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La fronda institutana, el soldado Chauvin y Finlandia

Conrado Venegas
Por : Conrado Venegas Ingeniero civil, Universidad de Chile.
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Las tendencias educacionales vigentes apuntan hacia mayores grados de inclusión. ¿Queremos formar niños que pasan muchos años relacionándose exclusivamente con aquellos de excelentes notas? ¿Con puros hombres? ¿Con puras mujeres? ¿Será bueno? Ciertamente no. El desafío que se tiene es justamente formar niños que en el mundo real deberán estar mejor preparados para trabajar en la diversidad, la inclusión y el trabajo conjunto de hombres y mujeres.


Interesante están resultando los planteamientos que está realizando un grupo de ex alumnos del Instituto Nacional, quienes han intervenido con gran fuerza en el debate educacional. Todo esto, con gran cobertura mediática, a páginas completas y en editoriales recogidos por los tradicionales medios escritos El Mercurio, La Segunda y la revista Qué Pasa. El tema que los convoca es el programa  educacional de Michelle Bachelet y, más específicamente, las palabras del ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, quien ha planteado la conveniencia de eliminar gradualmente la selección académica en los colegios emblemáticos, o Liceos de Excelencia Bicentenario.

El Mercurio, en su cuerpo dominical Reportajes del 27 de abril, titula “Ese singular orgullo de ser un institutano” e inicia su crónica señalando “Son una especie de estirpe los institutanos”. El reportaje reproduce las palabras del institutano Carlos Ominami, quien muestra una gran dedicación para luchar a favor de la  segmentación académica en su ex colegio, señalando: “La selección colabora a la formación de una élite republicana. Tenemos una élite que está constituida sobre la base del poder del dinero y que se educa en grandes colegios particulares, todos sobre la cota mil. Frente a esto, yo creo que es importante que exista otra élite, una que se fundamente en los valores republicanos y en la meritocracia”. Ominami, luego de exaltar las bondades de su ex colegio, remata diciendo que “te da una cierta superioridad llegar ahí por talento, inteligencia y esfuerzo, no por dinero”. Llama la atención que no hay pronunciamiento alguno respecto al resto de los planteles de educación que tienen de cabeza discutiendo al país. El acento está puesto exclusivamente en la formación y mantención de una élite de la que se sería parte.

Posteriormente, en La Segunda del 29 de abril, Ominami se explaya nuevamente planteando: “Soy muy crítico de los anuncios del ministro Nicolás Eyzaguirre” y  señala que, a su juicio, va a ser el golpe de gracia contra el Instituto Nacional (los anuncios de Eyzaguirre). Recuerda que: “Entré a ese colegio gracias a mis propios méritos, luego de dar un examen de admisión, y siento que fue un componente fundamental de mi formación y de la de muchas generaciones que pasaron por allí”. Nuevamente, la fuerte preocupación por proteger la construcción de una élite de la que se siente parte.

Adicionalmente, en el reciente artículo «¿Selección Nacional?», de la revista Qué Pasa, Ominami arremete con gran ímpetu. Esta vez lo hace junto a otro institutano, el abogado Darío Calderón. El semanario señala: “A un lado del teléfono el ex senador Carlos Ominami. Al otro, el abogado radical Darío Calderón. –Esto no puede ser–. Tenemos que hacer algo–, fue el diálogo. Los telefonazos entre ex alumnos del Instituto Nacional comenzaron apenas Nicolás Eyzaguirre hizo su anuncio”. Asimismo la revista señala que “Ominami y Calderón acordaron armar un frente de defensa del Instituto Nacional y desplegar todos sus contactos para hacer ver los problemas de terminar con la selección”. Se puede deducir aquí que podría venir un intenso lobby, que recorrerá probablemente diferentes centros de poder.

En todo esto nos resuena la famosa fronda aristocrática a la que Alberto Edwards, el año 1928, convocaba para forjar y conducir una república en forma creada con los valores del patriotismo, honradez, prudencia y espíritu de empresa. Lamentablemente, para los defensores de construir élites mediante la segregación o descreme de alumnos en la educación, los tiempos actuales no los acompañan. Una suerte de fronda institutana, una vanguardia revolucionaria o un foco insurreccional, ciertamente, no serían oportunos ni eficientes para impulsar, progresivamente, mayores grados de equidad en el Chile de hoy. Muy por el contrario, actualmente se reclaman espacios de mayor inclusión y no de segregación ni focalización.  De hecho, soplan los vientos que Daron Acemoglu y James Robinson echaron a volar en su ya legendario libro Por qué Fracasan los Países. Estos autores se juegan por completo por la construcción de sociedades cada vez más inclusivas, donde segmentos cada vez más amplios de la sociedad se vayan organizando en estructuras creciente y evolutivamente inclusivas. De esta forma se mitigaría el riesgo de continuar políticas de generación de élites que no resuelven la concentración, son altamente autorreferentes y autorreproducibles y que, asimismo, se autoevalúan muy bien en su desempeño. Llevado esto a la cuestión escolar en Chile, la tarea prioritaria de hoy es avanzar en que cada colegio y cada escuela, de todo el territorio del país, ascienda gradualmente hacia mayores grados de inclusión e integración, en oposición a la segmentación.

