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¿Qué es un buen profesor?

Alfredo Gaete
Por : Alfredo Gaete Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile Doctor en Filosofía, University of Manchester Docente e investigador, Campus Villarrica, Pontificia Universidad Católica de Chile
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La excelencia docente, entonces, requiere de una riquísima gama de competencias, algunas de las cuales son altamente complejas. Involucra, entre otras cosas, la capacidad de enseñar sobre diversas temáticas, de inculcar valores, de entrenar en habilidades cognitivas y emocionales, de dominar diversas metodologías o estrategias de enseñanza y de discernir cuál de ellas es la más apropiada para cada caso. Saber enseñar a leer y escribir es, por cierto, una competencia pedagógica importante; pero es apenas una, y una que no sirve de mucho si no se tiene además la capacidad de adaptar adecuadamente esa enseñanza a todos los estudiantes.


Los especialistas en educación de todo el mundo parecen estar de acuerdo en que la mejora de la educación pasa necesariamente, y sobre todo, por la posibilidad de contar con buenos profesores. La investigación muestra además que la ciudadanía está más o menos alineada con esta idea (por ejemplo, la excelencia docente es por lejos aquello que la gente señala cuando se le pregunta qué debe mostrar una escuela para decir que ofrece educación de calidad). Hay, sin duda, muchos otros factores que inciden en la enseñanza. El punto es que, como se dice (cada vez más) a menudo, ningún sistema educativo puede dar más de lo que dan sus profesores.

Pero, ¿de qué hablamos exactamente cuando hablamos de un buen profesor? Bueno, depende de cómo conciba uno la tarea del profesor. Si se la restringe a cosas como enseñar a leer, escribir, sumar y restar, los criterios de lo que cuenta como enseñanza de excelencia van a ser bien distintos de los que habría si la tarea educativa fuera formar ciudadanos virtuosos, o preparar la fuerza laboral del país, o desarrollar la inteligencia y la creatividad de los estudiantes, o “reproducir la cultura”, o transformarla, o disminuir la inequidad social, o todas esas cosas juntas. Lo que está en juego aquí es qué es lo que se espera que la educación haga, cuáles son sus metas. Solamente habiendo resuelto esto puede uno dibujar con exactitud el perfil de lo que sería un profesor de calidad.

[cita]La excelencia docente, entonces, requiere de una riquísima gama de competencias, algunas de las cuales son altamente complejas. Involucra, entre otras cosas, la capacidad de enseñar sobre diversas temáticas, de inculcar valores, de entrenar en habilidades cognitivas y emocionales, de dominar diversas metodologías o estrategias de enseñanza y de discernir cuál de ellas es la más apropiada para cada caso. Saber enseñar a leer y escribir es, por cierto, una competencia pedagógica importante; pero es apenas una, y una que no sirve de mucho si no se tiene además la capacidad de adaptar adecuadamente esa enseñanza a todos los estudiantes.[/cita]

El tema es altamente complejo y su tratamiento supera, por mucho, las consideraciones que se puedan hacer en una columna. Pero si consideramos lo establecido en la Ley General de Educación, la educación (básica) debería estar dirigida a que los estudiantes adquiriesen los conocimientos, las habilidades y las actitudes para todo lo siguiente: desarrollarse en los ámbitos moral, espiritual, intelectual, afectivo y físico de acuerdo a su edad; desarrollar una autoestima positiva y confianza en sí mismos; actuar de acuerdo con valores y normas de convivencia cívica, pacífica, conocer sus derechos y responsabilidades, y asumir compromisos consigo mismo y con los otros; reconocer y respetar la diversidad cultural, religiosa y étnica y las diferencias entre las personas, así como la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y desarrollar capacidades de empatía con los otros; trabajar individualmente y en equipo, con esfuerzo, perseverancia, responsabilidad y tolerancia a la frustración; practicar actividad física adecuada a sus intereses y aptitudes; adquirir hábitos de higiene y cuidado del propio cuerpo y salud; desarrollar la curiosidad, la iniciativa personal y la creatividad; pensar en forma reflexiva, evaluando y utilizando información y conocimientos, de manera sistemática y metódica, para la formulación de proyectos y resolución de problemas; comunicarse con eficacia en lengua castellana, lo que implica comprender diversos tipos de textos orales y escritos adecuados para la edad y expresarse correctamente en forma escrita y oral; acceder a información y comunicarse usando las tecnologías de la información y la comunicación en forma reflexiva y eficaz; comprender y expresar mensajes simples en uno o más idiomas extranjeros; comprender y utilizar conceptos y procedimientos matemáticos básicos, relativos a números y formas geométricas, en la resolución de problemas cotidianos, y apreciar el aporte de la matemática para entender y actuar en el mundo; conocer los hitos y procesos principales de la historia de Chile y su diversidad geográfica, humana y socio-cultural, así como su cultura e historia local, valorando la pertenencia a la nación chilena y la participación activa en la vida democrática; conocer y valorar el entorno natural y sus recursos como contexto de desarrollo humano, y tener hábitos de cuidado del medio ambiente; aplicar habilidades básicas y actitudes de investigación científica, para conocer y comprender algunos procesos y fenómenos fundamentales del mundo natural y de aplicaciones tecnológicas de uso corriente; y conocer y apreciar expresiones artísticas de acuerdo a la edad y expresarse a través de la música y las artes visuales.

