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El ‘no debate’ y la ‘cultura de la no confrontación’

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Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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Renunciar a la confrontación es, en definitiva, renunciar a la razón; desconfiar de su posibilidad humanizar la lucha y de sacarla del ámbito del mero canibalismo.


Es evidente que la estrategia de la Alianza apuntó a dar señales de unidad. De otra forma no se explica que dos políticos, inclinados por naturaleza propia a la confrontación, no tuvieran puntos de disenso en el debate del jueves pasado.

Los resultados de esa estrategia fueron —qué duda cabe— soporíferos; pero hay que reconocer que tuvo el mérito permitir que la derecha se mostrara, contra lo que ha sido su tradición, disciplinada y unida.

Todo el mundo sabe, por lo demás, que los debates pueden ser decisivos; pero mucho más por los errores que se cometen que por los aciertos que se puedan tener. En ese sentido, el debate de la Alianza fue todo un éxito porque en él no ocurrió ¡nada!

[cita]Renunciar a la confrontación es, en definitiva, renunciar a la razón; desconfiar de su posibilidad humanizar la lucha y de sacarla del ámbito del mero canibalismo.[/cita]

Poco sentido tendría, sin embargo, comentar un episodio cuyos efectos prácticos en vistas a la primaria fueron nulos, si no fuera porque ese episodio permite analizar lo que un amigo mío llama la ‘cultura de la no confrontación’.

Porque el conflicto es parte constitutiva de las relaciones humanas; y la paz que se deriva de rehuirlo a toda cosa es una paz artificial y, en esa misma medida, efímera. Ahí donde no hay roce, dificultad (e incluso pelea), no hay vida.

No se trata de legitimar la violencia o el ataque artero. Aristóteles decía que “cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.

Mis expectativas para el debate eran ésas: presenciar una confrontación con la agresividad propia de una actividad de ese tipo; y, a la vez, con la agresividad justa. Expectativas que claramente fueron defraudadas por una puesta en escena insulsa y profundamente aburrida.

La confrontación es condición sine qua non de cualquier relación sana. No hay otra forma de llegar a acuerdos genuinos y permanentes en el tiempo; ni otro camino para aceptar que los desacuerdos también existen y son naturales dentro de un vínculo normal.

Renunciar a la confrontación no es, como parece, apostar a la unión; sino dar por perdida, de antemano, la posibilidad de entenderse de verdad o de asumir las diferencias, si es que ellas no se pudieran superar.

Renunciar a la confrontación es, en definitiva, renunciar a la razón; desconfiar de su posibilidad humanizar la lucha y de sacarla del ámbito del mero canibalismo.

La estrategia de la Alianza para el debate desactivó, probablemente, los riesgos más graves que se corrían ese día. Por una parte, el de ser acusada de no ofrecer garantías mínimas de gobernabilidad. Pero privó también a sus candidatos y al conglomerado de ofrecer un espectáculo de categoría.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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