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De la igualdad a la abolición del matrimonio

Gonzalo Bustamante
Por : Gonzalo Bustamante Profesor Escuela de Gobierno Universidad Adolfo Ibáñez
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Si el “matrimonio” es una categoría de asignación de un valor simbólico normativo extra a la relación de los individuos ¿qué hace razonable su mantención como una realidad que es determinada y sancionada por la instancia que debe ser garante de toda forma de vida que no infrinja la protección a terceros?


El próximo sábado será una marcha más por la igualdad. Me sumo entusiasta a ella; es un avance para ir en disminución de las múltiples discriminaciones que padece nuestra sociedad. Lo anterior no quita que uno se detenga a considerar aspectos envueltos en la discusión sobre el matrimonio igualitario que han estado ausentes.

Ha existido un déficit de una suficiente consideración de las bases antropológicas implícitas en ambas posiciones; así como el análisis de hasta dónde se justifica que el Estado mantenga la potestad de poder decidir qué formas de matrimonio son legítimas.

Primero, las visiones antropológicas involucradas.

La discusión actual se ha centrado sobre la pertinencia de generar un matrimonio igualitario (que no discrimine entre los contratantes si son heterosexuales/homosexuales) para lo cual sus defensores (me cuento entre ellos) hemos argumentado en base a las implicancias de justicia respecto de la generalización de un bien simbólico relevante; mientras sus detractores lo han hecho sobre la idea de la destrucción que conllevaría de una institución fundamental que respondería a un orden natural; existiría una inherencia heterosexual a la institución matrimonial.

[cita]Si el “matrimonio” es una categoría de asignación de un valor simbólico normativo extra a la relación de los individuos ¿qué hace razonable su mantención como una realidad que es determinada y sancionada por la instancia que debe ser garante de toda forma de vida que no infrinja la protección a terceros?[/cita]

La institución matrimonial heterosexual descansa argumentativamente en una comprensión premoderna de la naturaleza humana. Esa visión es deudora de la estructura “esencialista” del pensamiento griego que posteriormente será heredada por las distintas tradiciones monoteístas. Se asumirá que lo “masculino” y lo “femenino” posee una esencia (cual semilla de sauce) que implica funciones que le son propias (eso se reflejaría tanto en roles sociales como orientaciones y prácticas sexuales).

¿Qué explica el cambio originado sobre la comprensión de “lo humano” que ha permitido el desafío de esa tradición? La secularización de los conceptos teológicos y de las categorías del derecho canónico disolvió el antiguo esencialismo dejando en su lugar una retórica igualitaria. Esta última posee un carácter paradójico: supone tanto un nuevo modelo de lo humano que tomaría una forma de androginia (el género no asigna ni roles, ni conductas sexuales predeterminadas, vale decir se anula su diferenciación) como uno de reconocimiento de la diversidad que ha permitido que aquello que se considerase marginal, no-deseable y reprochable, pueda surgir y hacerse visible bajo un nuevo criterio de legitimidad y normatividad.

Lo que presenciamos es el desmoronamiento de una visión de mundo a la cual ciertos grupos se resisten; ya sea haciendo uso de un tradicionalismo ramplón (basta leer al candidato UDI José Antonio  Kast) o por “encapuchados de los valores” (los que en Francia producen destrozos después de marchas anti-igualitarias o golpean a ciudadanos gay indefensos en las calles).

Sus únicos contendores serios son aquellos que desafían el mundo moderno que hemos conocido en su totalidad; incluido el Mercado y su generación de riqueza. Ser tradicionalista en lo socio-cultural y pro-capitalista es una contradicción en sí misma. Si el Mercado todo lo transforma en mercancía ¿no transforma todo en líquido? Distinto es el caso de un conservadurismo evolucionista que no rechaza ningún cambio por venir per se sino que solo no busca adelantarlo; al final del día no es un enemigo de las nuevas formas de vida.

Segundo la evolución del papel del Estado.

En este proceso de secularización el naciente Estado moderno raptará para sí parte del lenguaje mesiánico de los Moisés, San Pablo y Mahoma; y como toda construcción de un nuevo Dios irá acompañada de la adjudicación de propiedades superiores a la de los hombres que gobierna pero manteniendo cierto antropomorfismo: se le adjudican intenciones, acciones, deseos, voluntad, valores y una estructura teleológica (medios en busca de fines) suponiendo que promueve la paz, el orden, el bienestar y que trata a los ciudadanos como un padre.

Esa imagen “de lo estatal” como encarnación de una idea del bien común y de progreso en el porvenir se desmoronará por las experiencias totalitarias (fascismo, comunismo, dictaduras latinoamericanas, etc.) pasando por la crítica que le efectuará el neo-marxismo (p.ej. Althusser), el post-estructuralismo hasta la amplia familia de la democracia radical; el resultado será poner en cuestión la legitimidad del Estado para normar sobre aspectos sustantivos de la vida de los individuos.

Es así como la consecuencia natural de ese nuevo igualitarismo normativo y de la crítica hacia “lo estatal” es que se expanda la discusión hacia la conveniencia de privatizar el matrimonio aboliéndolo como institución normada estatalmente. Si el “matrimonio” es una categoría de asignación de un valor simbólico normativo extra a la relación de los individuos ¿qué hace razonable su mantención como una realidad que es determinada y sancionada por la instancia que debe ser garante de toda forma de vida que no infrinja la protección a terceros?

La antropológica de tipo andrógeno, base de la idea moderna de igualdad, en esta área solo lograría su materialización una vez que se disuelve una institución que desde sus orígenes ha buscado establecer un principio normativo diferenciador respecto de otras formas de convivencia humana. Ese carácter discriminador no desaparecería del todo con su extensión hacia los homosexuales; solo lo aminora.

Hoy  es una discusión cerrada al ámbito académico; alguna vez lo fue el matrimonio igualitario.

Lo que es evidente es que si se desea mantener el matrimonio como lo hemos conocido, necesariamente implica un matrimonio igualitario (es la fuerza de la historia a la cual refiere Hegel); la disyuntiva futura será entre “matrimonio igualitario” y “abolición del matrimonio”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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