Publicidad
El legado de las FF.AA en Chile: entre el imaginario social y la imagen Opinión

El legado de las FF.AA en Chile: entre el imaginario social y la imagen

H. Solís
Por : H. Solís Licenciada en Historia con mención en Ciencia Política
Ver Más

Más allá de la eterna pugna sobre cuán válidas son las fuentes sobre las cuales construimos nuestra historia nacional, sobre quién tiene la versión oficial, es vital avanzar en los imaginarios sociales con un uso mucho más positivo y propositivo, ya que estos contrastes son las ventanas que hacen replantear el debate político e histórico sobre el rol de las Fuerzas Armadas en el golpe de Estado en 1973.


El reportaje del programa “En la Mira” de Chilevisión, generó una plataforma que nos permite debatir acerca del rol de las Fuerzas Armadas a lo largo de nuestra historia reciente. Su principal objetivo era presentar y contrastar el imaginario y la imagen social de dicha institución.

Es de conocimiento público que el Ejército, por ejemplo, fue un componente esencial en los procesos vinculados con la expansión territorial en el siglo XIX, lo que significó la construcción de un gran autoconcepto institucional por la labor realizada, desde la Guerra del Pacífico hasta la Incorporación de la Araucanía. A partir de 1924, el rol comienza a dar un giro desde la seguridad y la defensa del territorio nacional hacia la política y los procesos políticos de reivindicaciones sociales y salariales (Ruido de Sables, La República Socialista de Grove, entre otros)

La temprana profesionalización y separación entre el poder civil y militar, son características que nos hacen cuestionar el por qué de la irrupción en 1924, 1932 y finalmente en 1973. Felipe Agüero, en Militares, Estado y Sociedad en Chile plantea que debido a la influencia del ejército prusiano (del cual se toman las bases para la profesionalización), el Ejército chileno habría construido una autoimagen ligada a una misión de honor que se relaciona con hacerse cargo y fomentar el desarrollo del país. Sumado a ello, la nula participación a inicios del siglo XX en la arena política para llevar a cabo tal misión, irá carcomiendo sus relaciones con la élite gobernante y generando una cierta alineación/distancia de los temas sociopolíticos de la época. Posteriormente, esta situación incorporará nuevos componentes, pero siempre sobre la base de la misma fórmula: el Ejército tiene la tarea imperiosa de proteger a Chile y ese es su deber. Ese es el imaginario que se comienza a construir; una autopercepción de su labor castrense, un imaginario, en definitiva.

Bronislaw Baczko señala que es por medio del imaginario que se pueden alcanzar las aspiraciones, los miedos y las esperanzas de un pueblo. El imaginario lo definimos como el perfil, el ideal de percepción que desearíamos que el resto tuviese de nosotros. Es, pues, “un conjunto real y complejo de imágenes (de lo que somos y queremos) que aparecen para provocar sentidos diversos, sentidos que acaecen, se instituyen y abren mundo.

Por otra parte, las imágenes –y sobre todo las arquetípicas– son producidas e históricas, construidas por los hombres en la sociedad; por lo tanto, obedecen a las herencias y a las creaciones; son el resultado de transferencias y de préstamos. Estas imágenes son posibles porque las generaciones transmiten los imaginarios en la vida de todos y todos los días.

[cita]Las Fuerzas Armadas de Chile en los últimos 40 años se han encontrado en esta dicotomía entre el ser y el parecer. El marco temporal lo ubicamos en ese rango, puesto que en esa etapa se construyó la legitimidad para el régimen y, por lo tanto, el imaginario acerca de la labor de los militares. Nos referimos al Proyecto Refundacional que contienen los documentos “Objetivo Nacional” y “Declaración de Principios”, emitidos en marzo de 1974.[/cita]

Señalado esto, las Fuerzas Armadas de Chile en los últimos 40 años se han encontrado en esta dicotomía entre el ser y el parecer. El marco temporal lo ubicamos en ese rango, puesto que en esa etapa se construyó la legitimidad para el régimen y, por lo tanto, el imaginario acerca de la labor de los militares. Nos referimos al Proyecto Refundacional que contienen los documentos “Objetivo Nacional” y “Declaración de Principios”, emitidos en marzo de 1974. Sin ir más lejos, la llamada Doctrina Schneider es la guía sobre la cual las Fuerzas Armadas tuvieron que decidir respecto de los pasos y decisiones a seguir ante los eventuales resultados de la elección de 1970 y la posición que debían adquirir. Y como éstas se debían a la nación más que al Estado, debido al imaginario que ya habían construido, esa distinción condicionó la subordinación al poder civil. Una vez que dejó de existir, se dará pasó a la discrecionalidad militar.

Junto a ello, el apoyo de civiles en el proceso intentó mitigar la diferencia entre imaginario e imagen, que para una mayoría importante bordea entre lo ideal y una ficción. Una relación que resulta importantísima, porque es en la construcción de imágenes sociales en donde las sociedades diseñan sus identidades y objetivos, detectan sus enemigos, explican su pasado, presente y futuro. Se trata de un momento estratégico que explica el inicio de conflictos sociales actuales y los mecanismos de control de la vida social que, implícitamente, se han empleado y que persisten hasta el día de hoy en Chile y que explotaron con este reportaje.

