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Al maestro con cariño Opinión

Al maestro con cariño

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Se siente raro su discurso en medio de un debate tributario y con un gobierno que trata de llevar adelante una agenda de redistribución y que se ve acorralado por el poder comunicacional de los empresarios. Los mismos a los que les habló Lagos.


El discurso de Ricardo Lagos en Icare no fue una improvisación ni algo dicho al azar en un mal contexto. Fue una selección consciente de “mensajes publicitarios” al escenario político nacional, coronada con la entrevista a Reportajes de El Mercurio el domingo siguiente. Qué persigue, solo él lo sabe. Lo único evidente es que, habiendo sido invitado a hablar de la confianza, lo hecho no parece fortalecerla al interior del bloque oficialista.

A Ricardo Lagos le gusta hablar del siglo XX corto, concepto acuñado por el historiador inglés Eric Hobsbawm. Para Chile, contrariamente a lo que este sostiene, el siglo XX resultó de una temporalidad larga y extraña, debido principalmente a los valores que inspiraron a la transición a la democracia.

En ese proceso, Ricardo Lagos es, seguramente, uno de los políticos más avezados e importantes. Y también el último Presidente chileno del siglo XX. Como tal, tiene el talante conservador de las viejas prácticas políticas. Tremendamente experimentado en los efectos de auditorio, ni el momento, la estructura, los énfasis o el escenario de Icare tuvieron algo al azar. Y en el profesionalismo que trasunta su estilo político, tan importante fue lo que dijo como lo que omitió, porque en esa conjunción están los sesgos.

No corresponde a su estilo ir por el aplauso fácil. Más bien la percepción es que le gusta el desafío del auditórium, pues entonces emerge el experimentado profesor de clases magistrales de la Escuela de Derecho de la U. de Chile de los años 60, en quien hasta los silencios hablan. Sin embargo, lo dicho en Icare no compatibiliza con esa convicción. Su apelación a la cooperación público-privada y a la industria de las concesiones sin mención de crítica alguna, le dan un tono distinto a su discurso. Y si los empresarios lo aplaudieron de pie fue porque les dijo lo que ellos deseaban escuchar y nada que los incomodara.

[cita]Esa contradicción fue denotada por Norberto Bobbio (a quien Lagos también gusta citar) en un texto en que habla de los intelectuales y la política, en el año 1989: “Traicionar significa tomar el lado equivocado, desertar significa no tomar la parte correcta; si te pasas de la parte del enemigo, traicionas; si abandonas al amigo, desertas. Pero, ¿cuál es la parte justa y cuál la errada?, ¿quién es el amigo, quién el enemigo?”.[/cita]

No habló de concesiones viales interurbanas en serio, pues entonces tendría que haber hablado de regulación y abusos empresariales, además de financiamiento. De deterioro de la infraestructura concesionaria, de los engaños de seguridad y estándares técnicos de muchos aspectos de las concesiones, todo lo cual pagan directamente los ciudadanos, pese a pagar también las tarifas.

Tampoco habló de concesiones viales urbanas en serio, las que en muchos aspectos han implicado solo segregación entre quienes tienen automóviles y quienes son ciudadanos de a pie. Y omitió decir que hubo una dura lucha entre quienes querían autopistas urbanas con franja de transporte público versus las concesionarias y los burócratas de Hacienda que solo pensaban en automóviles y en no encarecer los costos de construcción en medio del ajuste estructural.

Para qué hablar de la seguridad de tales autopistas o de las tarifas, que alguien debería en algún momento explicarles a los ciudadanos con peras y manzanas cómo se estructuran.

Su enfoque fue de negocios y de voluntad política. Posiblemente el mismo enfoque que llevó a su ministro de Transportes, Javier Etcheberry, a calcular la base de autobuses para el Transantiago en 4 mil máquinas, haciendo caso omiso de la gente, para que las tarifas ajustaran los costos del cambio, provocando el primer gran error de la peor política pública implementada en Chile.

Infraestructura y Metro fue el fuerte de su discurso. Pero también se refirió a energía, cambio climático, demografía y ciudades, siempre exigiendo una mirada de largo plazo y una articulación efectiva entre lo público y lo privado, enhebrados para producir desarrollo.

Derechamente la irresponsabilidad de los empresarios en el diseño de sus proyectos es en gran medida lo que posteriormente genera la judicialización de los temas ambientales. Lo actuado por la Corte Suprema a propósito de la Central Castilla, en cuanto a que los impactos ambientales deben medirse de manera integral y agregados, y no como acostumbran a hacerlo los empresarios, es la prueba más palpable de ello. Materia muy incómoda para los empresarios, descontando situaciones como Celco que lo obligaron a actuar personalmente, o las aberraciones de empresas públicas como Codelco en Puchuncaví

Habló de conurbaciones en su mirada siempre desde un centro, pese a que el tema para Chile es la falta de una mirada transversal sobre regiones y territorios que eviten corredores interurbanos continuos a lo largo del país. Olvidó que sus propias obras públicas generaron un país más corto y más ancho que evidenció más la desigualdad.

La demografía se mencionó en su discurso, pero como disciplina y número, y no como bienestar o población. No es importante cuántos somos sino la calidad con que vivimos, y ello tiene que ver con educación, salud, vivienda y trabajo. Y pese a ser pocos, la mitad de la población vive con precariedad. Por eso se siente raro su discurso en medio de un debate tributario y con un gobierno que trata de llevar adelante una agenda de redistribución y que se ve acorralado por el poder comunicacional de los empresarios. Los mismos a los que les habló Lagos.

Como señalaba el ya viejo documento de los autoflagelantes, la gente tiene razón. Está molesta con la desigualdad y el abuso, con la falta de espacios públicos y de voluntad de la política para poner fin a los excesos de mercado. Por eso se ha distanciado de ella, acentuando la desconfianza.

Es posible que la ausencia de esa voluntad tenga que ver con la “concentración de las influencias”, sobre todo las económicas en la política, para usar de manera extensiva un concepto acuñado por el propio Lagos en su memoria: “La Concentración del Poder Económico en Chile”. Allí distingue “dos grandes formas o tipos de concentración: a) la concentración de empresas y b) la concentración de influencia”. Y estas últimas están demasiado desbalanceadas en favor del empresariado.

Su discurso en Icare toca, aunque de manera elíptica, un tema de fondo que conmueve al ancho mundo del progresismo nacional, que pugna por encontrar camino entre la fidelidad a los valores declarados y la visión de futuro. En medio de un proceso que tiene de todo, desde cambios por las libertades civiles y la igualdad hasta la inclinación de la política a representar el interés empresarial y dejarse acunar por el lobby.

Esa contradicción fue denotada por Norberto Bobbio (a quien Lagos también gusta citar) en un texto en que habla de los intelectuales y la política, en el año 1989: “Traicionar significa tomar el lado equivocado, desertar significa no tomar la parte correcta; si te pasas de la parte del enemigo, traicionas; si abandonas al amigo, desertas. Pero, ¿cuál es la parte justa y cuál la errada?, ¿quién es el amigo, quién el enemigo?”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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