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Educación preescolar ¿para qué?

Matías Wolff
Por : Matías Wolff Antropólogo y militante de Revolución Democrática.
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David Bravo dirige hoy una Comisión crucial para enmendar el camino en el que nos ha sumido la ortodoxia monetarista que hizo de Chile un experimento social sin precedentes y un caso de estudio sobre la transición del autoritarismo a un “neoliberalismo con rostro humano”. Es de esperar que, así como debieran serlo para la formación de los niños y niñas de nuestro país, los valores de lo público, lo solidario y lo común sean también los que estén en el centro de la reforma que se propone devolver la dignidad a quienes han trabajado por años y hoy esperan una respuesta real y profunda.


David Bravo, director del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile y actual presidente de la Comisión de Expertos nombrada por la Presidenta para que atienda la crisis del sistema de pensiones, acaba de escribir una columna en Revista Capital acerca de la importancia de la educación inicial como factor clave en la superación de la desigualdad. Esta preocupación, que ha sido tomada, como señala Bravo, como uno de los puntos centrales de la reforma educacional comunicada por Bachelet el pasado 21 de mayo, es también una de las «trincheras» más importantes de la crítica conservadora a la misma reforma. Los centros de pensamiento vinculados a la derecha, así como muchos de sus conspicuos columnistas, han radicado en la discusión sobre infancia el objeto de sus preocupaciones más importantes en materia educacional, con el argumento, atendible sin duda, de que intentar los cambios en la educación escolar y universitaria, es llegar tarde al problema.

Si bien la recurrencia de este tipo de argumentos por parte de la derecha parece repetirse cada vez que se debate acerca de una reforma profunda al “modelo”, lo cierto es que la educación preescolar se ha transformado en un tema crucial del debate político. Pero la pregunta que impone esta disputa no es sólo si debemos o no poner el foco principal en este período de la formación humana. Antes bien, habría que preguntarse sobre qué forma de educación inicial y sustentada en qué valores y principios deberíamos impulsar. A este respecto, el paradigma que parece sugerir Bravo como fundamento de la educación inicial al parecer no se aparta de las lógicas que el manido “nuevo ciclo político” está demandando superar, para reemplazarlas por otras que se centren en una revaloración de lo público, lo solidario y lo común como sus pilares esenciales. Los principios que fundamentan lo que propone Bravo al respecto son, aparentemente, aquellos que buscan formar «alumnos con competencias que les faciliten la adquisición de conocimientos, resilientes, perseverantes y con alta autoestima», tal como se lee en el programa de una de las iniciativas que cita como ejemplos a seguir («Tools of the mind«), programa que tiene, por lo demás, un acuerdo de cooperación con el prestigioso Centro que dirige Bravo dentro de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile.

[cita]David Bravo dirige hoy una Comisión crucial para enmendar el camino en el que nos ha sumido la ortodoxia monetarista que hizo de Chile un experimento social sin precedentes y un caso de estudio sobre la transición del autoritarismo a un “neoliberalismo con rostro humano”. Es de esperar que, así como debieran serlo para la formación de los niños y niñas de nuestro país, los valores de lo público, lo solidario y lo común sean también los que estén en el centro de la reforma que se propone devolver la dignidad a quienes han trabajado por años y hoy esperan una respuesta real y profunda.[/cita]

Centrado en la capacidad y el desarrollo de habilidades personales duras y blandas, este paradigma respecto a la formación de los niños es profundamente tributario de los desarrollos de las psicologías humanistas y la ola New Age de los años 80 en su alianza con la empresa postfordista y hoy se ha transformado en lingua franca en la psicología organizacional. No sólo eso: su influencia ha permeado a la opinión pública a través de los medios masivos, en particular mediante las revistas de los grandes conglomerados periodísticos dirigidas a las mujeres (Ya, Revista de la Mujer, Paula, Caras, etc.), los libros de autoayuda de diversos gurús y psicólogos y en los testimonios de personalidades que reportan sus diversos beneficios. Aún cuando tuvo una importancia incuestionable en términos de proponer una crítica a la dimensión autoritaria de las instituciones formativas del capitalismo industrial de la postguerra (escuelas disciplinarias y jerárquicas, organización del trabajo hiperverticalizada y piramidal, etc.), insistir en esta filosofía psicológica hoy día es una forma quizás más sutil pero no menos determinada de mantener la estructura político-ideológica que hoy deberíamos superar. El nivel de su penetración es tan hegemónico, que muchos manejan sus conceptos fundamentales como si se tratara de meras “herramientas” sin una historia política e intelectual detrás.

Retomar una dimensión crítica, comunitaria y cívica en educación de primera infancia, valores que están más allá de la dimensión puramente personal, debiera ser parte de lo que queremos también para profundizar la democracia y apartarnos de la ola neoliberal que ha hecho de ciertos atributos profundamente individuales (perserverancia, resiliencia, autoestima) el núcleo de la formación de los seres humanos. Si es cierto lo que todos los comentaristas parecen decir –los primeros años de vida son aquellos donde se forman irremediablemente los instrumentos que tendremos luego para leer la realidad y actuar sobre ella–, cambiar el foco de ese paradigma resulta aún más apremiante.

Pero no sólo ahí es necesario un cambio urgente. David Bravo dirige hoy una Comisión crucial para enmendar el camino en el que nos ha sumido la ortodoxia monetarista que hizo de Chile un experimento social sin precedentes y un caso de estudio sobre la transición del autoritarismo a un “neoliberalismo con rostro humano”. Es de esperar que, así como debieran serlo para la formación de los niños y niñas de nuestro país, los valores de lo público, lo solidario y lo común sean también los que estén en el centro de la reforma que se propone devolver la dignidad a quienes han trabajado por años y hoy esperan una respuesta real y profunda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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