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Poder y sentido común: los riesgos de perder ganando Opinión

Poder y sentido común: los riesgos de perder ganando

Noam Titelman
Por : Noam Titelman Ex presidente FEUC, militante de Revolución Democrática y coordinador del Observatorio de Educación en Chile, de la Fundación RED-
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Cómo fue que la sociedad chilena llegó a aceptar con obsecuencia que universidades violaran la ley lucrando o, más en general, que el lucro se haya vuelto el principal motor en la provisión de nuestros derechos básicos. Cómo explicar que la derecha pudiese perder elección tras elección y, sin embargo, viéramos un país que se acomodaba perfectamente a su visión, incluso en la versión más extrema. Cómo fue posible que la derecha ganara perdiendo por 20 años.


Con alegría y esperanza, muchos vimos asumir a los ex dirigentes estudiantiles y sociales en el Parlamento. Es imposible no reconocer en este Parlamento la impronta de las movilizaciones del 2011 y las que siguieron.

¿Qué fue, finalmente, lo que pasó el 2011? Lentamente, ha emergido un consenso amplio: un cambio en el sentido común. Sin embargo, poco se ha discutido sobre el origen del sentido común previo. Cómo fue que la sociedad chilena llegó a aceptar con obsecuencia que universidades violaran la ley lucrando o, más en general, que el lucro se haya vuelto el principal motor en la provisión de nuestros derechos básicos. Cómo explicar que la derecha pudiese perder elección tras elección y, sin embargo, viéramos un país que se acomodaba perfectamente a su visión, incluso en la versión más extrema. Cómo fue posible que la derecha ganara perdiendo por 20 años. Para dar sólo algunos ejemplos de esta realidad: una concepción de libertad reducida a la posibilidad de “cotizar” entre alternativas en el mercado, una visión estrecha de la democracia que la reducía al mero acto de votar, la satanización de la política y de la ideología y varias concepciones más. Pero donde esta dominación del sentido común se expresa con más claridad es en la determinación de lo que es posible y lo que no.

Esto es, una sociedad en que el mercado se ha naturalizado tanto que se ha vuelto imposible creer que se pueda superar un sistema económico fundamentado exclusivamente en la competencia. Un primer paso para enfrentar estas derrotas es reconocer que estos elementos no son una coincidencia, reconocer que la disputa por una sociedad basada en la justicia, igualdad y solidaridad no se da sólo en lo electoral, sino que, también, en lo que se acepta como sentido común.

[cita]La interacción y coordinación entre algunas estructuras es particularmente importante, pues son los espacios más explícitos de esta disputa: los centros de estudios, las fundaciones, medios de comunicación y centros de encuestas, entre otros. Es fundamental reconocer el impacto que tienen estas plataformas, desde el espacio mínimo de cada foro hasta el impacto masivo de una encuesta o un editorial, pasando por los múltiples esfuerzos por formar líderes de opinión. En el encuentro entre organizaciones constructoras del sentido común, nacería la posibilidad de configurar nuevos códigos y reapropiarse de conceptos.[/cita]

Es decir, junto con disputas en la institucionalidad (electorales) y en la calle (movilización social), hay una pelea por el ideario que rige una sociedad. No se trata, como algunos pretenden, de sólo generar organizaciones “contrahegemónicas” para rebelarse al sentido común imperante, se trata de atreverse a construir uno nuevo. Una fuerza política que pretenda transformar el país necesita legitimarse profundamente, pues la gran batalla de la izquierda fue y sigue siendo cultural. Una cultura transformadora, con sus académicos, centros de pensamiento, de creación y difusión cultural, es fundamental. Así, para pasar de construir proyectos de marginalidad a uno de mayoría, tan importante como las convergencias de los bloques políticos es la formación de una cultura común fundacional.

Al respecto, hay dos factores gravitantes:

En primer lugar, la interacción y coordinación entre algunas estructuras es particularmente importante, pues son los espacios más explícitos de esta disputa: los centros de estudios, las fundaciones, medios de comunicación y centros de encuestas, entre otros. Es fundamental reconocer el impacto que tienen estas plataformas, desde el espacio mínimo de cada foro hasta el impacto masivo de una encuesta o un editorial, pasando por los múltiples esfuerzos por formar líderes de opinión. En el encuentro entre organizaciones constructoras del sentido común, nacería la posibilidad de configurar nuevos códigos y reapropiarse de conceptos. Un aporte vital, pues los movimientos y partidos, por su naturaleza, están determinados por los plazos electorales. Es en estas organizaciones es donde recae la posibilidad de mantener discusiones, más allá de los debates de cada elección y consolidar una fuerza transformadora.

En segundo lugar, la construcción tiene que superar los esquemas de marginalidad. En definitiva, el desafío de convocar mayorías no se resuelve, simplemente, sumando minorías. Tiene que haber una intención real de hablar a un público que va más allá de los convencidos de siempre. Hay que atreverse a salir de los cómodos debates académicos y construir una cultura desde la calle, la televisión, el mall, dónde sea necesario. La movilización social es fundamental para esto, pero para sostenerse es importante, también, disputar los espacios del pensamiento político y de difusión.

En este nuevo ciclo político, es importante no emborracharse con las recientes derrotas electorales que ha tenido la derecha. Terminada la fase electoral, por un tiempo, hay muchas oportunidades que se abren en otros espacios. Nuestro mayor desafío será converger en una amplia cultura transformadora que le dé sustento a los avances electorales y fuerzas emergentes en el Parlamento para construir, en el largo plazo, un nuevo sentido común. No vaya a ser que descubramos que, nuevamente, perdemos ganando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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