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La profesión más importante es la más indignante Opinión

La profesión más importante es la más indignante

H. Solís
Por : H. Solís Licenciada en Historia con mención en Ciencia Política
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El imaginario colectivo sobre lo que implica ser docente terminó haciéndose realidad, es decir, si dices que eres docente automáticamente se asocia con mediocridad y que recibes bajos ingresos. Y es así. El punto es que el intento de la campaña Elige Educar está lejos de impulsar el objetivo tan noble que persigue porque sencillamente es un imaginario colectivo demasiado arraigado, que incluso los alumnos pequeños de hoy en día reproducen y reproducirán cuando sean mayores.


Estas últimas semanas se ha presenciado el movimiento docente y una paralización generalizada a lo largo del país por el retraso en el cumplimiento de la llamada “agenda corta” que el gobierno se había comprometido a resolver bajo el contexto de la reforma educacional. Sin embargo, hace un tiempo la organización Elige Educar impulsó una campaña que pretendía fomentar el ingreso de alumnos de excelencia a carreras pedagógicas y así reposicionarla como la carrera más importante. Y he aquí el conflicto. La pedagogía en cualquiera de sus especialidades no es la más importante sino la más indignante.

Como en todas las carreras hay profesionales de excelencia y mediocres, quienes tienen una buena remuneración y quienes no, pero en la carrera docente la mayoría están en las opciones 2. Y los motivos son bastante simples: el imaginario colectivo sobre lo que implica ser docente terminó haciéndose realidad, es decir, si dices que eres docente automáticamente se asocia con mediocridad y que recibes bajos ingresos. Y es así. El punto es que el intento de la campaña Elige Educar está lejos de impulsar el objetivo tan noble que persigue porque sencillamente es un imaginario colectivo demasiado arraigado, que incluso los alumnos pequeños de hoy en día reproducen y reproducirán cuando sean mayores y que lo comprobé cuando un alumno hace unos días me preguntaba “¿no le da lata estar hasta los 60 años haciendo siempre lo mismo, siempre haciendo clases’”, como si todos los demás desempeños laborales no tuviesen la misma lógica estructural: hacer lo mismo en un determinado tiempo. En ese momento comprendí la pésima imagen que los alumnos tienen de la carrera docente y la poca información sobre todo lo que hay que hacer para preparar una clase y su ignorancia respecto de la versatilidad que implica y requiere ser profesor. No es solo colocarse adelante a hablar; requiere un universo de habilidades para lograr que una clase funcione.

Aquí, por lo tanto, no basta con un buen comercial, el problema es demasiado estructural, de una raigambre tan establecida que no se resolverá en el corto plazo.

[cita]Todos los videos, memes y comentarios en redes sociales que han impulsado los docentes respecto a lo que exigen son absolutamente reales. En Chile, los profesores trabajan 44 horas (de 8 a. m. a 5 p. m.) impartiendo clases de lunes a viernes. En algunos casos –muy pocos– se tienen horas de permanencia (libres) para corregir pruebas, planificar, o preparar material (guías, ppt, videos, actividades). Sin considerar que muchos trabajan en dos establecimientos para alcanzar un sueldo que fluctúa entre 350 a 550 mil líquidos en promedio. Sin considerar que los recreos, que son para descansar 10 minutos, ir al servicio higiénico o tomarse un café, se usan para vigilar alumnos. Algo que está estipulado por contrato en muchísimos casos.[/cita]

Todos los videos, memes y comentarios en redes sociales que han impulsado los docentes respecto a lo que exigen son absolutamente reales. En Chile, los profesores trabajan 44 horas (de 8 a. m. a 5 p. m.) impartiendo clases de lunes a viernes. En algunos casos –muy pocos– se tienen horas de permanencia (libres) para corregir pruebas, planificar, o preparar material (guías, ppt, videos, actividades). Sin considerar que muchos trabajan en dos establecimientos para alcanzar un sueldo que fluctúa entre 350 a 550 mil líquidos en promedio. Sin considerar que los recreos, que son para descansar 10 minutos, ir al servicio higiénico o tomarse un café, se usan para vigilar alumnos. Algo que está estipulado por contrato en muchísimos casos. Esto es tan absurdo como que un médico tuviese que ir a comprar los guantes con los que va a operar a un paciente. Pero es real.

Otro punto conflictivo que también tiene que ver con el imaginario social es que la mayoría de la ciudadanía tiene la pésima impresión, a causa de unos cuantos casos, de que los docentes tienen un alto grado de mediocridad profesional y que estudiaron la carrera porque no tuvieron más oportunidad y no se desempeña con excelencia en sus labores. Ese argumento es muy usual sobre todo de quienes señalan que “están perdiendo clases con el paro”.

Lamentablemente, y nuevamente recalco, como en todas las profesiones, hay excelentes y mediocres, pero algo pasa en la pedagogía que se castiga socialmente a la mayoría, por no decir a todos, por la imagen que crearon allá por los 90 algunos. Y es importante señalar esa década porque, bajo el despliegue y consolidación de la municipalización y la posterior instauración de la JEC en el gobierno de Frei Ruiz-Tagle, la entrada a carreras de pedagogía exigía 450 puntos en la PAA, situación muy distinta del rol social que tenía el docente bajo el sistema educativo desde el gobierno de Allende hacia atrás o más conocido como de los normalistas, los cuales gozaban no solamente del reconocimientos social sino de su buen desempeño laboral y profesional.

Hasta el momento solo se ha descrito la situación en el mundo particular subvencionado y municipal porque en la educación privada esto no ocurre de forma tan dramática. Los contratos no superan las 44 horas sino que en promedio son 28 a 32, en las cuales se consideran las llamadas horas de permanencia –que, dicho sea de paso, tampoco son suficientes–, pero el sistema de oferta es diferente y las regalías salariales compensan algunas falencias.

Hay colegios que pagan las especializaciones de sus profesores, trabajan con universidades en investigaciones de campo o con centros de estudio sobre las últimas tendencias pedagógicas, como la utilización de la tecnología en la educación, y constantemente hay un apoyo a la labor del docente. Sin contar además todas la facilidades en términos de materiales, como fotocopias, salas de enlace, notebooks, proyectores, y otras necesidades en las que el docente no debe incurrir en gastos de su bolsillo porque el establecimiento les brinda todo. Bajo ese contexto, la carga profesional se alivia, pero lo frustrante es que menos del 30% se encuentra en este tipo de colegios y que, por lo tanto, obliga al restante 70% a movilizarse.

En ese sentido, las condiciones son indignantes. Y más aún que muchos sigan considerando esta profesión como de vocación, casi un martirio. Es momento de dignificar pero desde las mismas bases. Ese argumento es el peor de todos, porque perpetúa el imaginario social de que los docentes estudian porque les gusta, no porque son profesionales de la educación. Decir que hago algo con pasión, energía, motivación, le resta la valoración social y, por lo tanto, salarial si se agrega en esa misma frase la palabra vocación. Vocación es ofrecer una actividad sin esperar una recompensa a cambio y aquí el punto es justamente ese. Los docentes trabajan porque son profesionales y reciben un sueldo a cambio de su servicio. No están haciendo caridad y no esperan nada más que una recompensa emocional a cambio. Ese es el punto. El discurso debe cambiar desde ese argumento.

Son profesionales y merecen el respeto por tales. Utilizo el mismo ejemplo anterior: un médico quizá estudió esa carrera porque le interesa colaborar con la comunidad, pero no paga sus cuentas con “gracias, doctor, no sé cómo agradecerle”, “me salvó la vida, gracias”. Un profesor tampoco debiese vivir de “gracias, Profe” todo el tiempo. Pero esa tarea parte desde la conciencia de la comunidad educativa y de entender que no son ciudadanos de segunda categoría. Solo allí, en ese momento, la pedagogía dejará de ser la profesión más indignante y comenzará su lento camino a convertirse en la más importante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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