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Presidente Piñera, gracias por favor concedido Opinión

Presidente Piñera, gracias por favor concedido

Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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Durante décadas vivimos bajo la amenaza del derrumbe empresarial si se adoptaban ciertas disposiciones o se incrementaba la fiscalización. Gracias, Presidente, por dejar en evidencia que las grandes empresas pueden pagar más impuestos (subió de 17 a 20%) y mantener utilidades apetitosas sin disminuir el empleo, que el postnatal de seis meses –sin duda una gran obra– no hizo crujir las arcas privadas ni fiscales, que el control de abusos no genera quiebras, sino que obliga a los dirigentes empresariales a tomar medidas.


¡Cuánto ha cambiado el país en estos cuatro años con la derecha en La Moneda! Hay que agradecer al Presidente por este paréntesis que fue como un soplo de oxígeno liberador.

Hay quienes dicen que si la Concertación hubiese seguido gobernando habría pasado lo mismo. No comparto dicho juicio, los cambios habrían tardado más, la ciudadanía no estaría tan empoderada y muchos fantasmas presagiando catástrofes seguirían rondando entre nosotros. Sebastián Piñera hizo grandes favores a la Patria: demolió certezas que parecían irrefutables, terminó con varios mitos y desnudó prácticas bochornosas. Y, quizás lo más relevante, revalorizó el poder de la movilización social.

Siguiendo la lógica pinochetista de desprecio a los políticos, la derecha inició su primer gobierno democrático después de medio siglo nombrando técnicos en gran parte de los cargos gubernamentales. El desastre del Transantiago ya había dejado en evidencia que los expertos no bastan para enfrentar los problemas de un país. Seguramente el Presidente Piñera pensó que los técnicos de la Concertación eran reguleques y no sacó las lecciones correspondientes. Los técnicos duraron poco y fueron reemplazados por dirigentes capaces de tener visiones globales de la sociedad, como Evelyn Matthei, Andrés Allamand, Pablo Longueira y Andrés Chadwick. A nadie se le ocurriría hoy pedirle a la Presidenta Michelle Bachelet que prescindiera de los políticos en su gabinete. Una cosa son los partidos, otra los políticos. Una cosa es tener una alta capacitación profesional, otra ser un técnico apolítico. No hay duda de que la política está de vuelta. Gracias, Presidente.

A poco de asumir, pronunció una frase inolvidable: “En 20 días hemos avanzado más que otros en 20 años”. Más allá de la soberbia, esta afirmación daba cuenta de la convicción de que la derecha y los profesionales del sector privado eran más eficientes que aquellos formados en el ámbito público. La idea de que, cuando no hay patrón, las cosas se hacen a medias había penetrado de manera transversal en todos los sectores, reforzando el estigma de ineficiencia que pesa sobre el Estado. Paradójicamente, los especialistas provenientes del sector privado dejaron embarradas que serán memorables, como lo ocurrido con el Censo, con la modernización informática del Registro Civil, con los errores en la construcción del puente Cau Cau en Valdivia. Gracias, Presidente, por hacernos comprender que la eficacia no es patrimonio del sector privado ni de una ideología en particular, sino simplemente de buenos profesionales, por lo general sobrios y rigurosos.

[cita]Durante su mandato, se demostró cuán poco conocen y comprenden el país quienes se desarrollan laboralmente en el sector privado, como el grueso de sus ministros y asesores. No se explica de otro modo la incapacidad de su gabinete para enfrentar los conflictos sociales. No fueron sólo los estudiantes los que se tomaron las calles para ser escuchados, también los habitantes de Magallanes, Aysén, Freirina y Chiloé, y los trabajadores portuarios de todo Chile, por nombrar los más relevantes. Frente a dichas movilizaciones, el gobierno se paralizó, profundizó los conflictos ordenando la represión policial de los manifestantes –como si la derecha tuviera un tic incontrolable ante cualquier protesta social– y, finalmente, descubrió que era indispensable negociar, porque cada una de estas manifestaciones era producto de un problema al que se hizo oídos sordos. [/cita]

Durante décadas vivimos bajo la amenaza del derrumbe empresarial si se adoptaban ciertas disposiciones o se incrementaba la fiscalización. Gracias, Presidente, por dejar en evidencia que las grandes empresas pueden pagar más impuestos (subió de 17 a 20%) y mantener utilidades apetitosas sin disminuir el empleo, que el postnatal de seis meses –sin duda una gran obra– no hizo crujir las arcas privadas ni fiscales, que el control de abusos no genera quiebras, sino que obliga a los dirigentes empresariales a tomar medidas. Esto último quedó demostrado en ENADE 2013, cuando el presidente de la CPC, Andrés Santa Cruz, pidió sanciones penales para aquellas empresas que tengan prácticas contrarias a la ética.

Como nunca antes, al país le quedó claro lo que son los conflictos de interés y lo impropio que resulta mezclar negocios y política. El estándar de cómo se concilian los intereses públicos y privados parece haber cambiado para siempre. No se explica de otro modo que la casi-subsecretaria de Educación, Claudia Peirano, haya tenido que renunciar antes de asumir, debido a la presión social. Reconocida como una excelente profesional, la ciudadanía no le perdonó su cercanía con el negocio educacional. Gracias, Presidente, ya era tiempo que trancara esa puerta giratoria.

Durante su mandato, se demostró cuán poco conocen y comprenden el país quienes se desarrollan laboralmente en el sector privado, como el grueso de sus ministros y asesores. No se explica de otro modo la incapacidad de su gabinete para enfrentar los conflictos sociales. No fueron sólo los estudiantes los que se tomaron las calles para ser escuchados, también los habitantes de Magallanes, Aysén, Freirina y Chiloé, y los trabajadores portuarios de todo Chile, por nombrar los más relevantes. Frente a dichas movilizaciones, el gobierno se paralizó, profundizó los conflictos ordenando la represión policial de los manifestantes –como si la derecha tuviera un tic incontrolable ante cualquier protesta social– y, finalmente, descubrió que era indispensable negociar, porque cada una de estas manifestaciones era producto de un problema al que se hizo oídos sordos.

Esta ceguera frente a la realidad, la “falta de calle” como la llaman algunos, no abandonó nunca a su entorno. No se explica de otro modo que le hayan aconsejado dar cuenta de su gestión en una gira que pareció interminable, con discursos tan rimbombantes como el de los “20 días”, cuyas cifras fueron sistemáticamente desmentidas. Y no era para menos, si consideramos la paliza que recibió en las recientes elecciones parlamentarias y presidenciales.

Dentro del oficialismo, y también entre algunos analistas, se considera que este no fue un gobierno de derecha. Para muchos la conclusión es que Chile es, y siempre ha sido, de centro-izquierda. Quizás sea más preciso señalar que la derecha chilena tuvo que aprender a manejarse en democracia. Porque las políticas aplicadas durante la dictadura de Pinochet (el modelo añorado por dirigentes históricos de la UDI y RN) eran medidas de un neoliberalismo extremo, imposibles de establecer cuando hay elecciones periódicas y se respetan las libertades individuales. Gracias, Presidente, por haberlo tenido claro y haber predicado desde el mismísimo 2010 –a través de su ministro del Interior– la necesidad de una nueva derecha. La actual crisis en los partidos oficialistas indica que tenía razón. Una democracia plena –como la que se prevé con una nueva Constitución– no es compatible con un sector nostálgico de los tiempos en que el país obedecía sin chistar, producto del miedo.

Si bien estuvo más cerca de la UDI que de RN, su distancia con aquellas posiciones fue clave al conmemorar los 40 años del golpe militar. Acusó la existencia de “cómplices pasivos” frente a las violaciones a los derechos humanos, sostuvo que la Corte Suprema no defendió la vida de los ciudadanos, que los medios de comunicación no informaron con veracidad y que hubo civiles que “teniendo el poder y teniendo la información de lo que estaba ocurriendo, simplemente decidieron callar”. Ese mes de septiembre culminó con el cierre del vergonzante Penal Cordillera. Después de que un Presidente de derecha se impone con esta certeza, nadie podrá volver a decir que en Chile no se violaron sistemáticamente los derechos humanos, que no hubo responsabilidad del Estado en esos crímenes o que sólo fueron excesos puntuales. Ese es su gran legado. No vale la pena seguir insistiendo en cifras dudosas.

Sin un gobierno como el que termina, no existiría una Nueva Mayoría y tampoco se verían factibles reformas estructurales como las planteadas por la próxima administración. Presidente Piñera, gracias por favor concedido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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