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El legado del Instituto Pedagógico a 125 años de su creación

Iván Páez
Por : Iván Páez Director ejecutivo del Programa de Educación Continua para el Magisterio (PEC) de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
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Reponer “lo pedagógico” desde sus propios actores contribuiría de gran manera a reposicionar un debate inconcluso y muchas veces invisibilizado. Desde esa reposición habrá que abordar la pertinencia y alcance del concepto “calidad educativa”, concepto manoseado y exógeno que debe ser revisado y actualizado. También es fundamental que desde ese reposicionamiento la Universidad de Chile y las demás instituciones universitarias pertenecientes al Estado construyan un debate pedagógico respecto a la formación de profesores.


Hace 125 años, mediante el Decreto N° 1113, de 29 de abril de 1889, la República centenaria daba a luz uno de los proyectos más emblemáticos del país: la creación del “Pedagógico”, que no sólo constituyó un gran salto cualitativo en la formación de profesores, sino que además vino a sellar una etapa de transformaciones nacionales. ¿Existe un legado que recoger? ¿Qué aspectos son necesarios de atender para abordar los actuales desafíos?

El Instituto Pedagógico fue muy significativo para Chile y en particular para la propia Universidad de Chile. Reflexionar acerca de su legado es complejo por cuanto éste se manifiesta en varias aristas. Por una parte la dimensión político-pedagógica, que nos evidencia la existencia de un Estado absolutamente comprometido con la educación pública. Es desde el Estado donde se concibe la necesidad de mejorar la formación de profesores, y que luego se encauza en la organización universitaria –a pesar de las dificultades y desconfianza– cuando la formación docente se vincula directamente a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, entidad encargada a esa fecha de supervisar la enseñanza primaria y secundaria del país.

Pero no sólo es transcendental aproximar ese rol estatal y su compromiso con la educación pública, sino que también la concepción organizacional inherente a esa construcción institucional; el salto cualitativo que dio el país con la implementación del Instituto Pedagógico no pudo desarrollarse sin atender las propias capacidades ya instaladas, y la experiencia y el conocimiento acumulados. La creación del Instituto Pedagógico recoge la experiencia de la Escuela Normal para Preceptores y las prácticas docentes en el Instituto Nacional, lo que sumado a la revisión y aproximación de experiencias internacionales, constituyen la base de la nueva propuesta.

Y quizás el aspecto más importante, la consideración del saber pedagógico, que Valentín Letelier lo caracteriza como la “didáctica”. La creación del Instituto Pedagógico consideró un reconocimiento de la especificidad de ese saber, alejando la creencia de la época de que cualquier profesional, por muy bien preparado que esté, puede hacerse cargo del proceso formativo en las aulas chilenas.

[cita]Reponer “lo pedagógico” desde sus propios actores contribuiría de gran manera a reposicionar un debate inconcluso y muchas veces invisibilizado. Desde esa reposición habrá que abordar la pertinencia y alcance del concepto “calidad educativa”, concepto manoseado y exógeno que debe ser revisado y actualizado. También es fundamental que desde ese reposicionamiento la Universidad de Chile y las demás instituciones universitarias pertenecientes al Estado construyan un debate pedagógico respecto a la formación de profesores.[/cita]

Es loable esa visión de Valentín Letelier, quien ya en el siglo XIX comprendió que el saber docente debe estar situado y ser pertinente a los propios saberes pedagógicos. Hoy, a 125 años de la creación del Instituto Pedagógico, es esencial retomar y atender una concepción político-pedagógica que considere al Estado como un ente protagónico; que en aspectos organizacionales se consideren las propias capacidades instaladas y, a partir de éstas, proyectar; y que la formación docente para el aula se construya esencialmente desde los propios saberes y prácticas docentes. Tres aspectos claves a la hora de pensar e implementar las transformaciones que hoy se requieren en la formación de profesores.

Pero el Instituto Pedagógico no sólo representó un paradigma de la formación de profesores, sino que también albergó en su seno intensas y exhaustivas deliberaciones en torno a mejorar la educación chilena. De ahí que hoy es muy necesario rescatar las voces y experiencias de nuestros actores educativos. El paradigma técnico-instrumental que a la fecha ha predominado se queda en un enfoque que sólo aborda el “sistema educacional”, pero adolece de vínculo intersubjetivo con el núcleo educativo –escuelas, profesores, estudiantes, trabajadores de la educación– y todos quienes constituyen el acto educativo día a día. Esa experiencia, esas voces hoy deben convertirse en el eje central de las transformaciones. No pueden implementarse reformas públicas sin la participación de los y las protagonistas principales.

De ese modo, además reconocemos nuestra propia historia. La separación arbitraria de las pedagogías de la Universidad de Chile, oficializada en el DFL Nº 1 del 3 de enero de 1981, promulgado por la dictadura, no fue sólo un acto administrativo, sino que respondía a una concepción sobre lo pedagógico, del rol docente y de los otros actores vinculados; al fin y al cabo, una concepción respecto a la sociedad y la educación. Es la época en que se hace patente el cambio del rol del Estado frente a la educación, y por sobre todo frente a la educación pública. Desde ahí se desvirtúa el camino que señalizó Valentín Letelier de alguna forma, y se pasa a un enfoque que minimiza el rol del profesor y el saber pedagógico, deteriorando, por ende, su estatus, debilitando la formación de profesores, todo con la tarea de desvirtuar la generación de una conciencia crítica, juiciosa y reflexiva en los estudiantes, aspecto tan estratégico para un país y la construcción de una sociedad democrática.

Ha sido apreciable hasta ahora observar que diversos actores de la educación han podido ser escuchados por los representantes ministeriales, pero en esta hora republicana no basta sólo con la “escucha social” sino que el país requiere de participación. Una de las herencias de nuestro Instituto Pedagógico fue la relevancia que tenía la deliberación y la participación.

Reponer “lo pedagógico” desde sus propios actores contribuiría de gran manera a reposicionar un debate inconcluso y muchas veces invisibilizado. Desde esa reposición habrá que abordar la pertinencia y alcance del concepto “calidad educativa”, concepto manoseado y exógeno que debe ser revisado y actualizado. También es fundamental que desde ese reposicionamiento la Universidad de Chile y las demás instituciones universitarias pertenecientes al Estado construyan un debate pedagógico respecto a la formación de profesores.

No sólo es necesario aumentar las propias capacidades a fin de preparar a los docentes para el mundo de hoy, abordando las correspondientes transformaciones culturales que viven permanentemente niños y jóvenes, sino que además se requiere aproximar la complejidad y diversidad del pensamiento contemporáneo que se construye y se interrelaciona en el espacio educativo.

El reciente llamado a la reflexión nacional por parte de los actores vinculados a los procesos formativos es una buena señal. Es de esperar que esa reflexión se expanda a todos los territorios del país y pueda ser un buen apronte para una gran conversación y deliberación que concluya con una nueva Carta magna que recoja la diversidad de todo un país, donde la educación pública pueda reinstalarse como un protagonista principal de la república.

A 125 años de la creación del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile es una tarea que debe abordarse sin más dilación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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