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La agenda del Gute y los ecos de la Guerra Fría Opinión

La agenda del Gute y los ecos de la Guerra Fría

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Ambos personajes, manifiestan, uno abiertamente –Gutenberg Martínez– y el otro solapadamente –Ignacio Walker–, que no les gusta esta coalición y, desde hace rato, trabajan por restituir un conglomerado del orden, con el centro como eje y con lógica de Guerra Fría: sin comunistas ni Navarros, ni nada que huela a Venezuela, y que trabaje abiertamente contra las aspiraciones de ME-O.


Altamirano en dos libros biográficos –el de Patricia Politzer y el de Gabriel Salazar– ha insistido hasta la majadería, a propósito de la imposibilidad de alcanzar un acuerdo que hubiese salvado el proceso de la Unidad Popular, que aquello era una quimera en la época porque la DC, cuando reemplazó al centro político que era el PR, se ideologizó y se transformó en un partido esencialmente anticomunista. Se estableció entonces, mientras duró la Guerra Fría, el paradigma de que ningún partido democratacristiano hubo de establecer alianzas con algún Partido Comunista (PC). Pero el Internacionalismo no era una exclusividad del PDC, es la época en que el PC ya se había vuelto estalinista, y la disputa internacional incluso alcanzaba a un partido tan nacionalista como el PS, que, por entonces, se reconocía en la experiencia cooperativista de la Yugoslavia de Tito.

Al natural distanciamiento entre el centro político y la izquierda producto de la Guerra Fría, se sumó, también, según el ex mandamás socialista, el alejamiento entre Frei y Allende, resultado de la publicación de un libro que caló hondo en el ex presidente DC y lo distanció –también al PDC– definitivamente de Allende y la Unidad Popular: Frei, el Kerensky chileno. Por su parte, el valenciano Joan Garcés, ex asesor del Presidente socialista, agrega –en Soberanos e intervenidos– más argumentos para esa disputa y nos recuerda que ya en el contexto de la pugna soviético norteamericana, en una fecha tan temprana como 1955, ocurrió una primera manifestación para enrielar el PDC chileno con partidos integrados en la coalición de la Guerra Fría. En efecto, el diputado falangista Juan de Dios Carmona (luego ministro de Frei) ofrecía a la embajada de Estados Unidos que “su partido podía demostrar la unidad de propósito entre EE.UU. y elementos demócratas progresistas que buscan el progreso social en América Latina”.

En la oportunidad, el parlamentario, también manifestó que “la Falange y grupos similares en otras repúblicas podían jugar un importante papel en el hemisferio para detener el avance comunista”. Tal como está graficada en el Chilean Political, Matters (Memorandum of conversation, July 11, 1955, RG Dept. of Satte, 1955-1959, Chile, box 3024), la respuesta de Mr. Lyon –oficial de la sección América Latina (ARA) en la embajada en Chile– fue que “su reciente experiencia durante su trabajo en Alemania le ha convencido de la importancia del movimiento Social Cristiano… [y] que sería muy útil que algunos líderes democratacristianos pudieran venir desde Europa, dado que los países de Sudamérica pueden aprender de la experiencia directa de los europeos con el comunismo, a través de berlineses del Oeste, por ejemplo”. Como ya lo hemos dicho antes, el personaje seleccionado para encabezar la operación fue Eduardo Frei Montalva, quien desde entonces pudo recibir un estipendio personal por parte de las agencias norteamericanas. También el ofrecimiento del asesor de la embajada no fue en vano, desde entonces el futuro PDC chileno, en especial en dictadura y luego en democracia, recibió el apoyo permanente de fundaciones alemanas, como la Konrad Adenauer –la misma que financia en parte a la Universidad de Gutenberg Martínez–, que en la reciente visita a Alemania de la Presidenta se dio el gusto de criticar a la coalición (“La Nueva Mayoría estaba desgastada”). Si bien, en una reciente carta publicada en El Mostrador, el ex presidente del PDC Ricardo Hormázabal las emprendió contra Martínez –en una disputa que se remonta a la década del 60–, a quien hace responsable, junto con el colorín Zaldívar, de haber sido partidario de “la coalición chica”, que excluía del futuro gobierno a los socialistas de Almeyda por su vínculo con el PC, la verdad es que Martínez, por entonces el máximo operador interno del PDC, no se opuso públicamente. Por el contrario, protagonistas de la época manifiestan que dio el aval político para que jóvenes liderazgos DC, como Germán Quintana, trabajarán junto a socialistas, radicales y miembros del PPD en el comando del NO.

[cita] La naturaleza de su crisis es fundamentalmente histórica. Y, aunque suene crudo decirlo, cuesta imaginarse a un PDC poderoso y en correspondencia con las aspiraciones profundas de la sociedad chilena actual –como sí lo logró con su revolución en libertad durante Frei Montalva, donde fue mayoría social y política aplastante, o en los inicios de la transición, donde hubo un PDC que iba de la mano con el ánimo societal–, cuando se defienden privilegios y granjerías de unos pocos, a costa del dinero público.[/cita]

El otro dirigente significativo del PDC que hoy se mueve en lógica de la Guerra Fría, es Ignacio Walker, quien, al igual que ‘el Gute’, solapadamente sostiene la tesis de excluir al PC –como también a Navarro y a todos los díscolos– y que, como se sabe, ya en 1986 publicó en Cieplan un breve texto –“Del populismo al Leninismo y la inevitabilidad del conflicto. El Partido Socialista de Chile (1933-1973)”– en que responsabilizó exclusivamente al PS del fracaso de la UP y de la tragedia de Allende: “La inexistencia de una concepción socialista democrática, claramente definida y articulada, al interior de un partido que había evolucionado desde una postura marcadamente populista hacia una definición crecientemente leninista, privó a Salvador Allende de un apoyo político sólido al interior de la coalición de partidos que lo condujo al poder, contribuyendo significativamente al fracaso de Allende”. Los propios documentos desclasificados de la CIA han demostrado las limitaciones de tal argumento.

Ambos personajes, manifiestan, uno abiertamente –Gutenberg Martínez– y el otro solapadamente –Ignacio Walker–, que no les gusta esta coalición y, desde hace rato, trabajan por restituir un conglomerado del orden, con el centro como eje y con lógica de Guerra Fría: sin comunistas ni Navarros, ni nada que huela a Venezuela, y que trabajé abiertamente contra las aspiraciones de ME-O. El primero manifestó, en un conocido programa de televisión, que “a ratos no se sentía cómodo en la Nueva Mayoría” y planteó que “esta era una coalición donde algunos estaban por la reforma y otros por la revolución”. Lo que resulta ser una absoluta falacia argumentativa. Por su parte, Walker desde 2012 venía señalando que “La DC no iba a formar parte de una coalición política con el PC” (LT, 25-11-2012), lo que refrendó unos días después en su cuenta de Twitter, donde reiteró que “La política de alianza (coalición política) de la DC es la Concertación. Esto es incompatible con una coalición política con el PC”.

Como la política tiene mucho de pragmatismo, lo cierto es que, como acaba de recordárselo Ricardo Hormázabal, Gutenberg Martínez no se opuso en las diversas juntas al pacto con los comunistas, y Walker morigeró su crítica al PC, y a la larga tuvo que tragarse ese sapo y el PDC terminó siendo parte constitutiva de la NM que ofreció un programa de reformas al electorado. ¿Ese solo hecho hace que la NM se ubique en el eje del mal y genere, de ambos actores, tanta crítica a la coalición desde un tiempo a esta parte?

¿Y es que el PC come guaguas?

