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Longueira y los re-sentidos

Gonzalo Leiva
Por : Gonzalo Leiva Matrón. Magíster en Administración en Salud y académico de la Escuela de Obstetricia de la U. de Santiago.
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Si alguien cree que no debí mezclar sentimientos cómo el resentimiento con la política, déjeme decirle que no puedo estar más en desacuerdo con ese pensamiento, es justamente lo que buscaba, opinar sobre un asunto público, el sentir. Y cito textual la acepción número 9 de la Real Academia Española de la Lengua sobre lo que es Política “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. Cómo leí hace poco rato en una foto “¿Por qué callar (mi opinión) si nací gritando?”


La semana pasada supimos de la renuncia de Longueira a su candidatura presidencial, y al día siguiente leímos en las redes sociales la carta de Camila Sepúlveda, una estudiante de 3er año de Sociología de la U. de Chile quién planteaba: “Hablando muy desde las enfermedades que he padecido y muchos hemos padecido, no le deseo una depresión a nadie. Pero sí me gustaría que Longueira tuviera que enfrentarse a ella desde el mismo sistema público de salud al que acudo”, luego de eso comenzó a relatar el calvario que pasó .

Tomé esa carta y la compartí en Facebook, y ahí se generó el debate que motivó esta columna, algunos tildaron a Camila de resentida, otros la defendían. Me puse a pensar en cual hubiese sido la forma “no resentida” de Camila de hacer su crítica, y hacer visible un situación invisible para quienes no padecemos depresión y para quienes no somos familiares de alguien que padece esta enfermedad, y se trata en el sistema público de salud. Se me ocurrieron algunas, pero luego pensé: esa fue la forma que le salió a ella desde su emocionalidad, ¿porque exigirle que lo haga de otra manera?, probablemente de otra forma no lo hubiese planteado. Quizás es resentida, ¿y si lo fuera, es muy malo, es ella la victima o el victimario de ese sentimiento?

Pensemos que Camila es resentida, y que no es la única, que son muchos los que en Chile están siendo victimas de este sentimiento. Y digo victimas, porque quien está resentido, créanme, no lo está pasando bien. Nietszche planteaba que “El resentimiento es la emoción del esclavo, no porque el esclavo sea resentido, sino porque quien vive en el resentimiento, vive en la esclavitud”. ¿A alguien le gusta la esclavitud?

El resentimiento es sentir muchas veces, y pese a que suena obvio y literal, es importante siempre recordar que no es un sentimiento que aparece de un día a otro, sino que se desarrolla cuando las acciones que nos agravian perduran en el tiempo. El resentimiento es algo enquistado, algo no resuelto, que nos va a motivar a ser hostiles con los causantes de este sentir.

[cita] Si alguien cree que no debí mezclar sentimientos como el resentimiento con la política, déjeme decirle que no puedo estar más en desacuerdo con ese pensamiento, es justamente lo que buscaba, opinar sobre un asunto público, el sentir. Y cito textual la acepción número 9 de la Real Academia Española de la Lengua sobre lo que es Política: “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. Cómo leí hace poco rato en una foto “¿Por qué callar (mi opinión) si nací gritando?”.[/cita]

La segregación educacional, en salud, y urbana a la que estamos sometidos los chilenos, y que es promovida por un sistema de mercado desregulado y con una enorme concentración económica, plantea un panorama no muy alentador, y aparece más bien como un caldo de cultivo que favorece este sentir, que no es cómo la indignación, sino que más profundo aún. Esa segregación nos va cegando, y muchas veces nos hace creer que nuestra realidad es la única que existe.

Hace dos meses en clases de Administración en Salud con estudiantes de Obstetricia les pregunté si sabían a qué porcentaje de la población (en términos de ingresos) iban a pertenecer luego de recibir su primer sueldo. Las respuestas fueron diversas, pero hubo algunos que llegaron a plantear que se ubicarían en el 50 % de los sueldos más altos. Aclaré que en promedio iban a ganar 850 mil pesos, pese a eso algunos insistieron en ese porcentaje, los más optimistas se ubicaron en el 40 % de los mejores sueldos. De sorpresa e incredulidad fueron las caras cuando les dije que si ellos ganaban esos 850 mil pesos se ubicarían en el 10 % de los chilenos con más altos ingresos. El 50 % que ellos planteaban se lograba con menos de un tercio de eso, bastaban sólo $ 250 mil para decir que iban a ganar más que la mitad de los chilenos. ¿Cuando recibimos nuestros sueldo a fin de mes tenemos conciencia de eso?

A Junio del 2013, según datos presentados por la Fundación Sol, se han pagado más de un millón de pensiones, cuyo promedio ha sido $ 180.308. ¿Dimensionamos lo que alcanza con eso? Lo pregunto porque esos pensionados van a tener que vivir hasta el día de su muerte con esa plata, a menos que decidan hasta el día de su muerte trabajar para duplicar su mínimo, al equivalente a dos sueldos mínimos en muchos casos. ¿Violento, no?.