Entiendo que alguien que nunca ha revisado esta ley pueda sorprenderse, teniendo en cuenta que lo que pasa, de hecho, en las escuelas de nuestro país está a años luz del tipo de educación dibujado por estas metas. Pero esto es lo que por ley tendría que perseguir la tarea educativa. O sea es una tarea bien ambiciosa —infinitamente más ambiciosa que la de enseñar lenguaje y matemáticas. En este sentido, es un paso importante el que ha dado recientemente el Consejo Nacional de Educación, al incluir en la medición de la calidad educativa ocho criterios adicionales al Simce. (El paso siguiente es invertir la ponderación establecida, que le da al Simce un 67 % del peso, versus un pálido 33 % para factores como autoestima académica y motivación escolar, convivencia, formación y participación ciudadana, y hábitos de vida saludable, entre otros. Porque, digámoslo, el Simce es a los resultados de aprendizaje esperados apenas lo que una muestra de sangre al cuerpo humano).

Pero no voy a profundizar en esto aquí. Lo que quiero mostrar es que el perfil de profesor que se requiere para ofrecer una educación que satisfaga las demandas de la ley es increíblemente ambicioso. Estamos hablando de un profesor que sabe enseñar muchas cosas y muy diversas: sabe desarrollar capacidades lo mismo que impartir conocimientos; inculcar valores lo mismo que despertar la sensibilidad artística; preparar para el trabajo en equipo lo mismo que para asumir responsabilidades, respetar la diversidad y cuidar la salud tanto física como mental.

Más aún: todo esto debe enseñársele no a unos pocos, como era antes, sino a toda la población. Hace algunas décadas sólo algunos niños iban a la escuela, y unos pocos se mantenían en ella —generalmente los mejores estudiantes (de castellano y matemáticas). En la actualidad la cobertura es prácticamente del cien por ciento, y el porcentaje de escolaridad completa no está demasiado por debajo de ello. Eso quiere decir que en la sala de clase encontramos niños que aprenden de maneras muy distintas, sea que se deba a los diferentes “estilos de aprendizaje”, o a las «necesidades educativas especiales», o a las «inteligencias múltiples», o a las diferentes «personalidades», o a lo que sea que explique el ya bien sabido hecho de que una misma metodología de enseñanza puede ser sumamente efectiva con unos pero no con otros. En este contexto, el profesor debe disponer de —y manejar relativamente bien— un abanico de procedimientos. De lo contrario, su tarea será efectiva sólo con algunos, quizá con apenas unos pocos. Y saber enseñarle sólo a unos pocos, por ejemplo sólo a los «buenos alumnos», no es suficiente para merecer el título de buen profesor. Es precisamente cuando un estudiante no ha podido alcanzar todavía un cierto desarrollo intelectual o emocional, o cuando no puede quedarse sentado ni poner atención en una sola cosa por mucho rato, o cuando no tiene la disposición a seguir instrucciones ni a estudiar, o cuando se dan varias de estas y otras situaciones, es precisamente entonces que se manifiesta la necesidad de contar con profesionales de la enseñanza (y con escuelas de pedagogía). Mientras mayor sea la versatilidad de un profesor, mientras más variada la gama de situaciones y de personas con que sus prácticas resultan en aprendizaje, más inclinados vamos a estar a considerarlo un buen profesor.

La excelencia docente, entonces, requiere de una riquísima gama de competencias, algunas de las cuales son altamente complejas. Involucra, entre otras cosas, la capacidad de enseñar sobre diversas temáticas, de inculcar valores, de entrenar en habilidades cognitivas y emocionales, de dominar diversas metodologías o estrategias de enseñanza y de discernir cuál de ellas es la más apropiada para cada caso. Saber enseñar a leer y escribir es, por cierto, una competencia pedagógica importante; pero es apenas una, y una que no sirve de mucho si no se tiene además la capacidad de adaptar adecuadamente esa enseñanza a todos los estudiantes.

Pregunta: ¿es posible formar un profesional de estas características en 4 o 5 años? (Antes de contestar, revise de nuevo las metas educativas que la ley pone para la enseñanza básica y recuerde la variedad y complejidad de las competencias asociadas al buen profesor.) Otra pregunta: ¿por qué la carrera de pedagogía tiene que durar 4 o 5 años? (¿Por qué nadie le pide eso a los formadores de médicos?) Y otra más: ¿cuánto tiempo dedican los programas de formación docente al desarrollo de competencias propiamente docentes, y cuánto a impartir “materias” (matemáticas, historia, biología, etc.)? Y una más: ¿por qué esas materias? (Vuelva a repasar las metas educativas).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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