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Longueira-centrista: ¿Horizontal fumando opio? Opinión

Longueira-centrista: ¿Horizontal fumando opio?

Gonzalo Bustamante
Por : Gonzalo Bustamante Profesor Escuela de Gobierno Universidad Adolfo Ibáñez
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Lo que pide Hernán Larraín es a simple vista un mínimo (y la verdad que lo es) consistente nada más en ser respetuoso de la libertad, tomarse en serio los derechos humanos como principio normativo, tener un espíritu democrático abierto a las reformas institucionales que permitan mejorar el sistema y no ser un partido de grandes intereses económicos sino de la ciudadanía. Nada para acusarlo de encarnar a Savonarola.


Hernán Larraín, director ejecutivo de Horizontal, plantea en una columna publicada en este medio que si Pablo Longueira quiere ganar en noviembre debe ganar el centro.  Es una obviedad pero en este caso descrita con fundamentos. Tanto es así que señala las condiciones para que eso ocurra. Vale la pena atender a ellas para evaluar lo que el propio Larraín describe como “difícil pero no imposible” (lo dice respecto a triunfar en noviembre pero como el giro-centrista sería su condición de posibilidad ambos poseen la misma categoría).

Una necesaria aclaración previa. Son cambios que excederían el simple marketing. Conseguir una figura gay que esté dispuesto a una foto o carta con Longueira, un Pablo disfrazado de perteneciente  a los pueblos de la tierra, un abrazo llorando  a una mujer que abortó o una nueva frase original (léase una Lavinada) del tipo: “Somos el centro diverso social”; no cumpliría con lo que el mismo Larraín describe como “Nixon visitando China”. Eso es reconocer que se ha cambiado en la práctica de posición y actuar en consecuencia.

Vamos ahora a las áreas que debería abordar un “Longueira-centrista”.

[cita]“¿Cuáles serían las consecuencias de hacer lo que Larraín sugiere? Veamos un ejemplo de lo anterior. La posibilidad de despenalizar a la mujer que cometa un aborto en caso de violación, incesto o inviabilidad del feto. O sea reconocer que Jaime Guzmán se equivocó cuando señaló en la comisión constituyente de 1974 que: “La madre debe tener el hijo aunque éste salga anormal, aunque no lo haya deseado, aunque sea producto de una violación o, aunque de tenerlo, derive en su muerte… (…) la Providencia permite, exige o impone (…) que (…) la persona se encuentre obligada a enfrentar una disyuntiva en la cual no queda sino la falla moral, por una parte, o el heroísmo, el martirio (…)”.[/cita]

Primero, adherir a  un concepto de pluralismo valórico. Vale decir reconocer algo que se supondría asentado en el mundo democrático moderno: el Estado debe ser un garante de formas de vida  y no un modelador de la vida de los individuos. Eso, necesariamente, implicaría asumir respecto de temas como el matrimonio igualitario, aborto e igualdad de  género (entre otros temas) una mirada al menos de tolerancia hacia quienes poseen una mirada distinta a la histórica de la UDI; y desde ahí hacer propuestas que reflejen ese nuevo ánimo inclusivo.

¿Cuáles serían las consecuencias de hacer lo que Larraín sugiere? Veamos un ejemplo de lo anterior. La posibilidad de despenalizar a la mujer que cometa un aborto en caso de violación, incesto o inviabilidad del feto. O sea reconocer que Jaime Guzmán se equivocó cuando señaló en la comisión constituyente de 1974 que: “La madre debe tener el hijo aunque éste salga anormal, aunque no lo haya deseado, aunque sea producto de una violación o, aunque de tenerlo, derive en su muerte… (…) la Providencia permite, exige o impone (…) que (…) la persona se encuentre obligada a enfrentar una disyuntiva en la cual no queda sino la falla moral, por una parte, o el heroísmo, el martirio (…) la gravedad o la tragedia que sigue a la observancia de la ley moral nunca puede invocarse como elemento para sustraer a alguien de la obligación de cumplirla”.

Solo si se elimina la idea de la obligatoriedad del “heroísmo o martirio” defendida por el fundador de la UDI se puede despenalizar a la mujer en casos extremos. Una aclaración: eso no es legalizar el aborto. Es únicamente disminuir  las consecuencias negativas para la mujer. Esto es, por ejemplo, si una mujer queda embarazada de una violación y comete un aborto no sea imputable ella; es poner la vara simple.

Por cierto, en este solo punto podríamos seguir con otros casos: empujar el AVP, abrirse  a discutir la posibilidad de adopción para las parejas gays; etc.

Segundo. Reconocimiento que el “Gobierno Militar” fue una Dictadura. El argumento del director de Horizontal implica además un juicio moral: no lo es por la forma política sino porque se violaron los derechos humanos. Si el fundamento para declarar una Dictadura es esto último se sigue de modo necesario que implica un conceder la inmoralidad de ese régimen (ni el más nihilista defendería que la violación sistemática de los derechos humanos es compatible con estándares mínimos de decencia moral).

¿Qué conllevaría esa aceptación  para la UDI   Nada; si no fuera por el pequeño detalle histórico de que surgieron y se desarrollaron al alero de Pinochet y que Guzmán fue su ideólogo. De una declaración así se sigue la necesidad de remover de las murallas de calle Suecia a “Jaime”. Hay partidos que han emprendido cambios así de profundos, basta pensar en el PC italiano y el PN sudafricano; eliminaron símbolos y gurús-históricos ya que se hacían insostenibles.

Por último, evitar el atrincheramiento frente a las reformas políticas y constitucionales. Esto es estar dispuestos a negociar la reforma de los candados constitucionales establecidos por Guzmán y abrirse a cambiar el binominal.

Esos tres puntos sumado a políticas sociales anti-segregación (¿estarían tan contentos los sectores ABC1 que dieron la victoria a Longueira?), aumento de la transparencia, competencia de los mercados y defensa a los consumidores (¿incluye una sanción, al menos  verbal, hacia  gerentes como Golborne que en esta materia han encabezado empresas sancionadas por los tribunales?) son las condiciones de posibilidad descritas para un centrismo de  Longueira.

Lo que pide Hernán Larraín es a simple vista un mínimo (y la verdad que lo es) consistente nada más  en ser respetuoso de la libertad, tomarse en serio los derechos humanos como principio normativo, tener un espíritu democrático abierto a las reformas institucionales que permitan mejorar el sistema y  no ser un partido de grandes intereses económicos sino de la ciudadanía. Nada para acusarlo de encarnar a Savonarola.

El problema es que esa “exigencia mínima” significa en este caso que la UDI deje de ser lo que es; que supere definitivamente la herencia de Jaime Guzmán y la facticidad que imponen  coroneles como Jovino Novoa.

La historia enseña que normalmente esos cambios en partidos o sistemas políticos provienen de grandes fracasos o de situaciones de alta complejidad en el manejo de un gobierno; es un trance histórico. Por eso si bien  desde un punto de vista electoral como de profundización democrática de uno de los principales actores de la política nacional está en lo correcto Larraín; asalta la legitima duda de que el solo considerar esa posibilidad no es un signo de que Don Camilo se equivocó en el dónde se encuentran los fumadores de opio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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