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El proceso de estados fallidos en Medio Oriente y sus repercusiones

Horacio Larraín Landaeta
Por : Horacio Larraín Landaeta Ingeniero de la Academia Politécnica Naval, Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Chile, Magíster en Estudios Políticos Europeos de la Universidad de Heidelberg y Magíster en Seguridad y Defensa de la ANEPE.
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El concepto de Estado fallido es una generalización a partir de dos nociones utilizadas en inglés: failing state y failed state. El matiz radica en que el primero es susceptible de ser traducido como Estado en proceso de descomposición o en desestructuración, mientras el segundo término focaliza la atención en el presunto carácter irreversible del mismo. Se habla de Estado fallido o colapsado cuando se presentan ciertos signos negativos, entre otros: ausencia de aduanas y puntos de control fronterizos, actividad persistente de grupos al margen de la ley, autonomización inorgánica de entes del Estado, instituciones políticas débiles, ausencia de diálogo cívico entre los componentes de la vida política, económica y social. (Witker, 2005)

Analizando el panorama de lo que está ocurriendo en estos días en Irak y en Siria, es posible concluir que la intervención de las potencias occidentales en el Levante ha resultado, finalmente, en el desencadenamiento de un proceso de estados fallidos allí en dónde había gobiernos que si bien no eran democráticos, por lo menos eran capaces de mantener la gobernabilidad dentro de sus territorios. En mi opinión, sólo la ignorancia y la ambición occidentales podrían exigir regímenes democráticos en países que habían sido creados artificialmente por el dominio del Imperio Otomano primero y por el Imperio Británico junto a Francia, luego. Bajo tales circunstancias sus fronteras fueron trazadas con regla y lápiz en el propio interés imperial, aparentemente sin ninguna consideración a la diversidad de clanes, tribus y etnias preexistentes.

Obviamente, para mantener la gobernabilidad y no devenir en estado fallido, uno de estos clanes debía prevalecer por sobre los otros, no precisamente de acuerdo a modelos de democracia mayoritaria, sino bajo regímenes autocráticos.

Los países de la órbita occidental, en su búsqueda obsesiva por controlar el petróleo de la región, han impedido el afianzamiento de gobiernos seculares que hasta hace poco constituían una barrera de contención al avance del fundamentalismo islámico, actualmente en su versión más extrema representada por el movimiento auto proclamado Estado Islámico de Irak y Siria (EIIS). ISIS, por sus siglas en inglés. Al mismo tiempo, Occidente mantiene como aliados cercanos a países cuyos regímenes constituyen monarquías religiosas que podrían asimilarse a regímenes de corte medieval.

Jonathan Freedland, columnista del The Guardian, describe la actual situación como “grandes áreas territoriales de estados que hasta hace poco eran seculares -como las repúblicas gobernadas por el partido republicano Baas de Irak y su congénere de Siria, las que anteponían su nacionalismo por sobre el Islam- están ahora bajo la bandera negra del EIIS, regidos por el académico quárnico Abu Bakr Al Bagdadi, el que se ha titulado a sí mismo como califa” (2)

Saddam Hussein era celebrado por la prensa norteamericana y europea como líder ejemplar durante la década de 1980, mientras ponía a disposición de Occidente el petróleo iraquí y al mismo tiempo se transformaba en el mejor cliente comprador de armas europeas, a raíz de la guerra que se libraba en contra de Irán. Pero cuando Hussein, en su competencia con el petróleo saudí, intentó controlar la producción y los precios, los intereses petroleros de Occidente en la región se sintieron amenazados por el líder iraquí. La situación empeoró cuando éste intentó anexar parte del territorio de Kuwait en 1990, acto que provocó la intervención militar de Naciones Unidas mediante una coalición de países liderados por Estados Unidos, suceso que se conoce como la Primera Guerra del Golfo.

Las tropas de Hussein fueron derrotadas y debieron retirarse hacia Bagdad. El jefe de las fuerzas aliadas General Norman Schwarzkopf, insistía en perseguir al ejército iraquí y asestarle una derrota definitiva, pero el gobierno de George Bush, padre, se negó a tal acción porque el mandato de Naciones Unidas se limitaba al desalojo de las fuerzas iraquíes de Kuwait, lo cual se había cumplido.

Por otra parte, el gobierno de los Estados Unidos consideraba, entre otros aspectos, que la eventual derrota y derrocamiento de Saddam Hussein provocaría un problema de vacío de poder en Irak de consecuencias imprevisibles.

George W. Bush, hijo, al parecer no tuvo la perspicacia de su padre y, empujado por los intereses económicos y políticos de su entorno, basado en informes de inteligencia falsos y contraviniendo el mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, decidió invadir Irak en marzo de 2003, bajo el pretexto de que el gobierno iraquí representaba una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos ya que, supuestamente, el gobierno de Hussein poseía armas de destrucción masiva (ADM) y además estaba ligado a los atentados del 11/9 perpetrados por el grupo Al-Qaeda.

Como se constató posteriormente, ambas acusaciones resultaron ser falsas. Posteriormente, el derrocamiento y asesinato de Saddam Hussein dieron paso a gobiernos de transición y, finalmente, al gobierno del primer ministro Nuri Al-Maliki, el cual terminó por perder el control del territorio iraquí luego de que las tropas de ocupación norteamericanas abandonaran el país en 2011.