Ominami también señala a Qué Pasa, en un tono francamente fuerte, que: “El IN es el buque insignia de la educación pública, el lugar donde se formaba una élite republicana y meritocrática, que hacía contrapeso a la élite de los colegios particulares. Ahora quieren echarlo abajo”. Y advierte que “vamos a hacer oír nuestra voz, Nicolás Eyzaguirre no se da cuenta de que está picaneando a un gorila grande”. Terrible y agresiva frase esta última. Cuesta mucho entender que los supuestos miembros de una élite fundada en valores meritocráticos y republicanos se identifiquen con un gorila al que sería peligroso picanear. Francamente se ve muy mal y además, por la formas, alguien podría entenderlo como una amenaza al ministro Eyzaguirre en un momento en que se supone se está por privilegiar un diálogo democrático.

Como ex institutano de la generación del 68, la misma de Carlos Ominami, Carlos Yañez, Servet Martínez, Ricardo Santibáñez, León Cohen y muchos otros, tengo un recuerdo muy diferente. No éramos un grupo homogéneo de capacidades académicas superiores. Este concepto es completamente alejado de la realidad que vivimos. Había alumnos académicamente muy buenos, buenos, regulares, malos y muy malos, distribuidos en una forma que se aproximaba bastante a lo que se denomina una distribución normal. Nadie podría decir que estábamos todos próximos de ser los más capaces o los mejores.

La gracia era justamente que el Instituto Nacional nos dio a niños normales una educación de calidad, que permitió a muchos un buen desarrollo profesional. No obstante lo anterior, hoy igual estimo que un colegio mixto nos habría dado una mucho más completa y mejor formación.

De innumerables conversaciones con variados institutanos por muchos años y ahora con estos planteamientos respecto a la selección académica, no puede dejar de percibirse la permanente presencia de un aroma a chovinismo. Este vocablo tiene su origen en el soldado francés, Nicolás Chauvin, quien fuera condecorado durante las guerras napoleónicas por su gran heroísmo. Según se cuenta, su galardón era tan grande como grande fue también su autoexaltación, que él mismo divulgó para ser condecorado. De ahí surge el vocablo chovinismo, que resume ese discreto encanto de autoexaltarse y diferenciarse pero que, inexorablemente, lleva al desmedro de otros. No es casual que en el idioma inglés contemporáneo la palabra chauvinism significa también machismo. Ciertamente, la educación que hoy provee el Instituto Nacional segrega de manera brutal a las mujeres. Simplemente, no se permite el ingreso de ninguna de ellas. ¿Queremos eso para la educación pública? Curiosamente, la educación privada mayoritariamente ha ido generando colegios mixtos. Llevan una gran delantera respecto al Instituto Nacional en la incorporación de prácticas educativas más inclusivas a este respecto.

Así las cosas, ¿será adecuado mantener el ingreso de niños-alumnos seleccionandos por sus notas y resultados de pruebas de conocimiento? En el siempre comentado y alabado caso de Finlandia, la situación es decididamente diferente, puesto que allí, además de no haber selección, los niños hasta los 16 años son principalmente evaluados verbalmente en conversaciones de confianza con sus profesores. Las tendencias educacionales vigentes apuntan hacia mayores grados de inclusión. ¿Queremos formar niños que pasan muchos años relacionándose exclusivamente con aquellos de excelentes notas? ¿Con puros hombres? ¿Con puras mujeres? ¿Será bueno? Ciertamente no. El desafío que se tiene es justamente formar niños que en el mundo real deberán estar mejor preparados para trabajar en la diversidad, la inclusión y el trabajo conjunto de hombres y mujeres.

Afortunadamente, Qué Pasa da buena cobertura a lo que piensa el también institutano Mario Marcel, quien señala, respecto de institutanos que se organizarían para argumentar en contra de la inclusión e integración propuesta, que “me encantaría demostrar que el IN puede ser de excelencia sin la ayuda de la selección. Los ex alumnos deberíamos apoyar esta transformación en lugar de hacer presión para impedir el cambio”. Marcel va más allá y dice ser partidario de una reestructuración profunda del instituto, convirtiéndolo en un establecimiento mixto (hombres y mujeres), con cursos más pequeños, que identifique y apoye a los alumnos con problemas y que cultive la diversidad y la tolerancia. Estas simples y sencillas palabras requieren un gran apoyo, puesto que detrás de ellas hay una enorme, compleja y difícil tarea que el ministro Eyzaguirre y el país tienen por delante, debiendo canalizarse muchos esfuerzos y recursos para poder avanzar gradualmente sin pausas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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