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Hugo Chávez: un nuevo mito latinoamericano


Como el paradigmático dictador de García Márquez en El otoño del patriarca, en sus últimos meses Hugo Chávez fue una suerte de «monarca cautivo», alguien cuya presencia se hacía más visible mientras más se prolongaba su ausencia. Ya sin fuerzas para la vida, el pueblo inició su proceso de mitificación, y el gobierno del vicepresidente Nicolás Maduro, montado sobre esa ausencia dolorosa, manejando con astucia la información, fue asumiendo las riendas del poder de un modo tan incontestable que hoy ya no hay mención alguna de Diosdado Cabello (apenas un par de meses atrás un posible candidato a la sucesión). La muerte de Chávez este martes ha sacudido a sus feligreses y a los herejes a su prédica: el dolor es evidente en los rostros de los seguidores, los periódicos publican suplementos especiales, gobiernos afines al venezolano se adhieren al duelo de una semana, y hay quien habla en tono bíblico de «la pasión» de Hugo Chávez. Más allá del apoyo o el rechazo, con la muerte del líder se inicia un nuevo mito latinoamericano.

Hugo Chávez construyó su liderazgo continental a partir de gestos grandilocuentes y un carisma innegable al servicio de su identificación con los sectores populares. A partir de su primera y fallida intentona golpista (1992), puso en jaque a la tradicional élite política del país, corrupta y sin una visión a largo plazo que pudiera articular un modelo más igualitario de país. Asumido como socialista en un tiempo en que las grandes ideologías estaban supuestamente de salida, logró llegar al poder en 1999 gracias a una retórica polarizadora, que ofrecía soluciones salvíficas y se enfrentaba sin cesar a enemigos internos (las clases acomodadas, ciertos sectores medios que él llamaba «pitiyanquis») y externos (el imperialismo norteamericano). Legitimó su influencia creándose una genealogía mesiánica en la que se veía como descendiente de Bolívar; su «revolución bolivariana» tuvo la bendición simbólica del anciano guerrero (Fidel Castro), y logró atraer, a partir del apoyo económico y una comunión de causas afines, a su esfera de influencia a países como Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

La herencia concreta de Chávez es ambigua. En el plano económico, a base de nacionalizaciones y expropiaciones, el régimen chavista hizo que el aparato estatal creciera de manera desmesurada y espantó a muchas empresas del sector privado (como suele ocurrir, hubo también quienes se beneficiaron de las concesiones estatales, y apareció una nueva oligarquía a la sombra del chavismo). Aumentó la inflación, pero las continuas inversiones en diversos proyectos asistencialistas y de infraestructura, hicieron que, como escribiera el periodista Jon Lee Anderson, los más pobres se encuentren hoy «marginalmente mejor». Lo que no ha mejorado es la seguridad; Venezuela sigue siendo un país extremadamente violento.

Los sectores populares han hecho suya la revolución de Chávez y si bien quisieran una distribución más equitativa de la riqueza -los avances no son suficientes–, también saben que el Comandante les ha dado una identidad; olvidados por gobiernos anteriores, son ellos quienes prometen continuar la lucha y repiten con vehemencia que la oposición al régimen no pasará. Esa oposición parecía haber aprendido en los últimos años a capitalizar el descontento entre los sectores amenazados por Chávez, pero en el largo período de la enfermedad y el duelo se ha visto superada, sin capacidad de reacción, como si no supiera qué hacer ante la efigie doliente (vestirse de duelo, celebrar la fiesta, prepararse para la larga lucha).

Si hace algunos meses se veía impensable un chavismo sin Chávez y parecía que se repetiría la vieja historia latinoamericana del proyecto populista que se disolvía a la muerte del caudillo, hoy todo indica que Nicolás Maduro, «encaramado en el duelo» -las palabras son del periodista colombiano Sinar Alvarado–, tiene el apoyo suficiente para continuar profundizando la revolución. Faltará la personalidad omnímoda de Chávez, pero no su vigencia. Hay un antes y un después del Comandante.

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