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Estudiantes pobres y estudiantes ricos

Esta discusión nos parece equivocada desde la perspectiva que el bien educación es un intangible que tiene entre sus componentes el desarrollo personal, sin distinción de clases, el progreso de la sociedad en cuanto comunidad formada por individuos que deben aprender a rechazar las formas de segregación arbitrarias e injustas.


La propuesta de la candidata Michelle Bachelet sobre la gratuidad de la educación, en la forma como ella la ha expuesto y que nosotros compartimos, por las razones que expresaremos ha sido contradicha en los debates de las primarias por candidatos que compitieron con ella y también por algunos de última hora, y, en particular, por la recientemente nominada candidata de la UDI, Evelyn Matthei.

El debate, en síntesis, se sitúa en una disyuntiva que, a nuestro juicio, es errada y profundamente perniciosa. En efecto, los que se oponen a la educación gratuita para todos han señalado como argumento central que no es correcto, aunque fuera posible, lo que es otra materia, que estudiantes ricos accedieren a una educación gratuita en los sectores referidos a la educación básica, media o universitaria impartida con recursos públicos. Para ello, parten todos de la misma premisa que, siendo los recursos escasos, cierto grupo de futuros estudiantes por provenir de familias acomodadas deberían gravar a sus familias y no al Estado con el costo de la educación y para ello se plantea adicionalmente que, de no atenderse a este enfoque, resultaría injusto y regresivo que obtuvieren un beneficio quienes pueden pagarlo mediante los recursos de sus familias.

[cita]Esta discusión nos parece equivocada desde la perspectiva que el bien educación es un intangible que tiene entre sus componentes el desarrollo personal, sin distinción de clases, el progreso de la sociedad en cuanto comunidad formada por individuos que deben aprender a rechazar las formas de segregación arbitrarias e injustas.[/cita]

Esta forma de plantear el conflicto y razonar tiene dos confusiones: la primera, es partir de la premisa que los estudiantes, salvo casos muy excepcionales, pueden ser ricos o pobres atendiendo a su origen, estirpe clase o situación económica. Al calificar así a un grupo de estudiantes, se coloca el acento no en la condición del estudiante, sino del grupo social al que pertenece y con ello no se hace más que remarcar la segregación social.

El segundo aspecto en discusión es sobre quién debe recaer el costo de la educación de un joven de familia adinerada o al menos con recursos para pagarla, temática que se desenvuelve en el ámbito exclusivamente economicista, como es común en casi todo lo que se razona en el país. Desde esta perspectiva se analiza si es correcto o incorrecto que los jóvenes deban pagar por su educación atendiendo a las capacidades de pago o a la forma de hacerlo, si durante la carrera o al momento de egresar, recurriendo algunos economistas a enfocar el punto al caso de las carreteras en que el peaje se puede pagar a la entrada y a la salida de la misma.

Esta discusión nos parece equivocada desde la perspectiva que el bien educación es un intangible que tiene entre sus componentes el desarrollo personal, sin distinción de clases, el progreso de la sociedad en cuanto comunidad formada por individuos que deben aprender a rechazar las formas de segregación arbitrarias e injustas. Esta forma de razonar no puede medir estos impactos o efectos y está también lejos de poder medir el inmenso valor que tiene una educación a la que se accede por derecho de cada estudiante, y que integra en su seno o comunidad escolar o universitaria a personas de distinta situación, barrio o ciudad o lugar. Esta integración entre iguales, que se miran como tales en la comunidad educativa, es la base de una sana democracia y de sus miembros que aprenderán a mirar a los demás como personas de igual naturaleza y derechos. Este aspecto no es medible mediante variables económicas tradicionales, sino que de acuerdo a valores morales y principios de ética pública.

Por esta razón, rechazamos la distinción entre estudiantes que antes de ser tales ya son calificados como de clase pobre o clase rica, porque dicha diferenciación se transforma en un estigma en la comunidad educativa, para algunos, y en una condición de superioridad, para otros. Habrá algunos que se sentirán mejores porque pagan por el servicio que reciben y habrá otros que se sentirán beneficiados de una mano solidaria, y esto repugna la más esencial conciencia humanista y democrática.

Ha sido certera la candidata Bachelet en este punto y cometen una grave falla quienes se oponen por condiciones puramente económicas, que siempre son removibles, ya sea de inmediato o en tiempos razonablemente breves. Lo importante es que la señal sea clara. La educación no es un bien de consumo que deba someterse a fríos cálculos econométricos. La educación es un pilar moral e igualitario en la misma medida que la educación en todas sus fases, períodos y etapas sea entendida como una misión que busca afirmar la dignidad de las personas, para así construir un mundo nuevo fraterno e igualitario; esto es, una sociedad distinta de la actual.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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