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El autoritarismo justo de la derecha Opinión

El autoritarismo justo de la derecha

Claudio Fuentes S.
Por : Claudio Fuentes S. Profesor Escuela Ciencia Política, Universidad Diego Portales. Investigador asociado del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR)
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El régimen era necesario para eliminar la amenaza marxista y actuaba como precondición para el desarrollo. Y en ese contexto, las violaciones a los derechos humanos eran explicables. Sin embargo, ni la dictadura puede concebirse como necesidad, ni la violación a los derechos humanos como un acto que puede ser “explicado”. Mientras la derecha continúe concibiendo la masiva violación a los derechos humanos como “excesos explicables” no tendremos un régimen democrático consolidado.


¿Qué explica la incomodidad de la derecha con el vocablo dictadura? Salvo contadas excepciones a la que se sumó el senador Hernán Larraín, por lo general prefieren hablar del gobierno militar. La sola idea de haber formado parte de una “dictadura” parece molestarles. Suavizan el lenguaje otorgándole el estatus de “gobierno” a un régimen que suprimió todas las garantías básicas de un sistema democrático. Incluso evitan el concepto de régimen autoritario, cuestión paradojal si pensamos que los propios Augusto Pinochet y Jaime Guzmán lo clasificaban de esa manera.

Hablan de “excesos” y no de violaciones sistemáticas a los derechos humanos. La derecha, en este sentido, decidió no reconocer el trabajo de estudio y recolección de antecedentes realizado en dos ocasiones (Comisiones Rettig y Valech) y que llegaron a la convicción que se organizó un aparato represivo para violar sistemáticamente los derechos humanos. Pero la derecha —o parte importante de ella— prefiere la tesis de los “excesos”, de aquellas manzanas podridas que infectaron parte de un cajón de frutas.

Cuando se les interroga sobre sus propias responsabilidades políticas, miran al techo o automáticamente se retrotraen a lo sucedido antes de 1973. La situación de violencia, de caos, de desorden pre-golpe explicarían lo sucedido después. En esta teoría del empate, la polarización anterior sería factor explicativo de las muertes, arrestos, tortura y desapariciones. Se trataría de “costos” que la sociedad tuvo que pagar a cambio del progreso social que vivimos hoy.  Algunos se han atrevido a reconocer haber vivido en una “burbuja” (como Madariaga y ahora Cheyre), otros plantean que hubo algunos excesos (como el propio Jaime Guzmán), pero se evita a toda costa reconocer que se participó de aquel régimen. Reconocerse parte de aquella historia implicaría asumir los costos de haber avalado la institucionalización de la represión.

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Guzmán sostenía que resultaba perfectamente justo que los golpistas se mantuviesen en el poder. Destacaba que quienes “se vieron en ese duro deber de tomarse del poder y que incluso derivó a veces en excesos explicables aunque no justificables”, sólo se sentirían seguros de transferir el poder a la civilidad “si ello se realiza con una gradualidad dentro de un lapso que las ponga a cubierto de tales riesgos revanchistas”. En esta visión, el régimen requería de un tiempo prudencial para eliminar las amenazas (marxistas) que socavaban la convivencia.[/cita]

Muy probablemente lo que explica esta fuerte atadura es que muchos de ellos formaron parte de este proyecto político-ideológico. No son los hijos de Pinochet, sino los progenitores del régimen. Por lo mismo, aquí no se trata de matar al padre, sino de deshacerse de un proyecto político que ellos mismos concibieron y ayudaron a construir.

El pensamiento de Jaime Guzmán permea a la derecha y de ahí la imposibilidad de desprenderse del legado dictatorial. El planteamiento de Guzmán era muy claro y quedó reflejado en una extensa entrevista de agosto de 1980, pocos días antes del plebiscito que ratificaría la Constitución. Guzmán legitimaba el régimen autoritario de varias maneras. Sostenía que “es imposible una democracia seria y estable si no existe un compromiso efectivo de toda la ciudadanía con el sistema. Y ese compromiso nace de que todos reciban tangiblemente los beneficios materiales y culturales del sistema”. En esta visión paternalista, los pobres eran incapaces de autogobernarse. Es decir, el desarrollo económico era visto como precondición de la democracia, y aquello sólo era posible de obtener bajo un régimen autoritario que ordenara y estableciera los cimientos de un nuevo sistema económico.

En segundo lugar, Guzmán sostenía que resultaba perfectamente justo que los golpistas se mantuviesen en el poder. Destacaba que quienes “se vieron en ese duro deber de tomarse del poder y que incluso derivó a veces en excesos explicables aunque no justificables”, sólo se sentirían seguros de transferir el poder a la civilidad “si ello se realiza con una gradualidad dentro de un lapso que las ponga a cubierto de tales riesgos revanchistas.” En esta visión, el régimen requería de un tiempo prudencial para eliminar las amenazas (marxistas) que socavaban la convivencia. Guzmán se preguntaba, “¿qué sacaríamos con una euforia democrática precipitada y carente de solidez si rápidamente despertáramos de nuevo a la amenaza marxista?”. El objetivo del régimen se transformaba en eliminar aquella amenaza y provocar las condiciones institucionales y materiales para que los marxistas no volviesen al poder.

De ahí que resultaba del todo coherente para Guzmán apoyar un régimen autoritario. Nadie mejor que él para expresarlo: “Mientras para esos democratacristianos o socialdemócratas es incompatible ser demócrata y apoyar a un gobierno autoritario, para mí resulta plenamente lógico, si se trata de un gobierno cuyo autoritarismo justo y eficiente, es necesario e idóneo para crear las condiciones para esa democracia contemporánea estable. Por eso no sólo apoyo la nueva Constitución, sino la subsistencia del actual gobierno pre-democrático, por el lapso que plantean sus artículos transitorios”.

El régimen era necesario para eliminar la amenaza marxista y actuaba como precondición para el desarrollo. Y en ese contexto, las violaciones a los derechos humanos eran explicables. Sin embargo, ni la dictadura puede concebirse como necesidad, ni la violación a los derechos humanos como un acto que puede ser “explicado”. Mientras la derecha continúe concibiendo la masiva violación a los derechos humanos como “excesos explicables” no tendremos un régimen democrático consolidado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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