidumbre y frustración constante. Por un lado, los intelectuales —que son históricamente quienes piensan y producen interpretaciones de los fenómenos sociales— han sido limitados en su capacidad de permear a las élites de significados y visiones de mundo. Las élites, quienes usan la producción intelectual para interpretar la realidad y generar discursos, se ven carentes de ideas innovadoras en el plano de lo simbólico y han recurrido durante los últimos años a reemplazar los relatos por una racionalidad técnica “de lo posible”. Y la ciudadanía absorbe esta sensación de que la democracia es sólo el sistema donde “lo posible” es lo que determinan las élites y sus técnicos.
De ahí la importancia de que los partidos y movimientos políticos dediquen esfuerzos a la construcción y difusión de relatos que doten de sentido a su accionar político, como mapas cognitivos que interpreten las subjetividades de los chilenos y que, por otro lado, logren modelar las racionalidades técnicas para la consecución de objetivos políticos de largo plazo.