Se libra en Chile una colosal contienda de una larga confrontación iniciada en los inicios del siglo veinte, que inclusive hunde sus raíces en los orígenes de la república, la cual no es otra que la disputa entre mayorías y minorías, entre elites oligárquicas y mayorías sociales, entre custodios del orden de privilegios y partidarios de la emancipación social y nacional.
En el contexto del debate que está teniendo lugar sobre la recomposición de alianzas políticas de la posdictadura bajo un gobierno de las elites dominantes, cabe precisar y distinguir qué es simple retórica y qué constituye lo emergente del aparente reacomodo de fuerzas.
Una primera afirmación: desde los orígenes de la república, las agrupaciones “partidarias” o corrientes políticas que han diseñado, reformado y utilizado el Estado, la gran mayoría sino todas han sido expresiones colonizadas doctrinariamente por credos políticos eurocéntricos en sus diversa variantes, pasando, desde luego por la forma norteamericana. O son facciones afrancesadas, americanizadas, rusificadas, entre otras. Esta colonización que ha inspirado la acción política de quienes han buscado representar a la sociedad, los ha transformado en partidos subalternos y seguidores de opciones doctrinarias que poco o nada han tenido que ver con las realidades sociales de las mayorías sociales latinoamericanas.
Segundo: el siglo veinte marcó una inflexión en la búsqueda de la inclusión de las clases sociales emergentes en el capitalismo naciente y se rompe el desequilibrio hacendal irrumpiendo las clases populares a través de formas orgánicas que buscan representar al soberano excluido en el orgánico modo no oligárquico.
Tercero: La restauración conservadora del orden oligárquico, en 1973, que retrotrajo a Chile al siglo diecinueve, en términos de las condiciones impuestas a los vencidos, ha generado un cuadro crítico que hoy se expresa en la subjetividad como crisis en la política, y que reinicia un nuevo ciclo o proceso instituyente.
Cuarto: Lo que aparecía como una verdad cierta o políticamente correcto ya no lo es. La propia dinámica del modelo operativo constitucional y los efectos del orden electoral, han creado las condiciones para la centrifugación del centro político, que se ve ante la disyuntiva de optar por posicionarse en las facciones de la derecha oligárquica – léase Alianza, o en la derecha reformista – léase Concertación- o girar a la opción de izquierda.
Quinto: El cuadro político está polarizado entre partidos colonizados, por un lado, y opciones que se inscriben en los actuales procesos de globalización latinoamericana afincados en respeto a las mayorías sociales, los derechos humanos, la interculturalidad, y la democracia del soberano, es decir el pueblo real, no el constitucional.
Ciertamente que estamos en los inicios de esa transformación. De los entendimientos políticos que se alcancen la promesa de una nueva independencia será posible y el tránsito a la descolonización partidista tan necesaria estará más cerca.
Los partidos de las grandes empresas y transnacionales, como Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente, saben que su arraigo es cada día más precario y se niegan a perder posiciones de privilegio. Los partidos de la Concertación, tras su paso por la estatalización, son parte del orden modélico y potenciales reformadores.
Luego del 30 de junio, cuando queden en la contienda electoral Michelle Bachelet, Pablo Longueira, Marco Enríquez-Ominami y Marcel Claude, entre los principales exponentes de las fuerzas de lo nuevo y lo viejo, afloraran los fantasmas, a la vez que se estará en los inicios del proceso de descolonización partidaria.