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Desalojos: una cuestión de límites

Eduardo Sabrovsky
Por : Eduardo Sabrovsky Doctor en Filosofía. Profesor Titular, Universidad Diego Portales
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Cuando la izquierda no entiende que la democracia, incluso cuando busca, como en Chile, su ampliación, debe preservar los límites que la hacen posible —en esto, vuelvo a él, el caso de ARCIS resulta paradigmático— le abre espacio no solamente a la derecha política, sino finalmente a las tendencias más cruelmente autoritarias. Las palabras del Alcalde Rebolledo, si bien son exageradas, podrían resultar entonces perversamente proféticas: una profecía autocumplida.


“Ante los gravísimos hechos de violencia ocurridos en la mañana de hoy miércoles 26 de junio de 2013 al interior y al exterior de los campus [se] … ha interpuesto ante tribunales un Recurso de Protección y una Querella Criminal contra todos quienes resulten responsables de estos deleznables sucesos… La Institución deplora y rechaza con total indignación que sujetos que han ocupado instalaciones de su casa de estudios se hayan visto involucrados en estos condenables actos que tienen carácter delictual y criminal… Los recursos judiciales y el reglamento interno deberán sancionar el delito, el crimen y la deplorable violencia de los que hemos sido testigos en el transcurso de esta mañana… Solidarizamos con los afectados […] y agotaremos todos los medios legales hasta esclarecer los hechos e identificar y sancionar a sus autores.”

La declaración que extracto acá, emitida anoche, no tiene al ministro Chadwick ni a ningún personero de gobierno como autor, sino a la Dirección de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales –ARCIS, institución universitaria que viene sufriendo desde hace algunas semanas una seguidilla de tomas (ya en estos días la Rectoría de ARCIS se había visto obligada a pedir el desalojo mediante Fuerzas Especiales).

Durante ya casi veinticinco años, la Universidad ARCIS se ha esforzado por establecer en Chile un polo de pensamiento crítico, ligado a la tradición de la izquierda. En áreas como Artes Visuales, Ciencias Sociales, Filosofía, Estudios Culturales, muy castigadas por la dictadura, ARCIS desempeñó un rol pionero. Y fue capaz de mantener, en condiciones que no siempre fueron fáciles, estándares intelectuales elevados. Por sus aulas y salones de conferencias desfilaron personalidades del mundo intelectual como Jacques Derrida, Felix Guattari, Jacques Rancière y Eric Hobsbawn, por sólo nombrar algunos). Su Área de Estudios Culturales, dirigida por Nelly Richard, abrió un espacio privilegiado para la reflexión y el pensamiento crítico.

[cita]Cuando la izquierda no entiende que la democracia, incluso cuando busca, como en Chile, su ampliación, debe preservar los límites que la hacen posible –en esto, vuelvo a él, el caso de Arcis resulta paradigmático– le abre espacio no sólo a la derecha política, sino a las tendencias más cruelmente autoritarias. Las palabras del alcalde Rebolledo, si bien son exageradas, podrían resultar entonces perversamente proféticas: una profecía autocumplida.[/cita]

Desde hace algo así como una década, se han sucedido en Arcis  sucesivas tomas –algunas propiciadas por conspicuos académicos de la misma institución– que, al menos para mí, que observo desde afuera, no podrían sino desarticular cualquier proyecto académico. Quizás, especulo, la “cultura ARCIS”, al menos en una de sus componentes, ha tenido algo que ver, desgraciadamente con esto. Me refiero a esa cultura de izquierda que considera a priori que toda autoridad es ilegítima; que es incapaz por ello de mirar de frente lo que fue la experiencia del socialismo del siglo XX, la de aquellos lugares donde el socialismo tuvo que hacerse real, y enfrentar la realidad del ejercicio poder, de la autoridad. No hay espacio aquí para analizar más a fondo las causas de esta amnesia, de esta ceguera, la cual, por cierto, tampoco afecta de la misma manera a toda la cultura de izquierda. Pero aquí esa cultura, su lado anárquico, entra en resonancia con un componente importante del pensamiento neoliberal (su ala llamada “libertaria”): lo que ambas comparten es el sueño de una sociedad sin reglas, sin autoridad: una sociedad autorregulada, sea por el mercado; sea por que todos los antagonismos entre los seres humanos han desaparecido, y estamos de vuelta al paraíso. ¿No será que, a través del bombardeo de los medios –recomiendo ver el último spot de Movistar–, la juventud chilena se ha tragado la píldora libertaria?

