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Juan Carlos “El Breve”

M.E. Orellana Benado
Por : M.E. Orellana Benado Consultor, profesor universitario y ensayista
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La fortuna de don Juan Carlos bordea los dos mil millones de dólares. Esta cantidad impresiona. La familia de Borbón y Borbón-Dos Sicilias perdió casi todo su patrimonio luego de la caída de la monarquía y la instauración de la República. Y la compensación económica que la España de la Comunidad Europea concede por el desempeño de la función monárquica es la más baja de las casas “reinantes” europeas. El Rey, al parecer, ganó su fortuna presentando personas y forjando un asombroso abanico de relaciones sociales en innumerables reuniones en sus distintos palacios, un ejercicio de “lobby”, digamos, real.


Así llamó por un tiempo Santiago Carillo, el legendario líder del Partido Comunista Español, a don Juan de Borbón y Borbón, entonces sólo Príncipe de Asturias, el nieto mayor del último monarca dinástico que tuvo España antes de la República, quien anunció esta semana su intención de abdicar. (En el primer tercio del siglo XX, la República Española construyó una residencia para su embajador en Chile ubicada, con sentido del humor, en la avenida Pedro de Valdivia, una casona que, aunque venida a menos, sobrevive bajo la protección de la I. Municipalidad de Ñuñoa, entre los números 3632 y 3636).

Según las malas lenguas, cuando en su adolescencia un disparo atribuido a don Juan Carlos terminó con la vida de su hermano menor, Francisco Franco Bahamonde, el autoproclamado “Caudillo de España por la gracia de Dios”, lo pidió a su padre para educarlo bajo su supervisión, tarea que encomendó al abogado y político Torcuato Fernández-Miranda. Carillo bromeaba que, si llegaba a ser coronado como, por lo demás, lo disponía la cota de malla constitucional con la que Franco creyó dejar todo “atado, muy bien atado”, su reinado sería breve. De ahí el apodo jocoso, Juan Carlos “El Breve”. Cuarenta años más tarde las cosas no se ven así.

Luego de su coronación, don Juan Carlos y Fernández-Miranda procedieron a desmantelar el franquismo e instaurar la democracia. El Rey contó en adelante con la simpatía de Santiago Carrillo, que dejó de mofarse de él. Luego de unas horas de reflexión, el rey Juan Carlos frustró el intento de golpe de Estado del coronel Tejero en 1981 con un discurso televisado en el que apareció vestido de Comandante en Jefe.

[cita]Según informó hace unos años el Diario Serio, la fortuna de don Juan Carlos bordea los dos mil millones de dólares. Esta cantidad impresiona. La familia de Borbón y Borbón-Dos Sicilias perdió casi todo su patrimonio luego de la caída de la monarquía y la instauración de la República. Y la compensación económica que la España de la Comunidad Europea concede por el desempeño de la función monárquica es la más baja de las casas “reinantes” europeas. El Rey, al parecer, ganó su fortuna presentando personas y forjando un asombroso abanico de relaciones sociales en innumerables reuniones en sus distintos palacios, un ejercicio de “lobby”, digamos, real.[/cita]

Ese día en las Cortes sólo el mencionado Carrillo y el entonces Presidente de Gobierno, Adolfo Suárez, antiguo jefe del franquismo devenido en demócrata, permanecieron de pie ante las ametralladoras de los uniformados. Al año siguiente Felipe González ganó las elecciones y encabezó el gobierno español, cargo en el que permaneció por los siguientes tres lustros.

En las siguientes décadas, el respaldo real a la institucionalidad democrática le ganó a don Juan Carlos una suerte de impunidad. Los medios de comunicación españoles rara vez y sólo de manera tangencial pusieron en tela de juicio su conducta. Recién a fines del siglo XX la revista The New Yorker lo hizo, aunque de manera sutil, en un artículo del periodista y escritor estadounidense Jon Lee Anderson que, por cierto, no tuvo repercusión alguna en España, país que no destaca por su dominio de lenguas extranjeras. Ironía de ironías, unos años más tarde, ese artículo le permitió a Anderson entusiasmar al entorno inmediato del capitán general Augusto Pinochet para que le permitieran entrevistarlo en Santiago y en Londres. Se encontraron varias veces, la última de ellas, ya en la capital británica, días antes del inicio del eclipse de Pinochet al ser tomado prisionero por la policía británica en The London Clinic.

Según informó hace unos años el Diario Serio, la fortuna de don Juan Carlos bordea los dos mil millones de dólares. Esta cantidad impresiona. La familia de Borbón y Borbón-Dos Sicilias perdió casi todo su patrimonio luego de la caída de la monarquía y la instauración de la República. Y la compensación económica que la España de la Comunidad Europea concede por el desempeño de la función monárquica es la más baja de las casas “reinantes” europeas. El Rey, al parecer, ganó su fortuna presentando personas y forjando un asombroso abanico de relaciones sociales en innumerables reuniones en sus distintos palacios, un ejercicio de “lobby”, digamos, real.

La obsecuencia de los medios españoles permitió a don Juan Carlos, además de acumular una fortuna, otros deslices reales que, si bien en sus antepasados fueron costumbre regular, en la segunda mitad del siglo XX ya no vestían a nadie. Fue infiel a doña Sofía, una mujer de clara inteligencia, y que fuera el factor fundamental de que su marido salvara su corona. Ella sabía que su hermano había perdido el trono de Grecia en 1973 a manos de los militares a los que respaldó desde el golpe de “los coroneles” en 1967.

En 2012 vino el elefantiásico traspié en Botsuana, cuando luego de fracturarse la cadera en una cacería, en medio de la crisis económica española, se difundió una foto de don Juan Carlos junto a un paquidermo muerto. Ya el año anterior la reputación de la Casa Real había comenzado a caer en picada con el escándalo generado por su yerno, el entonces duque consorte de Palma-Mallorca, que está siendo juzgado, acusado de desviar fondos públicos a su bolsillo. ¿Podrá don Felipe, con el apoyo de su mujer y de su señora madre, mantenerse en el trono?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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