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La influencia de Chile

René Schneider Meza
Por : René Schneider Meza Diplomático de carrera
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Revalorizando nuestra diplomacia, a través de una profunda modernización de nuestro sistema de política exterior y de sus métodos, e introduciendo el pensamiento estratégico como una herramienta fundamental en los procesos de toma de decisiones, podríamos estar en condiciones de iniciar una nueva etapa para una inserción internacional más profunda, más política y más diplomática de nuestro país.


Prestigio e influencia son los recursos tradicionales que persigue la política internacional de los Estados. Esto, con el objetivo final de garantizar su seguridad, así como de defender y proyectar internacionalmente sus intereses y valores. Para esos fines, los planteamientos estratégicos que definen los países pueden darle mayor énfasis a la búsqueda de equilibrios y alianzas, a la cooperación o la institucionalización de sus relaciones a través de organizaciones regionales o universales. Generalmente, y por la creciente complejidad que van adquiriendo las relaciones internacionales, se llega a combinar estos factores en función de las capacidades propias de cada Estado y de la coyuntura que les corresponde enfrentar.

En el esquema realista, heredado del siglo XIX, las relaciones, alianzas y rivalidades se definen principalmente entre Estados y a partir de su poder económico y militar, es decir, a partir de factores materiales y en un contexto supuestamente anárquico. Sin embargo, hoy en día, la globalización y la revolución de las comunicaciones que esta implica, han complejizado el escenario internacional, dando paso a nuevos actores y fenómenos transnacionales que interactúan intensamente y con mayor preponderancia de elementos intangibles. En definitiva, los actores son mucho más diversos y las formas que tienen de ejercer su poder son más variadas.

Esos cambios profundos de la sociedad internacional modifican la estructura de las relaciones de tal manera que los esquemas diplomáticos interestatales y fundados en una visión tradicional del poder se encuentran muchas veces superados y deben incorporar elementos de análisis y de acción que les permitan adaptarse a esta nueva realidad compleja. Así, para entender el mundo en su dinámica actual y ejercer influencia en él, tenemos que ser capaces de reformar nuestros paradigmas, métodos y herramientas.

[cita]Para Chile, desde el retorno a la Democracia, la inserción internacional ha sido una prioridad constante que se ha manifestado principalmente a través de una participación activa en los foros multilaterales y regionales y de una intensa política comercial. Al mismo tiempo, se han enfatizado las relaciones con Latinoamérica, buscando resolver los temas pendientes por la vía de la negociación, apostando a la racionalidad y la buena fe de nuestros interlocutores. En ese escenario, han abundado los argumentos jurídicos, las vías judiciales y los acercamientos entre gobiernos.[/cita]

Sin embargo, y a pesar de los importantes logros en materias comerciales y otras, la diplomacia chilena, al igual que la de otros países, ha sido orientada, en sus grandes líneas, a partir de una visión del mundo fundada en la centralidad del Estado como único actor legítimo de las relaciones internacionales y en las herramientas tradicionales de la diplomacia y el derecho internacional. Así, las oportunidades y tensiones que implican para Chile sus relaciones internacionales son asumidas esencialmente desde una perspectiva centralizada, estatista y racional. En un paisaje crecientemente fragmentado, marcado por las comunicaciones y el peso de las sociedades nacionales en las definiciones de política exterior, este enfoque se revela limitado e insuficiente.

En ese contexto, las demandas judiciales internacionales que hoy enfrenta nuestro país con sus vecinos del norte plantean un desafío que va más allá de la calidad jurídica de nuestra defensa o del resultado final del proceso en La Haya. El escenario de esas demandas es también aquel de las relaciones bilaterales (o trilaterales) entre sociedades políticas que entienden las relaciones vecinales desde una perspectiva muchas veces irracional y en la cual inciden factores históricos, culturales e ideológicos profundamente arraigados en sus respectivas identidades. Es el terreno de la diplomacia y de una serie de elementos simbólicos que intervienen con particular fuerza en la construcción de nuestras relaciones internacionales. Al igual que en los orígenes arcaicos de la diplomacia, se trata de relaciones entre “vecinos y extranjeros” en las cuales el factor humano se revela fundamental para construir una relación distinta a la que nos lleva la inercia de los conflictos latentes, de los rencores históricos y de las tensiones identitarias.

La diplomacia profesional, entendida como la actividad de análisis, definición y proyección de nuestra política exterior por quienes le dedican su vida, adquiere entonces una relevancia particular. En efecto, a partir de herramientas comunicacionales y sobre la base de objetivos de acercamiento y generación de confianza, podemos desarrollar una estrategia de Diplomacia Pública dirigida a influir en esas sociedades y en la cual los diplomáticos radicados en esos países jugarían un papel de primer orden. Al mismo tiempo, ese cambio de paradigma implica desarrollar e instalar institucionalmente la capacidad de proyectar nuestra visión más allá de la coyuntura y diseñar escenarios a mediano y largo plazo que nos permitan definir caminos y proyectar nuestras relaciones a partir de objetivos estratégicos claros.

Esto deja, asimismo, en evidencia la urgencia de desarrollar un pensamiento estratégico,  propio y a escala global, como el mejor camino para auscultar los escenarios internacionales de Chile en América Latina y en el mundo.

Así, revalorizando nuestra diplomacia, a través de una profunda modernización de nuestro sistema de política exterior y de sus métodos, e introduciendo el pensamiento estratégico como una herramienta fundamental en los procesos de toma de decisiones, podríamos estar en condiciones de iniciar una nueva etapa para una inserción internacional más profunda, más política y más diplomática de nuestro país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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