Bueno y Altamirano se equivocó también, pues cambió la historia, cambió el mundo y con ellos sus grandes relatos. Y helos aquí al PDC y al PC chilenos bajo una misma coalición de gobierno. Por cierto, en las dos almas del PC que tan bien representaron Luis Emilio Recabarren –autodidacta, cooperativista y parlamentario con un proyecto nacional populista, que luego de viajar a la Unión Soviética se suicida– y Elías Lafertte –quien introdujo el estalinismo en el PC criollo–, se ha ido imponiendo la primera, luego de cuatro décadas de absoluta marginación política. Ellos, encabezados por Teillier y Carmona, han vuelto a sus orígenes y han dado sólidas pruebas de moderación, prudencia, incluso de conservadurismo político, que más de una dificultad les ha generado con los sectores más jóvenes del partido. Este no es el PC que abre paraguas cuando llueve en Moscú. Es un partido que ha sido tremendamente leal con el gobierno y con sus promesas de campaña. No es el PC que pinta Mariana Aylwin ni el dúo Walker-Martínez. Por el contrario, luego de años de fracaso y aislamiento, regresa a sus raíces históricas, un partido nacional-populista, que propone reformas desde la institucionalidad.

No se puede decir lo mismo de Gutenberg Martínez, quien, por el contrario, siguiendo sus declaraciones y actos, es el único actor de la política chilena que se mueve en la lógica del Internacionalismo y propone que la NM sea reemplazada por una coalición de centro más estable, con un eje democratacristiano, y de sello profundamente anticomunista y de clara inspiración alemana, cuyos orígenes son, precisamente, las fundaciones que sostienen su universidad. El objetivo de tal estrategia –excluir de la coalición a todos los “autoflagelantes”, expulsar a Navarro, aislar al PC, y a todos los posibles adherentes de ME-O– no es otro que aislar al polo progresista de la NM, y dirigir el misil hacia la línea de flotación del presidenciable del PRO. Para ello cuenta, entre otros, con un socio estratégico, Camilo Escalona, conocido por hacer de las “vendettas” una forma de hacer política y quien, como se sabe, abandonó a inicios de los 90 al PC a su suerte, luego de haber apoyado la invasión rusa a Afganistán, de declararse marxista-leninista cuando ya había caído el muro, y quien pronto, tal vez, puede hacerse con el control del PS y, desde allí, restablecer el partido del orden y, por cierto, seguir suministrando oxígeno al partido de la flecha roja.

En esa operación concordada, ambos han dado fuertes señales en relación a que las pequeñas reformas que el Ejecutivo quiere introducir para avanzar lentamente en el camino de la equidad, son radicales o amenazan “el orden”. Así como Escalona expresa que “no se pueden hacer todas las cosas al mismo tiempo”, Martínez, en tanto, va mucho más lejos y establece una falacia argumentativa difícil de pasar por alto. En efecto, manifestó que el mayor problema de la NM es que hay dos líneas: una revolucionaria –que la define como “un proceso drástico, masivo e inmediato”– y una reformista –que identifica como un “proceso en el cual hay etapas que se suceden unas con otras, se encadenan y afianzan”–, y concluye señalando que “en nuestra concepción de Concertación nosotros no somos refundacionales, ni aplicamos retroexcavadoras”. Argumento nada más lejos de las tenues y leves reformas que, por sus propias indefiniciones y zigzagueos, el gobierno con muchas dificultades intenta instalar, a veces, como ocurre en Educación, con una oposición frontal de una parte de sus propios partidarios nada más porque la reforma solo los afectará en términos de transparentar sus gastos.

