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El sistema electoral que Chile ¿necesita o merece?

H. Solís
Por : H. Solís Licenciada en Historia con mención en Ciencia Política
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Por tanto los actores políticos serían un factor determinante en dichas diferencias, pues se adaptan a los incentivos estratégicos presentados por las leyes electorales, sin embargo , una de sus características es tener la capacidad de modificar los ajustes institucionales que transformen sus estrategias en resultados.


Carl Boix en el texto “Setting the Rules of the Game: The Choice of Electoral Systems in Advanced Democracies” propone una explicación bastante particular respecto a cómo los países escogen los sistemas electorales más idóneos de acuerdo a sus necesidades. El autor plantea que los cambios no emanan desde la ciudadanía o de las intenciones gubernamentales por mejorar la democracia sino que responden a intereses sectoriales y partidistas, ya que la instalación del modelo deriva de las decisiones de los partidos en el poder que pretenden maximizar su representación. Mientras la oferta electoral se mantenga y el actual régimen beneficie a los partidos en el poder, el sistema electoral no se modificará. Sin embargo si es que existiese una transformación en el mercado electoral y un aumento correspondiente en el grado de incertidumbre, se podría desencadenar un cambio en el tipo de régimen electoral. Esto último se produciría por la fuerza de los nuevos partidos emergentes para socavar a los antiguos, y la capacidad de los viejos partidos para coordinarse entre sí para bloquear el crecimiento de nuevos perpetuará el sistema existente.

El hecho de que los sistemas electorales estén determinados por quienes detentan y quienes desean el poder, suena bastante obvio. Sin embargo, el hecho de que la fuerza de los nuevos partidos y los nuevos movimientos sea la causal y a la vez determinante, es interesante de discutir. En la mayoría de los países latinoamericanos, los procesos de consolidación de independencia de Estados han sido liderados por las fuerzas oligárquicas y las elites locales. En pocos casos, como México, vemos algo distinto, en donde las bases sociales populares presionan hacia cambios. Lo mismo podríamos señalar de Europa, que si bien demoró un poco más en comparación con América Latina en consolidar sistemas democráticos y republicanos de gobierno, el punto de encuentro es el mismo: cómo la elite o la monarquía-aristocracia va compartiendo y cediendo el poder. De acuerdo a la capacidad de ampliar el espectro de votantes, se van abriendo nuevos espacios de participación de grupos, que inicialmente, no se habían consolidado o no creían posible la eventualidad de participar. En América Latina, la homogeneidad social permitió la instalación de sistemas electorales de pluralidad/mayoría, ocultando, así, la gran diversidad social y política que sí caracteriza a los latinos al igual que los europeos. No obstante, esa desvinculación con la realidad fue la que gestó en gran medida, a lo largo del siglo XX, las diversas guerras civiles, golpes de Estado y socavó las democracias al no dar cabida a todas las voces, radicalizando posiciones.

[cita] Por tanto los actores políticos serían un factor determinante en dichas diferencias, pues se adaptan a los incentivos estratégicos presentados por las leyes electorales, sin embargo, una de sus características es tener la capacidad de modificar los ajustes institucionales que transformen sus estrategias en resultados. [/cita]

Hoy en día, son esos grupos los que en Chile se están abriendo paso. Tenemos el ejemplo de Boric e igualmente podríamos incluir a Vallejo y Jackson que consiguieron escaños bajo las reglas del juego de los antiguos partidos y del actual sistema electoral. ¿Qué les falta a las demás agrupaciones? ¿Estar más consolidadas? ¿Ejercer más presión? ¿Es un problema de cultura ciudadana? Pues sí, porque las peticiones son heterogéneas en una ciudadanía que actúa, opina, decide, acepta las reglas del juego electoral y de manera homogénea y bajo esas circunstancias es más difícil esperar que desde las bases sociales emerja la presión para cambiar el sistema electoral, debido a la posición acomodaticia en la que se está.

Por tanto los actores políticos serían un factor determinante en dichas diferencias, pues se adaptan a los incentivos estratégicos presentados por las leyes electorales, sin embargo , una de sus características es tener la capacidad de modificar los ajustes institucionales que transformen sus estrategias en resultados.

Sin embargo, seguimos teniendo un sistema que potenciaba la elección entre la elite. El problema es que el sistema binominal que consolida, a su vez, el sistema de partidos, termina generando una fuerza centrípeta, que en primeras instancias resulta beneficiosa, pero excluye a otras fuerzas políticas nacientes desde aproximadamente el año 2000, como lo son los ambientalistas, grupos mapuches, feministas, entre otros. De hecho la mayoría de los nuevos partidos, como PRI, MAS, PRO, no poseen en el Congreso un número comparable de asientos en el Senado o en la Cámara versus los que detentan grandes conglomerados, como el PPD, la DC o el PS, y no es porque sean extremos o minorías fragmentadas sino que no alcanzan el umbral de elección, que es otro mecanismo que usan a su favor los partidos más viejos contra los nuevos. Y que a pesar de los cambios que se han introducido en el gobierno Bachelet en la llamada Reforma al Binominal, técnicamente sigue siendo lo mismo: se pretende aumentar la proporcionalidad con mayor número de escaños incorporando nuevos distritos o uniendo otros para el caso de Santiago, pero en Magallanes sigue el mismo número de representantes al Senado, por ejemplo; se agrega la cuota de género pero no con una base de competencia partidista sino que una imposición legal para cumplir la paridad de género. Del mismo modo el objetivo dos del proyecto, apunta a la necesidad de inclusión de todas las corrientes políticas, pero no indica cómo o si prescindirá de las barreras de entrada que dejan fuera a aquellos partidos que presenten un porcentaje de corte menor a un 5% o 15% o 35% como lo es actualmente. Pero ello no significa que no representen a una amplia cantidad de población. En la medida en que la población va ampliando su padrón electoral, es que quienes no se pensaban que podían exigir o acceder a ser representados, van abriéndose camino. Pequeñas comunidades que ya no son identificadas –necesariamente– como oprimidas, sino que sencillamente son nuevas, como jóvenes, grupos ambientalistas, regionalistas, etc. Por lo cual, los sistemas electorales se van enfrentando al problema natural de poder elegir representantes que cobijen la mayor cantidad de diversidades de pensamiento sin caer en inestabilidad política por las excesivas perspectivas normativas acerca del mundo. Esa es la gran tarea a desarrollar. ¿Qué sistema entonces Chile necesita?, ¿uno proporcional que otorgue mayor representación o uno mayoritario que ofrezca estabilidad?, ¿ una mezcla de ambos?, ¿mayor cantidad de senadores o un redistritaje diferente? ¿Qué sistema Chile merece?, ¿habrá una mayor participación ciudadana en las urnas?, ¿aumentará la participación de los jóvenes?, ¿el ciudadano se involucrará en el devenir de las decisiones país?, ¿ servirá el nuevo sistema para dejar de ser espectadores de la propia realidad nacional? Para responder a esas interrogantes basta con dilucidar cómo entonces definimos democracia, cómo la entendemos y la vivimos y recién allí podremos saber qué sistema Chile necesita y merece.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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