El Papa en su primera exhortación apostólica, en su capítulo tercero, número 218, expresa textualmente: “Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios”.
Estas impresionantes palabras son más claras y precisas que muchos programas de gobierno y que la mayoría de las opiniones que se escuchan en nuestra sociedad y no pueden ser tildadas por su humanidad como anarquistas, por la búsqueda de una política contra el orden existente que exige cambios en la estructura de Chile y que todos los partidos deben apoyar.
Nos avisan que hay que tener cuidado con los consensos de escritorio y ello debe ser escuchado con atención en los momentos en que la tendencia a la comodidad de nuestras discusiones sociopolíticas se deriva lenta, pero claramente, hacia la resolución de los problemas constitucionales, económicos y sociales, precisamente a lograr acuerdos de escritorio o con poca participación social.
[cita]El país se encuentra ante un “momento constituyente”, vale decir, ante una situación histórica que reclama la intervención directa del pueblo soberano. Algunos proponen, en lugar de dicho momento, una especie de “momento constitucional”, que debiera desarrollarse exclusivamente en el actual Congreso Nacional, que no ha recibido un mandato expreso para elaborar una nueva Constitución.[/cita]
En ese mismo numeral citado, el Papa dice que, cuando se da una situación como la que describe, “es necesaria una voz profética”. El país ha elegido un liderazgo de características muy precisas y por un alto margen ciudadano que hace de ella una elección de carácter profético para los tiempos que vienen. Ello no significa que todo deba ser hecho en un segundo o en pocos días o meses, sino que lo importante es que la ciudadanía vea claramente que los caminos que se enderezan, por difíciles que parezcan, son los correctos. Aquí debemos tener presente que no todo lo inmediato es lo mejor, pero es un error buscar lo mejor en consensos de escritorio.
La Democracia Cristiana, en un Congreso celebrado en el año 2007, señaló proféticamente que la educación pública o con dineros públicos debía organizarse sin fines de lucro, que era preciso crear una empresa estatal de previsión y construir un sistema que compita con el actual sobre otras bases económicas y filosóficas. Se señaló la conveniencia de corregir la forma en que se aborda la salud pública y los abusos reiterados de que son objeto los consumidores. Se dijo que el Estado no podía tener un rol pasivo en materias económicas y que era necesario modernizarlo.
Esa voz no fue escuchada y ocurrió a mitad del primer gobierno de Bachelet. Aún parece una tarea especialmente pendiente que es necesario llevar a cabo por el partido Demócrata Cristiano.
También en esa oportunidad se dijo que había que cambiar la Constitución y para ello era necesario discutir, o en un Congreso Constituyente o una Asamblea, los aspectos de la organización de nuestro país que precisan cambios en sus definiciones fundamentales, como la organización del Ejecutivo, el Congreso, el Poder Judicial, los derechos sociales, la incorporación de los tratados internacionales y la organización regional del país, entre muchos otros temas.
No basta con modificar solamente la Constitución actual en lo relativo a los quórums, sistema electoral o el papel de uno de los organismos como el Tribunal Constitucional, ya que ello sería una cuestión que tocaría lo meramente instrumental, dejando para otras etapas las cosas de fondo. Si realmente se aspira a elaborar una nueva Constitución, ella debe ser la expresión de la voluntad soberana del pueblo. Este último, como constituyente originario, debe intervenir en tal tarea a través de la elección de representantes a una Asamblea Constituyente.
Si bien el Parlamento, como constituyente derivado, tiene facultades para reformar la Constitución, carece de toda competencia para elaborar un nuevo texto constitucional, ya que la Constitución de 1980 no establece ningún instrumento conducente a la elaboración de una nueva Constitución. De allí surge la necesidad de abrir caminos, sin temores, a una Asamblea Constituyente.
Los distintos partidos políticos debieran preocuparse de elaborar, desde ya, los proyectos sobre una nueva Constitución Política, para que ellos sean llevados al seno de una Asamblea Constituyente, la cual como expresión directa del constituyente original, las acepte, apruebe o reemplace por otro texto.
De tal manera que la elaboración de una nueva Constitución no debe quedar entregada a un círculo cerrado de profesores de derecho constitucional, ya que es tarea de todos señalar las líneas fundamentales de un nuevo ordenamiento jurídico. La posibilidad de que el actual Parlamento, ante la presentación de un proyecto de un nuevo texto constitucional, cite a audiencias públicas para escuchar en forma indeterminada a los que se interesen, en modo alguno puede ser comparado con la existencia de una Asamblea Constituyente, propiamente tal.
Los temores que algunos han difundido sobre ésta última deben ser desde luego despejados, por cuanto quienes hemos alentado la idea de una Asamblea Constituyente, siempre lo hemos hecho en el entendido de que en una nueva Constitución Política deberán considerarse todas las normas contempladas en las convenciones internacionales que Chile ha suscrito y que aseguran en forma categórica los derechos fundamentales de las personas y eliminan toda sensación de inseguridad ante un cambio institucional de la envergadura del que se propone. El país se encuentra ante un “momento constituyente”, vale decir, ante una situación histórica que reclama la intervención directa del pueblo soberano. Algunos proponen en lugar de dicho momento, una especie de “momento constitucional”, que debiera desarrollarse exclusivamente en el actual Congreso Nacional, que no ha recibido un mandato expreso para elaborar una nueva Constitución.
El Papa Francisco nos ha traído una buena noticia con sus palabras y los demócrata cristianos debemos escucharla con particular atención porque, más temprano que tarde, el país se irá cansando de los materialismos prácticos, económicos o filosóficos.