Y aunque es cierto que uno de los mayores problemas que enfrenta el PDC hoy es de tipo adaptativo –seguir creyendo que es el partido de Frei Montalva, de Aylwin o de Frei hijo, cuando ya no se es–, acostumbrado a vivir de los subsidios que le otorgó la coalición (en especial el PS de Escalona, sin ir más lejos, la elección de su propio presidente es fruto de ese auxilio), lo que significa que una de sus mayores dificultades es acostumbrarse a no ser hegemónicos en el Estado, como sí lo fueron a lo largo de los 90, y donde ya no pueden controlar, por sí solos, ministerios ni agencias estatales completas –Indap, el Mineduc, SAG o Codelco, eran un buen ejemplo de ello–, y han tenido que ir acostumbrándose a compartir el botín –ello explica que Aldo Cornejo, Jorge Pizarro o José Miguel Ortiz, no siendo lo mismo, aparezcan junto a la dupla Walker-Martínez–, descontento que se suma al de su núcleo menor, pero de mucho peso en el PDC, al que, derechamente, le incomodan las reformas. Descontento que, ante la ausencia de conducción política del gobierno, se suma y cohesiona y pone al conjunto del PDC en la vereda de enfrente.

La naturaleza de su crisis es fundamentalmente histórica. Y, aunque suene crudo decirlo, cuesta imaginarse a un PDC poderoso y en correspondencia con las aspiraciones profundas de la sociedad chilena actual –como sí lo logró con su revolución en libertad durante Frei Montalva, donde fue mayoría social y política aplastante, o en los inicios de la transición, donde hubo un PDC que iba de la mano con el ánimo societal–, cuando se defienden privilegios y granjerías de unos pocos, a costa del dinero público. Ello tampoco alcanza con el 15% del electorado y ese es el profundo error de Gutenberg Martínez: no se puede aspirar a ser un partido eje (además, con una lógica internacionalista añeja) con ese margen de apoyo y sobre la base de operaciones políticas de corto plazo. Ello requeriría un partido en consonancia con la sociedad, y no el de barrio alto de Walker y con una Iglesia pasando por una profunda crisis.

Las dificultades del PDC no son, como cree Gutenberg Martínez, resultado de la falacia antojadiza que él establece entre reformistas y revolucionarios. Tal dilema en el gobierno no existe. La única disyuntiva real es entre aquellos que quieren cumplir el programa ofrecido a la ciudadanía en 2013 y quienes no quieren plasmar la palabra empeñada en campaña. La culpa tampoco es del PC, ni de Alejandro Navarro, ni de los socialistas revolucionarios (tampoco los hay, y está muy bien que así sea). Los problemas del PDC tienen que ver con su falta de sintonía con la sociedad del siglo XXI –laica y multipolar– y es curioso que, habiendo ejemplos concretos de democracias cristianas exitosas, que han sabido adaptarse al nuevo mundo, una parte del PDC chileno siga anclado en la Guerra Fría y evite hacerse cargo de sus propios ripios.

Y si de internacionalismo se tratará, les recomendamos a todos los nostálgicos de la Guerra Fría seguir con atención lo que está sucediendo en Italia y con su líder Matteo Renzi, de procedencia democristiana, el nuevo niño prodigio de la centro izquierda europea, quien fue capaz de aglutinar tras de sí a comunistas y socialistas –históricamente enemigos de la DC–, y está conduciendo un proceso de reformas que tiene obnubilado al progresismo europeo. Este resulta ser un muy buen ejemplo de una Democracia Cristiana que ha sabido adaptarse y moverse en el mundo post-Guerra Fría, y que ha dicho a quien lo quiera escuchar que “el mensaje que nos mandan los ciudadanos está claro: cuidado con no hacer lo que nos habéis prometido… los políticos que no lo entienden cometen un gran error”. Y es que ya no se puede sobrevivir ni ser hegemónico en política apostando solo a vencer haciendo triquiñuelas.

El otro camino es que el PDC asuma el crudo diagnóstico que el propio Ignacio Walker hacía sobre la DC en su conocido libro El futuro de la Democracia Cristiana en el umbral del siglo XXI, donde expresa que: “La alternativa no es otra que declarar sin más que se trata de una crisis terminal, que estamos frente a un partido que experimenta no solo una tendencia electoral declinante, sino, mucho más grave, un proceso de decadencia”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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