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Según el citado artículo del The Guardian, el vacío de poder creado en Irak, si bien tiene sus raíces en la invasión de los Estados Unidos a Irak en 2003, también se relaciona con el modo en que las tropas norteamericanas fueron retiradas en el año 2011, dejando al débil gobierno del premier Al-Maliki una gran cantidad de armamento sofisticado, por un valor de miles de millones de dólares los que, en última instancia, fueron a caer en manos de los extremistas del EIIS. Claramente, se cometió un error catastrófico –agrega el diario. (3)

Por una parte, la intromisión en la guerra civil en Siria por los aliados de Estados Unidos: Arabia Saudita y Qatar, quienes han entregado armas e ingente cantidad de dinero a los rebeldes sirios, ha resultado en la pérdida de control del presidente Bashar Al-Assad y su gobierno de importantes regiones ricas en hidrocarburos que han pasado a manos del EIIS y que les provee de millones de dólares a raíz de las ventas clandestinas de petróleo. Con ello, este movimiento religioso extremista ha logrado incrementar su poder de forma casi exponencial.

Por otra parte, los bombardeos a cargo de los F-18 basados en portaaviones de la Marina norteamericana, cuyo declarado propósito humanitario era el de salvar a la minoría Yazidi y otras minorías no islámicas del asedio del EIIS, tienen también una cara económica poco destacada por los medios, obviamente. Ocurrió que en esos días, la guerrilla leal al EIIS incursionó hasta los suburbios de Erbil, constituyéndose en una seria amenaza para la capital de la región kurda del norte de Irak, una zona muy rica en petróleo.

Desde mucho antes de la invasión a Irak del año 2003, el gobierno norteamericano había entablado relaciones bilaterales con el gobierno regional kurdo, considerado por el primero como un leal aliado regional. Consecuentemente, el gobierno norteamericano había estado equipando a la milicia kurda, peshmerga, desde entonces. (4)

Según el articulista Steve Coll, en su columna en The New Yorker titulada “Oil and Erbil”, la capital de la región kurda experimenta actualmente una especie de fiebre petrolera, razón por la que concurren miles de ciudadanos estadounidenses ligados a las faenas de extracción petrolera ejecutadas por las empresas norteamericanas Exxon Mobil y Chevron. Este hecho explica en buena medida la decisión del Presidente Obama de actuar militarmente en una zona que él mismo se había declarado renuente a intervenir. (5)

Sin embargo, hasta ahora la estrategia que la administración Obama ha empleado para confrontar al EIIS ha sido de carácter limitado. Desde el 8 de Agosto los Estados Unidos han llevado a cabo unos 90 ataques aéreos para detener el avance hacia Erbil de los grupos militantes suníes, para ayudar a las fuerzas de los gobiernos kurdos e iraquí retomar la represa de Mosul y para proteger a los civiles yazidis en su intento por escapar desde Monte Sinjar.

La expansión de la influencia del EIIS y la toma de posesión de territorios ricos en petróleo, tanto en el norte de Irak como en el noreste de Siria, en poco tiempo han transformado la problemática regional en un puzzle muchísimo más complicado. Al punto que el Presidente Obama está considerando el empleo de la fuerza para combatir al EIIS incluso dentro del territorio sirio, una intervención en la guerra civil que había sido desechada anteriormente por considerarse demasiado arriesgada y sin garantías de éxito.

El principal asesor militar de Obama, el Jefe del Estado Mayor Conjunto General Martin E. Dempsey, quien había desaconsejado una intervención en la guerra civil en Siria hace un tiempo atrás, ahora considera que para detener la expansión del EIIS es clave la intervención norteamericana en ese país. (6)

Por otro lado, la existencia de vastos territorios fuera de control por parte de los gobiernos de Siria e Irak, facilita la intervención directa de los Estados Unidos, toda vez que puede argumentar que no viola la soberanía de ningún gobierno cuyo Estado ha caído en la categoría de fallido por pérdida de control de su territorio.

Otro ejemplo de creación de Estado fallido en el Levante lo constituye el caso de Libia.

Derrocado y asesinado el dictador libio Muammar Gadafi, gracias al apoyo de las fuerzas aéreas de la OTAN, la consecuencia ha sido un vacío de poder, por lo que Libia sufre hoy una sangrienta guerra civil. (7)

El ciudadano europeo medio que hoy critica y rechaza las migraciones masivas hacia sus países, es el mismo que calló o bien apoyó las acciones bélicas en el Medio Oriente y Norte de África. Paradójicamente y también entendiblemente, la inestabilidad en la periferia de Europa no puede sino crear un flujo imparable de migraciones forzadas hacia ella.

El único país de Medio Oriente que logró un régimen democrático de consenso entre sus diferentes clanes fue el Líbano, entre los años 1943 y 1975 pero, finalmente, debió sucumbir a los embates de una sangrienta guerra civil.

Dicho lo anterior, no debiera perderse de vista la posibilidad de que en el futuro, cuando alguna vez se pacifique la región, luego de que Europa se convenza de que Medio Oriente necesita ayuda para su desarrollo en lugar de guerras, el modelo de democracias de consenso llamadas también consociativas o consociacional, estudiadas por el destacado politólogo holandés Arend Lijphart, podría transformarse en la solución de largo plazo para los fraccionados y multiétnicos países de la región. (8)

(*) Texto publicado en Red Seca.cl

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