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La urgente reforma a la institucionalidad de la educación superior no universitaria

En la práctica, se verifica que las corporaciones de educación superior que concentran la mayor proporción de la matrícula en los institutos profesionales, ya poseen o han creado centros de formación técnica que, generalmente, funcionan en los mismos espacios físicos y bajo la misma dirección por lo que, de hecho, operan como los institutos tecnológicos que se proponen.


Reformar la educación superior es una demanda exigida por la gran mayoría de nuestro país. Para avanzar en este propósito, existe cierto consenso en que se requiere mejorar con urgencia tanto su calidad como la equidad en su acceso y permanencia. Paralelamente, igualmente es necesario que se realicen cambios en su institucionalidad, que contribuyan a mejorar la eficiencia en el uso de los recursos destinados al sector.

Desde fines de la década de los noventa, distintos gobiernos han emprendido iniciativas que, aunque de limitado alcance, posibilitaron ciertas reformas parciales en la educación superior, entre las que se encuentra el programa Mecesup del ministerio de Educación.

En el ámbito de las universidades, únicas instituciones facultadas legalmente para otorgar grados académicos, algunas de estas reformas han tenido como referente experiencias internacionales de excelencia, tales como el Proceso de Boloña que tiene lugar en la Unión Europea, cuyos países han acordado un ciclo en educación superior dado por Licenciatura-Master-Doctorado, en principio con una duración de 3, 2 y 3 años, respectivamente. Junto a lo anterior, los sistemas educativos de estos países están adoptando un sistema de créditos transferibles, para que los aprendizajes sean reconocidos en toda la comunidad europea, lo que también se está tratando de implementar en nuestra educación superior a nivel nacional.

[cita]En la práctica, se verifica que las corporaciones de educación superior que concentran la mayor proporción de la matrícula en los institutos profesionales, ya poseen o han creado centros de formación técnica que, generalmente, funcionan en los mismos espacios físicos y bajo la misma dirección por lo que, de hecho, operan como los institutos tecnológicos que se proponen.[/cita]

Por otra parte, la educación técnica superior, desde principios de la década del 2000, ha emprendido un  proceso de cambio curricular para ofrecer una educación de calidad y pertinente con las demandas sociales y productivas, siendo uno de sus principales pilares la migración en la metodología para el diseño de sus programas desde un currículo basado en contenidos hacia uno basado en competencias. Esta reforma se ha focalizado principalmente en los actuales centros de formación técnica, instituciones que ofrecen exclusivamente educación técnica de nivel superior.

En este contexto, los institutos profesionales han ido quedando en una situación intermedia ya que, además de poder ofrecer carreras técnicas superiores, sólo pueden impartir carreras profesionales sin licenciatura, ya que la ley no les permite otorgar grados académicos, las que serán cada vez más escasas, por varias causas, entre las cuales se pueden señalar:

i) Muchas carreras sin licenciatura, de acuerdo a la definición de la LOCE, se están transformando en carreras con licenciatura (v.g. trabajo social);

ii) La tendencia mundial a disminuir la duración de las carreras, tal como sucede con el proceso de Bolonia, hará que las actuales carreras sin licenciatura, con una duración modal de 8 semestres o 4 años, sean progresivamente menos apreciadas si no incluyen la obtención de una licenciatura, como irá sucediendo con la mayoría de las carreras que imparten las universidades, que tienen esa misma duración;

iii) La presión por transformar las carreras profesionales sin licenciatura en carreras con licenciatura irá aumentando en la medida que se incremente el interés por continuar estudios de postgrado, así como se evidencien las desventajas de no tener un título con la comparabilidad adecuada con aquellos que requieren aprobar un mismo tipo de programas y son otorgados en países desarrollados, especialmente con los cuales ya existen tratados de libre comercio, configurando una situación de detrimento para los profesionales chilenos sin licenciatura; y

iv) La clasificación de carreras con y sin licenciatura parece poseer cierta arbitrariedad, no constatándose un fundamento sólido y de aceptación extensiva, es decir, cuya validez obtenga un amplio reconocimiento. De acuerdo con las tendencias mundiales, en el corto plazo, la diferencia entre carreras profesionales con o sin licenciatura carecerá de sentido práctico, convirtiéndose en una barrera artificial para continuar estudios de postgrado u obtener el reconocimiento internacional.

Estas y otras situaciones ponen de relieve la exigencia de realizar un cambio estructural en la institucionalidad que imparte la educación superior. En esta nueva etapa que atraviesa la educación superior, se evidencia la necesidad de ordenar la oferta formativa, para lo cual se propone que esté conformada por sólo dos tipos de institucionalidad:

  • Las Universidades
  • Los Institutos Tecnológicos

Las Universidades deberían ser las instituciones de educación superior encargadas de ofrecer exclusivamente la educación de pregrado y postgrado, otorgando los títulos y grados, desde licenciatura a doctorados, así como los postítulos y diplomas que sean pertinentes y, junto con ello, desarrollando las actividades propias de la investigación científica y tecnológica que el país demande.

Los Institutos Tecnológicos reemplazarían a los actuales centros de formación técnica e institutos profesionales, correspondiéndole exclusivamente impartir carreras cortas de educación superior –técnicos superiores y profesionales sin licenciatura- y otras formaciones para el trabajo, otorgando los títulos, postítulos y certificaciones de estudio, respectivos. Entre los títulos se encontrarían, principalmente, los de técnico superior y otros profesionales que no incluyan licenciatura.

Los postítulos se inscribirán en el marco de la educación permanente y debieran responder a las nuevas exigencias de aprendizaje a lo largo de la vida, mediante la cual los titulados de carreras cortas puedan profundizar sus conocimientos, especializándose en determinados campos tecnológicos, así como para mantener actualizadas sus competencias técnicas, según las demandas del mundo productivo.

De este modo, la educación superior no universitaria se concentraría en una sola institucionalidad lo que traería innegables beneficios en la utilización más racional de los recursos, especialmente en términos de espacio y equipamiento para talleres y laboratorios, así como de experimentados profesores de especialidad, a la vez que permitiría que este tipo de educación fortaleciera su vinculación con el sector productivo, producto de su robustez institucional, cuestión clave para mejorar la calidad y pertinencia de la educación impartida. Por otra parte, no debería producirse un traslape de carreras y programas entre las universidades y los institutos tecnológicos, puesto que sus respectivas misiones educacionales serían distintas y, por ende, su estructura y gestión institucional también deberían ser diferentes para ambos tipos de organización.

En la práctica, se verifica que las corporaciones de educación superior que concentran la mayor proporción de la matrícula en los institutos profesionales, ya poseen o han creado centros de formación técnica que, generalmente, funcionan en los mismos espacios físicos y bajo la misma dirección por lo que, de hecho, operan como los institutos tecnológicos que se proponen. En este sentido, la adopción de la nueva institucionalidad educativa propuesta, en términos de cantidad de alumnos involucrados, puede avanzar con bastante rapidez inicialmente, planteándose básicamente en términos de una fusión organizacional que daría paso al nuevo instituto tecnológico sin grandes traumas.

Como se desprende de lo anterior, una vez aprobadas las correspondientes reformas legales, los institutos profesionales y centros de formación técnica deberían entrar en un proceso de reconversión mediante un proceso gradual, y con plazos bien definidos, que resulte en un mejoramiento sustantivo de la formación de nuestros técnicos y profesionales de carreras cortas, tan necesarias para mejorar tanto su productividad como valoración en el mundo laboral.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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