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El dolor de Chile: re-ensamblando lo emocional

Hernán Dinamarca
Por : Hernán Dinamarca Dr. en Comunicaciones y experto en sustentabilidad Director de Genau Green, Conservación.
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Quiero radicalizar algunas ideas ya antes escritas respecto al desafío de la sustentabilidad emocional: en nuestro amado país es imprescindible un activismo político re-evolucionario de alfabetización afectiva. Es más, esa acción política en pos de la sustentabilidad emocional será condición para la acción política capaz de superar los expansivos conflictos que desafían a la sustentabilidad socio-ambiental, así como superar la profunda crisis de representación democrática.


Duele el país. Al tenor del habla en las redes sociales, conversaciones y la lectura del día a día, duele un mal vivir en la emoción de la desconfianza, el miedo y el resentimiento. Y usamos el singular (emoción), porque las tres tesituras están implicadas. No hablaremos aquí de sus bases estructurales. Por ejemplo, de estar entre los top del mundo en desigualdad social. De la mala salud y la mala educación. De la especulación con el dinero de otros que hacen los administradores de las AFP, que cuando ganan, más ganan ellos, y cuando pierden, lo hacen las personas que obtuvieron su dinero con sudor y lágrimas.

De la contaminación de los ecosistemas. De los abusos pautados por la avaricia que linda con la insania de los dueños de la Pulpería Chile (insania: léase “falta de un buen juicio”, según la RAE, y cómo llamar, si no así, a los dichos de un indignado banquero, Awad, reactivo ante los límites a sus unilaterales cobros). Ni tampoco hablaremos de los políticos “profesionales” ensimismados en sus haberes, casi en una defensa corporativa ante la amenaza que creen ver en quienes promueven una asamblea constituyente y el término del sistema binominal (eso de la defensa de su rol —que es su propio miedo y desconfianza—, lo he escuchado en boca de conspicuos políticos). Esos signos, entre otros, alimentan la atmósfera emocional en que hoy moramos; pero, el punto es que de persistir tal estado de ánimo lo más probable será que no resolvamos ni uno ni otro de esos desafíos estructurales, incapaces de vivir en un diálogo social y político en el respeto democrático.

[cita]Quiero radicalizar algunas ideas ya antes escritas respecto al desafío de la sustentabilidad emocional: en nuestro amado país es imprescindible un activismo político re-evolucionario de alfabetización afectiva. Es más, esa acción política en pos de la sustentabilidad emocional será condición para la acción política capaz de superar los expansivos conflictos que desafían a la sustentabilidad socio-ambiental, así como superar la profunda crisis de representación democrática.[/cita]

La desconfianza a priori nunca ha construido vínculos. Es la principal fuente inhibidora del diálogo social inspirado en la legitimidad del otro. Es un prejuicio que impone dejar de escuchar y de observar, que atenta contra la escucha activa. Y este prejuicio puede dañar por igual a empresarios, gestores de gobiernos, políticos y ciudadanos. Estudios nacionales e internacionales indican que nuestra desconfianza es una de las más altas del mundo: 7 u 8 personas de cada 10 expresan sospecha hacia el otro, sea personal o institucional, a diferencia de 2 ó 3 personas en los países a los cuales querríamos emular.

El resentimiento y el miedo hacen lo propio en las relaciones interpersonales y en el debate político y social. A la violencia en el habla (he ahí los programas de farándula y “serios” entrevistadores y políticos de variopintos colores), agregamos ahora la ausencia de mesura histórica en algunos análisis de la coyuntura, que solo están generando miedo vía anunciar eventuales nubarrones. Veamos solo dos muestras.

Con su acostumbrado “oportunismo reflexivo”, el sociólogo Fernando Villegas hace unas semanas agitó la “tesis” que en el país hoy se presentan las condiciones de una situación revolucionaria. Dijo: “Una proporción abrumadora de la población chilena entre los 15 y 30 años aproximadamente tiene cero apego al modelo, considera necesario modificarlo radicalmente o lisa y llanamente destruirlo…”. Luego agregaba que hoy estarían deslegitimados “todos los componentes esenciales del sistema de ideas y valores que sostiene el actual orden social: el lucro, el éxito medido por el dinero y la posición social, el deterioro en credibilidad de su principal confesión religiosa, el virtual desmoronamiento en la fe pública de instituciones vitales como las de la política y la justicia, el rechazo a los sistemas de salud y previsionales, al sistema educacional, a las tradiciones valóricas relativas al sexo y al género, a las normas de comportamiento cotidiano… La palabra ‘revolución’ —o etapa prerrevolucionaria, si lo prefieren— puede ser innombrable, pero no parece haber otra que se ajuste mejor a lo que se siente, se huele y se ve en el aire” (El Mostrador, 24 de abril).