No obstante, ARCIS tiene todo el derecho de reaccionar defendiendo su espacio, su proyecto intelectual. El poder, la autoridad, consiste quizás sólo en la facultad de trazar límites: de decir “no”. Por cierto, hay una violencia en esto, que el derecho neutraliza, canalizándola por cauces formales. La toma, vista desde esta perspectiva, es un ejercicio de poder y de violencia: sólo el período democrático que hemos vivido, bien o mal, durante ya más de dos décadas en Chile (¿un interregno?) ha dado vida a la ilusión de que la toma es algo así como un derecho, o una aventura juvenil.

Esto me lleva al tema más general de las tomas, más precisamente de aquellos liceos en los cuales se realizan este fin de semana las primarias. De más está decir que las primarias son una especie de solución parche, ante la persistencia, forzada fundamentalmente por la derecha, del binominal. Pero, al igual que las iniciativas para que Chile se dé una nueva Constitución, son también una forma como la democracia chilena intenta salir de su asfixia. En un reportaje publicado el miércoles 26 de junio en este mismo medio con el sugestivo título de “¡Toma!” (una expresión que, si mi dominio del “chileno” no me engaña, va junto con una patada, un combo), la periodista Alejandra Carmona nos lleva por un simpático tour por algunas tomas. Lo que allí se advierte (los lectores no tenemos porqué ser ingenuos) es la intención expresa de obstaculizar e impedir las primarias (“su democracia”, dice “Carlos”, uno de los entrevistados, refiriéndose al sistema que ha permitido, precisamente, que él mismo se exprese en un medio como “El Mostrador”).

¿Entienden estos estudiantes lo que están haciendo? ¿Cuál sería la alternativa? Hasta donde yo sé, si de esta manera se cierran los cauces formales para que los chilenos dirimamos nuestras diferencias, lo que queda es, simplemente, el ejercicio de la violencia, sin más. ¿Se piensa, al interior de los “movimientos sociales”, que esta vez la guerra la ganaremos “nosotros”? ¿O estaremos, una vez más, yendo ingenuamente al matadero?

La ahora llamada “Nueva Mayoría” ha tenido una actitud vacilante al respeto: una cosa es intentar, saludablemente, tender un puente hacia los movimientos sociales, otra es no entender que hay límites que afectan a la propia posibilidad de que la “Nueva Mayoría” se exprese políticamente. No se trataba aquí de una cuestión de buscar otros locales de votación (cuestión cuya factibilidad técnica es dudosa), sino de legitimidad simbólica: si se acepta, por la fuerza, que las votaciones migren hacia las escuelas básicas, más adelante habrá que ir a los jardines infantiles, a los clubes de barrio, a las catacumbas. Mientras escribo estas líneas, el alcalde PPD y Presidente de la Asociación Chilena de Municipalidades, Santiago Rebolledo, ha comparado el desalojo de los locales de votación tomados con “los peores momentos de la dictadura”; con “La Noche de los Cuchillos Largos” en la Alemania nazi. ¿Tiene alguna idea Rebolledo de qué se trataron los peores momentos de la dictadura? ¿O del nazismo? (la “Noche de los Cuchillos Largos”, además, fue una vendetta sangrienta al interior del nazismo, nada que ver).

Desgraciadamente, cuando la izquierda no entiende que la democracia, incluso cuando busca, como en Chile, su ampliación, debe preservar los límites que la hacen posible —en esto, vuelvo a él, el caso de ARCIS resulta paradigmático— le abre espacio no solamente a la derecha política, sino finalmente a las tendencias más cruelmente autoritarias. Las palabras del Alcalde Rebolledo, si bien son exageradas, podrían resultar entonces perversamente proféticas: una profecía autocumplida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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