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Ideológicos criticando las ideologías

Danny Monsálvez Araneda
Por : Danny Monsálvez Araneda Doctor © en Historia. Académico de Historia Política de Chile Contemporánea en el Depto. de Historia, Universidad de Concepción. @MonsalvezAraned.
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¿Alguien puede pensar y creer, por ejemplo, que las universidades privadas son neutras (neutrales), es decir, sin ideologías (sustento teórico o concepción valórica y cultural) y no representan una visión e idea de sociedad y persona? Pensar aquello es –por lo menos– de una supina ingenuidad.


Ya no resulta curioso escuchar y leer –ante la falta de argumentos e ideas para criticar o contrarrestar un programa– cómo se recurre a ciertas construcciones discursivas, caricaturas o simplemente lugares comunes como una forma de criticar (o denostar) algunos proyectos de cambios. Este es el escenario (discurso) que hemos venido presenciando y escuchando en los últimos meses a propósito de las reformas que ha presentado el gobierno de doña Michelle Bachelet.

Un par de marchas, videos, panfletos, folletines, puestas en escena y uno que otro discurso grandilocuente se han constituido en la forma (ya que no da para el fondo) que los sectores opositores a los cambios han venido enarbolando para hacer presente su descontento con las reformas tributaria y educacional. Pero no es todo, a través del duopolio de la prensa nacional (El Mercurio y La Tercera) y sus cadenas regionales, sean estas radios o periódicos locales, todas las semanas algunos columnistas –que disponen de una tribuna preferencial en los pocos espacios que existen– nos hablan, mejor dicho nos advierten, de lo nocivo y peligroso para el país de estas reformas. Habría que preguntar si lo “peligroso” es para el país o para los intereses de estos sectores de la sociedad.

[cita]¿Alguien puede pensar y creer, por ejemplo, que las universidades privadas son neutras (neutrales), es decir, sin ideologías (sustento teórico o concepción valórica y cultural) y no representan una visión e idea de sociedad y persona? Pensar aquello es –por lo menos– de una supina ingenuidad.[/cita]

Políticos, académicos, periodistas, autoridades de instituciones educativas vinculadas al mundo privado y uno que otro hombre de empresa, nos hacen presente en sus columnas de manera reiterada que las reformas carecen de un componente y aporte técnico, siendo prisioneras de visiones políticas e ideológicas de grupos minoritarios.

Uno de esos casos es posible de apreciar, por ejemplo, en las páginas de la prensa local de Concepción, específicamente diario El Sur, donde semanal o quincenalmente ciertas personeros y autoridades de universidades privadas señalan que las reformas, específicamente, la reforma educativa, tienen un fuerte componente ideológico y vendrían a causar un daño o perjuicio a un sistema educativo que ha funcionado bien, más allá de los problemas que este pueda tener.

Al respecto, se hace necesario puntualizar un par de cosas. ¿Cuál es o sería lo negativo o dañino de las ideologías? Si por ideologías vamos a entender un cuerpo de ideas que entrega identidad y coherencia a un determinado grupo social. Donde las ideologías se relacionan con el poder, pero no necesariamente circunscrito al aparato jurídico del Estado sino, más bien, con otras variables, como la raza o género o la defensa de algún valor determinado.

Tomas Moulián señala que las ideologías vienen a constituir el fundamento teórico a partir del cual las personas piensan el presente y futuro de un país. Las ideologías permiten racionalizar los conflictos y transformarlos en conflictos de poder puro, en conflictos trascendentes que tienen que ver y se relacionan con ideas de sociedad (construcción hegemónica).

Por lo tanto, una cosa es rechazar las ideologías excluyentes y otra muy distinta criticar las ideologías en sí por ser estas negativas o dañinas para una persona, grupo o sociedad. Aquel discurso no hace otra cosa que situarse al mismo nivel de aquellos que denostan la política o señalan que los proyectos de cambios y transformaciones no tienen un componente ideológico o político. Entonces uno se pregunta ¿qué son?, ¿técnicos, administrativos y de gestión?, es decir, en clave neoliberal, como si esta no fuera una concepción ideológica de la sociedad. Eso nos retrotrae al discurso de la dictadura, cuando se denigraba a la política por parte de los militares y civiles que los respaldaban, pero, al mismo tiempo, iban construyendo su propia política, aunque con un lenguaje económico. De ahí entonces la necesidad de señalar e insistir que seguir con el discurso de la muerte de las ideologías (fin de la historia) es seguir haciendo el juego a la única ideología actualmente viva, que es el neoliberalismo, la cual tiene –entre otras cosas– un proyecto de sociedad (consumista) y persona (individualismo) y al mismo tiempo aparatos ideológicos que la difunden y reproducen, sean estos medios de comunicación, intelectuales orgánicos del sistema y universidades.

En vista de aquello, ¿alguien puede pensar y creer, por ejemplo, que las universidades privadas son neutras (neutrales), es decir, sin ideologías (sustento teórico o concepción valórica y cultural) y no representan una visión e idea de sociedad y persona? Pensar aquello es –por lo menos– de una supina ingenuidad.

En consecuencia, una cosa es la legitima y necesaria crítica que puedan expresar algunos personeros políticos, comunicadores, hombres vinculados a la academia y de instituciones de educación superior privadas que defienden y se sienten cómodos con el neoliberalismo como modelo de sociedad y persona, y otra bien distinta es enarbolar un discurso crítico de las reformas y las ideologías bajo un falso o aparente discurso de neutralidad o imparcialidad. Aquello, por cierto, no es sostenible, menos aun viniendo de quienes han defendido y sostenido pública (en el discurso) e institucionalmente (privadamente) los “beneficios” que nos ha traído el modelo. Por eso resulta tan “llamativo” –por decir algo– escuchar y leer a ideológicos (neoliberales) criticando las ideologías.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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