Carlos Huneeus plantea que la necesidad de legitimar el régimen de Pinochet tanto en el ámbito constitucional, económico como político, fue una tarea fundamental. Y ello tiene directa relación con el fortalecimiento del imaginario, mas no necesariamente de la imagen. Ante esto, la idea de la defensa nacional se planteó automáticamente luego del golpe de Estado, junto además con la creación de la DINA y posteriormente la CNI. Muchos de quienes comparten este imaginario ven al régimen del general Pinochet como el gobierno que salvó al país de una “debacle socialista”, como sería la de Allende. Sin embargo, en términos de elementos que tienen que ver con lo real –y, por tanto, con la imagen que se tiene en particular del Ejército–, como lo es la violación a los Derechos Humanos, la limitación de medios de comunicación de oposición, la proscripción de partidos políticos, es decir, todos aquellos factores que determinan calificar al período como dictadura, no son reconocidos como hechos reales o incluso no son objeto de investigación y discusión. El imaginario entonces no se condice con la imagen.

El discurso de despedida de Augusto Pinochet al dejar la Comandancia en Jefe del Ejército en 1998, da cuenta del imaginario, la propaganda y el discurso central que forman parte de esto: la idea de restauración de la institucionalidad quebrantada.

(…) ¡Eran evidentes las posibilidades de autodestrucción de Chile! ¡Primaron entonces los deberes patrióticos por sobre toda otra consideración! Las Fuerzas Armadas, destinadas a asegurar y defender la integridad de la Patria, deben en estas circunstancias extremas pronunciarse. El Ejército y sus instituciones hermanas asumieron la conducción del Estado y se abocaron a la restauración de la institucionalidad quebrantada y a la reconstrucción social, política y económica del país (…).

El discurso del ex General Pinochet es bastante elocuente y resume no sólo el imaginario en el que se sustentaron sus acciones, sino también la imagen que se pretendía proyectar, utilizando el argumento de la seguridad, la reconstrucción de la economía y el sentimiento de la tarea cumplida. Esto nos comprueba que la presencia del Ejército en términos sociales se extrapola al período en donde efectivamente gobernó. Forman parte de los enclaves autoritarios que podríamos categorizar como socio-históricos en ese caso. Dicho imaginario que relata en su discurso, comienza a desmoronarse en 1998, ya que la detención del ex general Pinochet significó el fin de un período de impunidad social, mas no judicial, ante los hechos ocurridos durante la dictadura; en definitiva, de la contraposición entre imaginario e imagen.

Un imaginario, por tanto, que se fortalece con el argumento del estado de guerra, acompañado de un fuerte discurso político y que ya entrados los 80 contará con un grupo de adherentes civiles, entre los que se consideran los “gremialistas” y los tecnócratas, que serán pilares fundamentales en la construcción del proyecto político y económico que tenía Pinochet, que entre otras cosas pretendía consolidar sus metas como lo señaló en su discurso en Chacarillas. Todos estos elementos que forman parte del imaginario son absolutamente diferentes a la imagen, que es, efectivamente, el recuerdo que se tiene de la época de la dictadura, que son los relatos y pruebas con los que se cuenta hoy en día.

Ya no se trataba entonces de la alineación política que habían sufrido de parte de la élite, como lo fue en 1924, sino que sus mismas acciones determinaron la construcción de una imagen que dista mucho del imaginario que intentaron levantar. La autonomía, la profesionalización y el resguardo a la estabilidad política que habían mantenido hasta por lo menos 1924, son características destacables. Toda esa construcción social de un imaginario acerca de la misión, los ideales y los valores que representaban a los militares, se derrumbó en muy poco tiempo y, a pesar de querer enmendar con el “milagro económico”, todo ese camino se destruyó por completo, ya que la imagen, innegablemente, hoy en día es de directa relación con Pinochet y el golpe de Estado. De hecho, se hizo presente durante gran parte de la década de los 90, perpetuando estas características debido a dos factores: la permanencia de Augusto Pinochet como comandante en jefe, luego como senador y la poca colaboración en temas de Derechos Humanos. Si bien hubo un cambio de gobierno, la omnipresencia de Pinochet era fuerte. Por lo cual la figura de éste es fundamental, porque complementa esta especie de mesianismo dentro del Ejército guiando el proyecto refundacional que se planteó y que se dio a conocer en Chacarillas.

Por lo tanto, la imagen pública sobrepasó al imaginario. De algún modo, ese fue el error. Los imaginarios, entonces, producen valores, apreciaciones, ideales y conductas de las personas que conforman una cultura, en este caso, la castrense. Sin embargo, fue la imagen proyectada y no el imaginario (visto como ideal) lo que ha designado la distribución de los papeles y posiciones sociales, ya que se terminaron expresando e imponiendo creencias comunes que determinan principalmente modelos formadores respecto a lo que representan, y son, las Fuerzas Armadas en Chile y cómo se percibe a quienes forman parte de sus filas.

Los avances en temas de Derechos Humanos han sido sustanciales si los comparamos con 1993. En estos últimos 20 años, se ha recompuesto bastante con respecto a la información en las comisiones de investigación, así como el enjuiciamiento a Manuel Contreras, símbolo clave de la represión política, y lógicamente lo que representó, simbólicamente, la detención del ex general Pinochet en Londres en 1998. Sin embargo, la construcción de los imaginarios no ha logrado superar a la imagen colectiva que es bastante persistente y es una tarea relevante evitar que se consolide, finalmente. Más allá de la eterna pugna sobre cuán válidas son las fuentes sobre las cuales construimos nuestra historia nacional, sobre quién tiene la versión oficial, es vital avanzar en los imaginarios sociales con un uso mucho más positivo y propositivo, ya que estos contrastes son las ventanas que hacen replantear el debate político e histórico sobre el rol de las Fuerzas Armadas en el golpe de Estado en 1973.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias