Publicidad
45 kilómetros Opinión

45 kilómetros

Nos quedábamos sin socialismo y con un reguero de sangre, asesinados y desaparecidos por América Latina. Vencidos. Y lo más doloroso fue admitir que papá socialismo también había violado los derechos humanos de sus ciudadanos. Que también había cometido crímenes de lesa humanidad contra los disidentes del sistema.


Sentado frente al televisor se me arrancaron unas lágrimas. Se derrumbaba el Muro de Berlín y yo estaba lejos. Recordé la primera vez que lo vi en 1975 y no resistí palpar su textura, áspera y helada. Me pareció insignificante. Lo creía gigante. Poco menos de cuatro metros de alto y 45 kilómetros de largo. Pero durante el destierro fui comprendiendo mejor su significado. Me acostumbré a él. Lo fotografié desde distintos puntos desde el lado Occidental de Berlín, donde vivía.

El Muro acompañó mis nostalgias de Chile. Formó parte de mi vida durante diez años. Impidió que mis sueños de retorno se volaran perdiéndose entre otras fronteras de Europa. Lo sentí mi protector. Parte del paisaje diario, entre lagos, bosques y avenidas berlinesas occidentales que al final las sentí mías. No sé por qué siempre me preguntan ¿viviste en Berlín de la Alemania Socialista? No, pero al otro lado, cruzando el Muro y las torres de vigilancia, donde los vopos indagaban con prismáticos.

Era extraño. Por el lado Occidental lo sentía una atracción en esa ciudad de espías y cuna de rebeldes. De grupos armados de extrema izquierda. De secuestros, asaltos a bancos, bombazos y manifestaciones multitudinarias. Era una ciudad para vivirla intensamente. Berlín Occidental, al que terminé amando.

Mi sueño socialista permanecía indómito, aún después de la milicada chilena.

[cita] ¿Entonces? ¿Ahora qué?… me pregunté muchas veces en el destierro y sobre todo a mi regreso a Chile bajo el Terrorismo de Estado. ¿Cómo se resuelve este doble quiebre brutal en el cerebro, donde radican el pensamiento y las emociones? ¿Humanizando el capitalismo y su hijo neoliberal? ¿Construyendo el socialismo humano? ¿Construyendo un híbrido de ambos? ¿Abandonando la lucha y sumergiéndose en el bienestar del consumo? ¿Renegando del pasado, refugiándose al amparo del poder del dinero? ¿Qué precio tienen los valores en estas disyuntivas? ¿Simplemente se cruza la frontera desde la consecuencia de los principios hacia el pragmatismo camaleonesco como lo hicieron miles?[/cita]

Pero mi primer remezón me sorprendió en la primera vez que crucé el Muro para visitar a un amigo en el Berlín socialista. Me enteré que los alemanes orientales no podían salir del Este al Oeste hasta que cumplieran los 60 años. Esa mañana fui detenido en la frontera de la Friedrichstrasse por llevar un diario occidental en el bolsillo del chaquetón que leía mientras hacía la fila para ingresar. No sabía que estaba prohibido. Fue inútil mostrar mi pasaporte celeste con dos rayas negras diagonales de chileno refugiado político amparado por la Convención de Ginebra.

¡Verboten…Verboten…!,me gritaron los vopos de la Volkspolizei dentro de la casucha en que me metieron para registrarme y abrirme cada cigarrillo para ver si llevaba algo oculto. Me entendieron perfectamente que yo era un chileno enemigo de Pinochet porque hablamos en inglés, dado que mi alemán aún era desnutrido.

Ahí comenzaron mis contradicciones con los socialismos reales bajo la Unión Soviética de partido único. El gran papá de abrigo y sombrero negro de ala ancha. El señor Estado que daba todo el bienestar a los suyos, pero les controlaba el pensamiento y su forma de vida.

Aquella mañana conversé con mi amigo chileno berlinés oriental paseando por la Alexander Platz. Me contó de la inmensa solidaridad con el exilio chileno. De la seguridad y tranquilidad con que vivían los alemanes de la Deutsche Demokratische Republik, la DDR.

En mi segunda visita se abrió. Me contó de las restricciones de la vida diaria y del control por la Stasi de los ciudadanos. De las prisiones para los disidentes. Del control de la literatura y el arte. Me dijo que había gente que vivía atemorizada por el Estado y la policía.

No supe cómo reaccionar. Fue un golpe duro que se confrontó con mis sueños del socialismo. Intenté justificar esas restricciones en el teatro de operaciones de la Guerra Fría desatada en los setenta. Pero me encontré sin argumentos políticos serios, más allá de los sentimentales. Entonces me di cuenta de que un día todo iba a reventar.

Fueron las conversaciones que recordé esa noche del 9 noviembre de 1989 sentado frente al televisor en Santiago. Hacía cuatro años que había regresado a Chile del destierro. Para siempre. A aportar mis fuerzas para botar la dictadura después de mi prisión.

Nos quedábamos sin socialismo y con un reguero de sangre, asesinados y desaparecidos por América Latina. Vencidos. Y lo más doloroso fue admitir que papá socialismo también había violado los derechos humanos de sus ciudadanos. Que también había cometido crímenes de lesa humanidad contra los disidentes del sistema.

¿Entonces? ¿Ahora qué?… me pregunté muchas veces en el destierro y sobre todo a mi regreso a Chile bajo el Terrorismo de Estado.

¿Cómo se resuelve este doble quiebre brutal en el cerebro, donde radican el pensamiento y las emociones? ¿Humanizando el capitalismo y su hijo neoliberal? ¿Construyendo el socialismo humano? ¿Construyendo un híbrido de ambos? ¿Abandonando la lucha y sumergiéndose en el bienestar del consumo? ¿Renegando del pasado, refugiándose al amparo del poder del dinero? ¿Qué precio tienen los valores en estas disyuntivas? ¿Simplemente se cruza la frontera desde la consecuencia de los principios hacia el pragmatismo camaleonesco como lo hicieron miles?

Lo único que me queda claro es que los sueños son el combustible del alma para no convertirse en un desalmado. Los sueños sobre las tumbas de lo destruido. No hay muerte más digna y bella que morir siendo lo que se fue. Asumiendo los errores para no repetirlos, pero jamás renegando de los ideales por los que se luchó.

Hoy los renegados del socialismo venden. Porque una cosa es admitir y criticar el drama ocurrido en los socialismos construidos bajo la filosofía marxista-leninista, y otra muy distinta es convertirse en un traidor de los valores e ideales profundos que los inspiraron, digo de los valores e ideales y no de las prácticas.

Hoy Chile está inundado de estos renegados que se acomodaron en el neoliberalismo y se olvidaron de sus sueños. No pocos buscaron refugio en el dinero mal habido de los poderosos. Sólo tres ejemplos que simbolizan lo que sostengo en estas líneas: Enrique Correa, Fernando Flores y Roberto Ampuero. Y pensar que con Correa y Flores fuimos cofundadores del Mapu en la lucha por el socialismo de Allende. Con Ampuero… bueno… nada… un pobre camaleón y mal escritor.

¿Acaso el ser no tiene derecho a cambiar? Todos tenemos ese derecho Hasta cambiar de sexo. Pero una cuestión es cambiar brasero por estufa y otra es vender el alma al Diablo.

Nunca me pareció tan alto el muro. Pero era difícil encaramarse en él. Me faltó estar ahí esa noche del estampido del Este al Oeste. Pero prefiero dormirme cada noche con una sonrisa en los labios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias