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El club de Eyzaguirre y el origen del mal Opinión

El club de Eyzaguirre y el origen del mal

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Hay críticas y críticas. Si Pérez Yoma y la vieja Concertación sugieren un cambio de conducción política o de ministro, no están pensando en un reemplazante para continuar por el rumbo trazado por la Presidenta o para radicalizarlo y representar, de una buena vez, a la movilización social por la educación que tanto dijo haber escuchado… para nada. Quieren un cambio cualitativamente distinto para, en rigor, morigerar esta ya feble Reforma, para conducirla por la vía de lo que llaman “acuerdos”.


No sé si fue agudeza o socarronería política. Lo cierto es que las palabras de Edmundo Pérez Yoma no pasaron inadvertidas. No me refiero a las directas, es decir, a eso de que “el origen de todos los problemas” sea Nicolás Eyzaguirre. Me refiero a las más indirectas, a esos típicos mensajes políticos que se envían con eco incluido, para que resuene donde tiene que resonar.

“Creo que sería, conociendo bien al gobierno por dentro, muy difícil un cambio de ministro”, dijo Pérez Yoma. Se entiende que “gobierno” ahí no significa algo etéreo o burocrático; ni ahí ni ninguna vez en que usa esa palabra se refiere a un ente raro, sino a alguien con nombre y apellido. En efecto, a medida que avanza en su renombrada entrevista dominical, lo explicita.

Dice: “Creo que él tiene una relación bastante estrecha con la Presidenta”. Tan estrecha que “inclusive, como han habido tantos problemas, el gobierno ha tenido que salir varias veces ya a respaldarlo”… pero agrega lo más importante esta vez: “No es usual que tenga que salir la Presidenta o el gobierno a respaldar a un ministro. Y eso ha ocurrido no sé cuantas veces”.

Y ya para rematar –lo que verdaderamente quiere que se escuche–, afirma: “Ella puso en estos puestos, los puestos más importantes, a la gente que ella consideraba más cercana. Arenas, Peñailillo, Elizalde, Céspedes, Eyzaguirre… toda la gente de la que se rodea constantemente… no hay nada que hacer en eso…”.

No hay nada que hacer… tal cual. Y Pérez Yoma sí que conoce a la Presidenta.

¿Dónde estaría el origen del mal entonces? ¿En el ministro, que está donde está, sin ser él la causa eficiente de sí mismo o en Michelle Bachelet, causa primera –origen, jefa de gobierno– de este “nudo gordiano” llamado Reforma Educacional? ¿Es la Presidenta y su club de “amiguis” el origen de todo este embrollo?

El punto es que el lazo que une el orden político de La Moneda, el lazo que le da gobernanza a su conducción en Educación, sería más un lazo de “amiguismo” que de aquello que debiera ser, arguye este peso pasado del antiguo orden concertacionista, pensando quizás en lo que llamaban, en la década de los 90, “sentido de Estado” o “sentido de país”. Pero sin duda se trataría de una amalgama precaria para la Reforma Educacional, sostenida además por asesores precarios que, llevada adelante por el “amiguismo”, nos conduciría directo al despeñadero del capricho… del capricho de la Presidenta… del capricho de su ministro.

EL REEMPLAZANTE

Hay algo de lo que dice Pérez Yoma en lo que tiene razón: es una Reforma mal planteada, pero eso no es ninguna novedad. También tiene razón al decir que nadie está contento con ella, pero tampoco esto ofrece alguna novedad.

Obvia, en sus dos perogrulladas, algo que es fundamental y también de perogrullo, que consiste en organizar las críticas que desde todos los frentes se le hacen a la Reforma: hay críticas y críticas.

[cita] A medida que avanza este gobierno, mejor se perfila que su acción reformista está enclavada en la misma dinámica anterior, y que si antes la clave era darle rostro humano a un modelo que se pactó, hoy la preocupación es, además, por los hechos, enmascararlo: máscara sobre máscaras. He ahí el origen del mal, no en un simpático y “amigo de sus amigos” ministro. [/cita]

No podemos igualar las de orden más economicista, que provienen de la multiplicidad de sostenedores, con las críticas reivindicativas de los movimientos sociales que sienten que la educación se habría extraviado en el marasmo del neoliberalismo concertacionista.

No podemos igualar las de corte más sociológico de los padres y madres que marchan hoy por la calle que, bajo el estrecho marco de la igualdad de oportunidades, habiendo ganado privilegios legítimos para sus hijos –que con estas reglas del juego, meritoriamente, han ascendido escolar y socialmente–, con las críticas de la Iglesia católica, que no aprueba el hecho de que aún no hablemos de educación y sólo estemos atrapados en si se compra, se arrienda, se es fundación sin fines de lucro o si los emblemáticos seleccionan o no.

Hay críticas y críticas. Si Pérez Yoma y la vieja Concertación sugieren un cambio de conducción política o de ministro, no están pensando en un reemplazante para continuar por el rumbo trazado por la Presidenta o para radicalizarlo y representar, de una buena vez, a la movilización social por la educación que tanto dijo haber escuchado… para nada. Quieren un cambio cualitativamente distinto para, en rigor, morigerar esta ya feble Reforma, para conducirla por la vía de lo que llaman “acuerdos”, que no es y no ha sido sino dejar contentos a los “emprendedores” de la educación, que tan noblemente han ayudado al Estado en el cumplimiento de su función educativa.

¿Quién está contento con las salidas de madre del ministro? ¿Quién puede estar feliz con sus chaplinadas? ¿Quién siquiera ríe cuando las hace de Cantinflas? ¿Quién no le coloca mute al televisor a la hora de escuchar su discurso a veces “leninista” de dictadura del proletariado, a veces neoliberal de capital humano? Para indigestarse de posmodernismo o para cacarear sobre Estado obrero burocráticamente degenerado, mejor marearse con algo que valga la pena hacerlo.

Es decir, nadie está contento con el ministro, pero el problema no es una persona –ni el ministro ni la Presidenta–, ni ese particular club de amigos que hoy nos gobiernan, y tampoco si sus lazos son tan estrechos que, cómplices, se celebran sus chaplinadas, cantinfladas o salidas de madre. Ese no es el problema.

El problema de la Reforma Educacional es, fue y seguirá siendo político.

NEOLIBERALISMO CON ROSTRO HUMANO

La pregunta es si, hoy, el reconocido modelo neoliberal de nuestro sistema educacional fue bien diagnosticado por las autoridades que llegaron a La Moneda con Michelle Bachelet, su club de amigos y los 60 asesores del Mineduc (número informado por El Mercurio). Si las consecuencias que ese modelo ha tenido en el sistema escolar, en la cultura escolar, incluso en las prácticas pedagógicas que se desarrollan al interior de las escuelas y liceos del país, fueron bien pensadas en su evaluación para generar nuevas políticas públicas.

Lo digo, no porque tenga la respuesta sino porque, precisamente, el procedimiento de generación del primer proyecto de Reforma Educacional fue realizado de espaldas a los actores, a los sujetos que precisamente algo podrían haber aportado en ese mismo diagnóstico y, por qué no decirlo, en la solución. Más allá de las consignas que implica la “retórica del fin” (fin al lucro, al copago y a la selección) la subjetividad de los actores escolares se ha resistido al cambio.

¿Era probable o previsible esto? Ya los estudiantes de los liceos emblemáticos habían mostrado –con una actitud que aparece como chocante– lo contradictorio que podría ser, para una racionalidad que busca darles mayor justicia al sistema y al modelo de ascensión a la educación superior, una medida –la del ranking– que, apoyando a los menos favorecidos, es percibida por ellos como perjudicial y discriminatoria.

Para los sostenedores debe ser similar. Específicamente para los llamados “emprendedores” de la educación. Esos que con toda honestidad, suponiendo sólo buenas intenciones, quisieron emprender con una Pyme educacional, un par de profesores que empezaron con una casita y que terminaron administrando sendos metros cuadrados de infraestructura y a miles de estudiantes junto a cientos de profesores. ¿Por qué no iban a salir a la calle a protestar por algo que ven como una completa injusticia, toda vez que ayer el sistema les permitía un negocio que ya no se les permitirá más?

Podríamos seguir así con los demás actores o sujetos sociales. La pregunta es si era o no previsible el alboroto, y la respuesta es más que clara, tan clara como que el procedimiento de “iluminados” que siguió el Ministerio –el mismo del de toda la historia de la Concertación– fue del todo errado.

Errado sólo desde fuera, en verdad. Porque la racionalidad de este proyecto de Reforma Educacional no tiene mucho que envidiarles a los anteriores; a los de la Concertación, digo. Expresémoslo así para apoyarnos en la coyuntura: ¿alguien cree, en serio, que no sea posible dudar de la voluntad política, de la verdadera voluntad política de los gobiernos de la Concertación (pletórica de discurso antineoliberal en educación) ante el desafío docente que sabemos tiene el país?

Esto lo digo porque no hay nadie, por ejemplo, que no haga gárgaras con los derechos laborales, pero sí que les cuesta recomponer lo que conocemos como “deuda histórica” con los profesores y profesoras de nuestro país, ¿o lo van a negar también?

Si quieren hablemos de lo que hicieron con el currículo nacional, del binominalismo que encontramos por todas partes en él (el encontrón “dictadura” versus “pronunciamiento militar” es sólo el más notorio de todo el “binominalismo curricular”), pero si quieren hablemos de la tontería que hicieron con las humanidades en favor de un curriculo “para integrarnos en la sociedad del conocimiento”, o de la neurotización del y por el Simce, o del estilo gerencial promovido para administrar los colegios, o de los millones que se han ido al ciberespacio con Enlaces, si quieren hablemos de las teorías que los tecnócratas (los reconocidos y los que aún están dentro del clóset), ataviados de papers y tablas Excel, nos traen de vez en vez desde quién sabe qué gran lugar maravilloso. Hablemos de lo que hicieron con la educación técnico-profesional, con la formación inicial docente, con el Crédito con Aval del Estado. Es decir, hablemos de todo lo que se ha montado so pretexto de darle rostro humano al neoliberalismo.

Déjenme decirlo de otra manera. Imaginemos que tenemos la posibilidad de preguntarle directamente al senador Ignacio Walker –que tanto defiende la libertad de emprendimiento educacional– por la situación de las escuelas básicas públicas y de los liceos públicos de Cabildo, La Calera, Hijuelas, La Cruz, La Ligua, Nogales, Papudo, Petorca, Puchuncaví, Quillota, Quintero, Zapallar, Calle Larga, Catemu, Llay Llay, Los Andes, Panquehue, Putaendo, Rinconada, San Esteban, San Felipe, Santa María, Limache, Olmué, Quilpué, Villa Alemana. ¿Cuánto han disminuido desde los 90 a la fecha?, ¿qué se ha hecho por ellos, por sus estudiantes, por sus familias?, ¿mejorarles la oferta educacional a través de más y mejores establecimientos particulares subvencionados? Lo digo no por el Senador Walker, que imagino es una gran persona, pero, al igual que el caso de Eyzaguirre, no estamos hablando de personas simplemente, estamos hablando de lógicas políticas de acción: del abandono de la Educación Pública y del desprecio o falta de voluntad política que hubo en la Nueva Mayoría para empezar por aquí y no por el enmascaramiento del rostro humano del mercado educacional.

A medida que avanza este gobierno, mejor se perfila que su acción reformista está enclavada en la misma dinámica anterior, y que si antes la clave era darle rostro humano a un modelo que se pactó, hoy la preocupación es, además, por los hechos, enmascararlo: máscara sobre máscaras. He ahí el origen del mal, no en un simpático y “amigo de sus amigos” ministro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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