Probablemente si no tenemos conciencia de todo lo anterior sea por culpa de los promedios y de los anuncios rimbombantes que aparecen en los medios. Hace un par de semanas Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, anunció el ingreso de Chile al grupo de los países de altos ingresos. Era de esperar que eso ocurriera cuando tenemos un PIB per cápita calculado para 2012 en US$ 22.655, lo que significa que cada uno de nosotros en un año percibe una renta total de más de 11 millones de pesos. Parece de ciencia ficción, considerando que la renta anual del 50% de los trabajadores no alcanza apenas un cuarto de ese famoso PIB per cápita, pero es la realidad de nuestro desigual Chile. Nicanor Parra hace unos años explicaba el problema de los promedios con su célebre frase: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.

Pero bueno, vuelvo al resentimiento. Maturana planteó hace algunos meses en Tolerancia Cero, que “uno de los motivos del resentimiento es no ser escuchados, no ser respetados”, probablemente eso le pasó a Camila, su problema (necesidad de un mejor tratamiento a la depresión en el sector público) nunca ha sido visibilizado, ni atendido por el Estado ni por los aseguradores privados de la forma que debe ser afrontado. Entonces así se alimenta la cadena de invisibilizados, el Estado lo hace con necesidades algunos ciudadanos, luego el ciudadano (resentido o no, plantea su malestar) y otro ciudadano lo invisibiliza argumentado “son sólo resentidos” o usando alguno de los promedios arriba mencionados, y así seguimos en la misma, cada uno por su lado y sin solucionar nada. Así no avanzamos. Y lamentablemente la capacidad de conversar y comunicarnos no la compramos con un PIB, ni con plata, porque es cultural.

Vivimos con la constante sensación de estar siendo abusados: alimentos en mal estado, alzas unilaterales en créditos del retail, alzas unilaterales en los planes de las isapres, colusiones con penas irrisorias, justicia en “la medida de lo posible”, pensiones miserables, y un largo etcétera que usted podrá alimentar cuando lea esta columna. Y si usted cree que exagero con la sensación de “abusados”, lo planteo entonces como una sensación de que las cosas no están bien, le muestro sólo un ejemplo, también en salud. Según un estudio del Instituto de Salud Pública de la UNAB, en general, el sistema de salud del país obtiene nota 3,7. En un ámbito tan importante como la salud no estamos conforme con lo que tenemos, y la reprobamos, de hecho sólo 1 de cada 4 personas (usuarios) evalúa bien su plan de salud, el resto lo evalúa mal, pero no tiene otra opción. Y así seguimos viviendo, con una sensación de malestar constante.

Honestamente no creo que ser resentido sea malo, lo malo es todo aquello que provocó este sentir. Afortunadamente el resentimiento se puede superar, y lo que lo provoco también, así como muchas otras “adversidades” en la vida, la herramienta se llama resiliencia, fortaleza que no es innata sino que se va constuyendo con la familia y la comunidad, desde la gestación y el nacimiento. Considerando lo anterior el panorama sigue siendo no muy alentador si no tomamos cartas en el asunto, ya lo puse de manifiesto en la columna “Chile y la crisis invisible del nacimiento, la lactancia y la crianza”.

La resiliencia comunitaria, plantean los autores del libro “Resiliencia: Descubriendo Las Propias Fortalezas”, en tiempos de exclusión y malestar se evidencia en la capacidad de ciertos pueblos de enfrentar catástrofes de todo tipo, lo que constituye una posibilidad cierta de lucha contra las inequidades de la sociedad actual. A nadie le hace bien vivir en un país con tal grado de malestar y descontento con el Estado, el Gobierno y las instituciones privadas. El llamado a hacer algo ha sido transversal desde todas las áreas del conocimiento, desde algunos sectores políticos, e incluso desde un sector de la Iglesia (que sabemos que es muy influyente en nuestro país). Pero seguimos donde mismo.

Me parece que un buen punto de partida para superar esta crisis es escribir las reglas del juego de nuevo, pero escribirlas entre todos, y esto significa inevitablemente, creo, redactar una Nueva Constitución a través de una asamblea constituyente. Cómo para volver a confiar en que todos quienes estamos viviendo hoy en Chile queremos un mejor país para todos, pero construido entre todos. Un país donde todos son escuchados, donde no demos motivos para que hayan resentidos. Porque si tenemos que convenir algo, motivos para el resentimiento hemos dado de sobra.

Si alguien cree que no debí mezclar sentimientos cómo el resentimiento con la política, déjeme decirle que no puedo estar más en desacuerdo con ese pensamiento, es justamente lo que buscaba, opinar sobre un asunto público, el sentir. Y cito textual la acepción número 9 de la Real Academia Española de la Lengua sobre lo que es Política “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. Cómo leí hace poco rato en una foto “¿Por qué callar (mi opinión) si nací gritando?”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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