Junto a la iracundia, el opinólogo —de cuidada melena tipo antiguo casco militar— también alertaba y se mofaba de aquéllos en el poder que se niegan a ver estos signos, confundiéndolos con movilizaciones juveniles o un mero cansancio ante los abusos. Ahora, vale preguntarse cuánto del discurso de Villegas buscaba especialmente generar miedo con el fin de construir realidades. Pues él, en su estilo, solo repetía lo que otros lúcidos analistas han venido desde hace rato argumentando; claro que lo han hecho sin enarbolar la palabra tabú ni menos evocando el ya añoso trauma del 73, que, a cuarenta años, aún es causa de resentimientos y desconfianzas.

En la misma tecla del miedo, aunque animado por otras intenciones, el periodista deportivo Juan Cristóbal Guarello, en una difundida columna, sentenció que el “principal fantasma del empresario chileno es bien concreto: la Unidad Popular… quienes acumulan riqueza y medios de producción tienen sobradas razones para recordar con espanto los tres años de Salvador Allende en el poder…”. A renglón seguido, cuestionaba la actual “ceguera y ausencia de reflexión entre los empresarios”, incapaces de ver en la ciudadanía movilizada solo la intención de limitar los abusos y así atenuar su propio miedo de llegar a fin de mes. Por eso, Guarello les interpela: “Si continúan en esa posición, en cualquier momento el eje de la discusión va a pasar al siguiente escalón (la concentración económica) y después al escalón que viene (la propiedad de los medios de producción). Y cuando tengan a un millón de personas en las calles exigiendo expropiaciones, como salieron un millón a pedir educación de calidad, ahí van a tener para llorar con razón y ganas” (Publimetro, 16 de mayo).

Antes escribimos que hay ausencia de mesura histórica en estos análisis, pues carecen de la perspectiva que nos muestra que el mundo actual no es el mismo de hace cuarenta años, cuando vivíamos atrapados en una lógica bipolar y del conflicto social excluyente, en Guerra Fría. En tanto hoy asistimos a nuevos desafíos de sustentabilidad o continuidad intergeneracional, que nos interpelan a todos, por lo que han emergido sensibilidades y líderes inspirados por otro ánimo y razón relacional (tema, por cierto, de otra columna).

Y el resentimiento, cuánto daña. A la luz del rol de las emociones en el vivir, sabemos empíricamente que las emociones encarnan en los cuerpos y marcan los modos de vida. En ese sentido, a los individuos el resentimiento los enferma y ciega, a las comunidades las puede empujar a destructivas guerras y las organizaciones, cuando son invadidas por dicha emoción, minan su potencial.

El Premio Nacional de Ciencias (2000), Humberto Maturana, junto a otros actores, desde hace décadas vienen reiterando que, en última instancia, son las emociones en el convivir las que hacen nuestro mundo. Luego, debería dolernos la pregunta: ¿hacia dónde podría caminar Chile de continuar abrumado por la emoción del miedo, la desconfianza y el resentimiento.

Ante tamañas piedras en el camino, quiero radicalizar algunas ideas ya antes escritas respecto al desafío de la sustentabilidad emocional: en nuestro amado país es imprescindible un activismo político re-evolucionario de alfabetización afectiva. Es más, esa acción política en pos de la sustentabilidad emocional será condición para la acción política capaz de superar los expansivos conflictos que desafían a la sustentabilidad socio-ambiental, así como superar la profunda crisis de representación democrática. Promover desde todos los niveles de gobierno, en las empresas y en las organizaciones ciudadanas, el entrenamiento en el respeto hacia el otro humano y el otro ser vivo, conversaciones sinceras, terapias públicas y colectivas, nuevos estilos de liderazgo participativos y la colaboración; hoy por hoy resulta una inversión social imprescindible. Tal semilla es nuestra única esperanza de incubar relaciones interpersonales capaces de sustentar una acción política democrática, orientada a transformar las bases estructurales que hoy generan diversas injusticias sociales y la contaminación a los ecosistemas.

Con el título queríamos destacar la importancia de un  re-ensamblaje emocional como un antídoto para el dolor de Chile. Es decir, la necesidad de inhibir la desconfianza, el resentimiento y el miedo y, a contracorriente, educar en un convivir en el diálogo social sobre la base del respeto interpersonal e interinstitucional. Un re-unir emocional que es condición y sinergia positiva para la acción política ciudadana, cuyo juego democrático integral siempre ha sido sinónimo de una inteligente articulación entre la movilización y acción social directa y la participación responsable en los procesos electorales que construyen representación, más la constante fiscalización de los representantes electos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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