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Parisi y el deseo mimético

Daniel Loewe
Por : Daniel Loewe Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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La oferta del candidato no carece de cierta densidad autobiográfica. Viene de afuera y no fue cooptado (probablemente, no tuvo la novia correcta). En un cierto sentido, él sería la encarnación de la promesa liberal tantas veces incumplida debido a las malas prácticas de la política, incluida la derecha. Y si él pudo, todos pueden –como sin duda nos diría el candidato–.


¿Es sorprendente que al candidato Franco Parisi le vaya tan bien en las encuestas de intención de voto? Muchos piensan que sí. Después de todo, se trata de un personaje poco serio, un populista, un aparecido en la política, un farandulero de la academia que no se sonroja en prometer lo que los otros quieran escuchar: ¿le compraría acaso un auto usado? El que tantos ciudadanos estén dispuestos a entregar su voto a un candidato que no paga las cotizaciones de sus trabajadores, sería simplemente sintomático del deterioro de las virtudes ciudadanas y una señal de alarma del peligro populista que nos acecha.

Se equivocan, al menos parcialmente: no es sorprendente que le vaya tan bien. Es parte del mérito de Parisi el haber tocado una fibra vigorosa del alma nacional (si es que las almas existen, se corporizan colectivamente, y se componen de fibras, todo lo cual es bastante improbable): la del ciudadano que cree en las oportunidades, en el esfuerzo individual, y en el mérito como estrategia de movilidad social, éxito y bienestar.

[cita]Y como nos recuerda de tanto en tanto la CEP, estos no son pocos. ¿Pero no es acaso un típico votante de derecha? Por cierto. Pero en este caso es un votante que desconfía –y tiene buenas razones para hacerlo– de las castas políticas tradicionales: clubes de apitutados que se reparten el botín entre sí. Si sólo se acabase con estos clubes (el de la Unión incluido), el futuro esplendoroso que nos promete el candidato estaría a la vuelta de la esquina. En parte, la derecha misma con sus contradicciones performativas (hablar de igualdad de oportunidades, pero hacer poco por conseguirla) es responsable del alza del candidato Parisi.[/cita]

La oferta del candidato no carece de cierta densidad autobiográfica. Viene de afuera y no fue cooptado (probablemente, no tuvo la novia correcta). En un cierto sentido, él sería la encarnación de la promesa liberal tantas veces incumplida debido a las malas prácticas de la política, incluida la derecha. Y si él pudo, todos pueden –como sin duda nos diría el candidato–.

No es extraño que esta oferta corporizada en su figura sea atractiva. Como sabe cualquier publicista (o cualquier lector de Sartre) la estructura del deseo es mimética. Es decir, el deseo por un objeto remite a que otros lo deseen. Mientras más deseado sea el objeto por otros, más valor adquiere para usted.

¿Le suena conocido?

Piense en los bienes posicionales –bienes cuyo valor yace en que no todos los pueden tener–. Piense en un auto de lujo, digamos un Porsche (by the way: se pronuncia la e –se trata de un auto suabo, una evolución del memorable escarabajo–). Cierto: para los amantes de la velocidad y la tecnología es un auto estupendo. Pero su valor va más allá: remite a que no todos los que lo desean lo pueden adquirir. Si usted considera este auto valioso, aunque no lo tenga, lo considera valioso porque corporiza el deseo de tantos. Y si es el feliz (o infeliz) propietario de un Porsche, usted posee un objeto valioso porque indirectamente posee el deseo irrealizado –e irrealizable– de muchos.

O piense en las así llamadas “parejas trofeos”–hombres o mujeres de lujo (aunque en nuestro mundo machista suelen ser féminas)–. Parte importante de su valor reside en que todos las desean y por tanto quieren estar en el lugar del afortunado o afortunada. Mientras más la deseen los otros, más valiosa para usted. (Freud va un paso más allá y afirma que en el, por nosotros valorado, deseo de los otros hombres sobre nuestra mujer, yace una homosexualidad latente, pero esa es una historia diferente en la que probablemente se equivoca).

El candidato Parisi corporiza el deseo irrealizado de muchos. No es sólo que tenga o haya tenido un Porsche (al parecer lo vendió). Ni que tenga por novia a una modelo, además de joven y argentina. Es su estilo entrador, su lenguaje directo y simple, sus soluciones simplificadoras, su éxito. Es por eso que no pagar las cotizaciones de sus trabajadores no le hará mella alguna. Al fin y al cabo, todos (es decir, muchos) quieren ser Parisi –y son suficientemente conocedores del mundo para saber que en ocasiones hay que dejar de pagarlas para conseguirlo–.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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