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Sí, la educación no es un derecho Opinión

Sí, la educación no es un derecho

Javier Núñez
Por : Javier Núñez Profesor de Estado en Filosofía. Candidato a Doctor en Ciencias de la Educación Université de Toulouse.
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Analizar y responder esta columna me resulta necesario, en la medida en que ésta explicita la racionalidad y la ideología que, generalmente, subyace en los discursos que defienden la educación como un bien ante toda otra forma de comprenderla e interpretarla. El joven Kaiser reafirma esta postura (lo que me parece, dicho sea de paso, el único mérito de su texto), en contaste con algunos políticos, quienes piensan exactamente igual pero que disfrazan estas creencias tras una retórica progresista.


Polémica ha causado la columna de opinión publicada en El Mercurio por el joven Axel Kaiser. Algunos han apoyado sus dichos, otros se han escandalizado. Entre los enardecidos aparecen básicamente tres razones de indignación: la primera, por el contenido mismo de las declaraciones; la segunda, por el hecho del nivel de estudios del autor (candidato a doctor en filosofía por la ilustre Universidad de Heidelberg, Alemania); y, la tercera, por la juventud del mismo. La primera será objeto de discusión, la segunda no será mencionada (puesto que soy un convencido de que los diplomas y medallas no son, sino en raros casos, el reflejo de la potencia intelectual de los laureados), mientras que la tercera razón es la motivación para escribir: la juventud, espiritual o etaria, como posibilidad de aprender y de abrirse al otro, de entrar en diálogo.

Analizar y responder esta columna me resulta necesario, en la medida en que ésta explicita la racionalidad y la ideología que, generalmente, subyace en los discursos que defienden la educación como un bien ante toda otra forma de comprenderla e interpretarla. El joven Kaiser reafirma esta postura (lo que me parece, dicho sea de paso, el único mérito de su texto), en contaste con algunos políticos, quienes piensan exactamente igual pero que disfrazan estas creencias tras una retórica progresista.

El joven Kaiser comienza con un título provocador “¡La educación no es un derecho!”; provocador porque se trata de una afirmación y de una exclamación al mismo tiempo, con la fuerza e imposición que ello implica para el lector, y porque golpea un imaginario que efectivamente se está instalando con energía: la educación como un derecho. El joven Kaiser propone un ejercicio que aspira a no situarse solo en los derechos universales (que serían una elección social y no un absoluto) o en las modas “de la calle”. En ello tiene razón: la educación no es un derecho per se, aunque ella se instale como un derecho en tal o cual constitución o en una determinada declaración o discurso.

[cita]Quienes se inscriben en la ideología que construye su discurso a partir de una visión económico-céntrica, difícilmente podrán entender la economía como un conjunto de medios para satisfacer las necesidades humanas. Por el mismo hecho, están en su mayoría discapacitados para siquiera pensar en otros términos que no sean econométricos.[/cita]

Sin embargo, aunque se pueda estar de acuerdo con que la educación no es un derecho que exista en un absoluto, si no que “nosotros” (entendido como cualquier grupo humano) decidimos instalarla como tal, esto no puede ser un argumento en contra de esta elección libre y colectiva. Lo que parece un error argumentativo se transforma en una verdadera aberración cuando el joven Kaiser nos dice lo que la educación “es” algo bien determinado. Textualmente y con soltura podemos leer en su comentario: “Pero la educación, aunque el dogma de moda diga lo contrario, es un bien económico, y no un derecho”. Aquí el candidato a doctor en filosofía se mete al bolsillo no solo a la tradición filosófica (pasando por Platón, Aristóteles, Kant, Rousseau y muchos otros) sino también las miradas antropológicas, sociológicas y políticas sobre la educación. Sin mencionar en detalle las Ciencias de la Educación, en tanto disciplina que se dedica por entero a estudiar los más complejos problemas educativos.

Sin el peso de esta enorme tradición, el joven Kaiser nos dice alegremente que la educación es un bien, ya de toda evidencia es un problema “esencialmente económico”, explicitando que se trata de un asunto “de creación y asignación de recursos, y no ético o de “derechos”. En ausencia de toda argumentación, el lector debería comprender y aceptar tanto la esencia económica de la educación como que ésta es una cosa de recursos. La dificultad es, precisamente, que no es en absoluto evidente que la educación se trate de un asunto ni meramente ni esencialmente económico, por encima de otro de los ángulos de análisis posibles.

Prueba de ello nos da el mismo columnista al decir más tarde “desde el punto de vista económico, un país que busca satisfacer derechos ‘sociales’, inevitablemente entra en la senda de la decadencia y el conflicto”. Aquí, el joven Kaiser, por fin sale ligeramente de la lectura fundamentalista-económica para revelar que su discurso es más bien “un punto de vista”, pero no para reivindicarse sino para luego entrar en las metáforas del terror que se pueden escuchar de boca de cualquier político libremercadista: “Cuidado, no muchos derechos, no muchos impuestos, sino el país entero caerá en la miseria”. Pareciera que, haciendo una lectura por oposición, “desde el punto de vista económico” un país que no busca satisfacer los derechos sociales va, inevitablemente, en la senda de la prosperidad y la calma. Pero no, no es el caso de Estados Unidos, Inglaterra u otro país donde escasos elementos escapan a la lógica del mercado (pensemos en el estado actual de sus economías, en los ejércitos desplegados por el mundo o en las matanzas protagonizadas por adolescentes). Por el contrario, tampoco es el caso que en Francia, país con un importante sistema de ayuda y apoyo social, exista una epidemia de hambruna por el hecho de establecer derechos amplios para sus ciudadanos. Aunque Chile no se pueda comparar con los países citados, cuenta con el poder y la autonomía para delimitar los roles que juegan la economía y la educación en la sociedad y, evidentemente, para establecer derechos y deberes, sin que estos existan en un absoluto.

Ignoro si el joven Kaiser entiende que un mundo piloteado solo por la economía quiere decir un mundo que se mueve sin brújula entre la extracción, creación, producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios. Ignoro si algunas fracciones políticas de nuestro país entiendan que la educación no debería ser un mero asunto de asignación y creación de recursos. ¿Por qué no debería serlo? Porque de lo contrario no existiría proyecto educativo amplio, idea de ciudadano a educar, motor de desarrollo social, objetivos centrados en las personas y no en un sistema abstracto. Esto es, sin duda, una discusión ideológica: por un lado, los que ponen al centro de la sociedad la economía y ven la educación como un bien más y, por otro lado, los que ven la educación al centro de la sociedad y la economía como una herramienta estratégica.

Quienes se inscriben en la ideología que construye su discurso a partir de una visión económico-céntrica, difícilmente podrán entender la economía como un conjunto de medios para satisfacer las necesidades humanas. Por el mismo hecho, están en su mayoría discapacitados para siquiera pensar en otros términos que no sean econométricos. Es de esperar que el joven Kaiser (no por el hecho de sus estudios ni por la marca dejada por la brutalidad de sus afirmaciones, sino por el hecho de ser simplemente joven) aún esté a tiempo de desarrollar la empatía necesaria para entender la sociedad en su complejidad, la educación desde su complejidad y rol estratégico en el seno de un mundo global y local. A su haber tiene un punto: la educación no es un derecho. Tal vez, más tarde, puede concebir por qué la educación “debe” ser un derecho y que es tras una discusión amplia donde la educación puede instalarse como derecho, proyecto y centro de nuestra sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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