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El problema no es la DC

Francisco Arellano
Por : Francisco Arellano Militante de Comunes.
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Siguiendo la ideología del vencedor, se construyó un Estado absolutamente impermeable a intereses sociales diversos a los del gran empresariado. Se apostó a empalmar los intereses y necesidades de la gran empresa chilena e internacional con el interés general de la sociedad, presentándolos como un todo indivisible, y se negó lugar a otras posturas, ya sea tildándolas de izquierdismo trasnochado o, lisa y llanamente, de ignorancia. Para esto, aquellos que hoy conocemos como “tecnócratas” han sido indispensables. Nace así el Estado Subsidiario. Este orden social, cultural, político y económico constituye el núcleo del pacto de la transición y de los términos de la democracia posible que emerge el año 90.


Recientemente, en el diario La Tercera, el sempiterno candidato presidencial, Marco Enríquez-Ominami, instó a la Democracia Cristiana a superar sus diferencias con el progresismo para poder empujar con unidad el programa de gobierno, lo que permitiría superar las dificultades que enfrentan las reformas prometidas por la Nueva Mayoría.

Construir un diagnóstico común sobre las condiciones y obstáculos para avances democratizantes es fundamental para que exista un diálogo sustantivo entre las fuerzas de cambio, y constituye un cimiento indispensable para sustentar las alianzas y los procesos de unidad que tanto se requieren en la izquierda.

Con este objeto nos resulta necesario debatir la tesis de Enríquez-Ominami de centrar el problema político en la Democracia Cristiana, y la solución, en el tipo y carácter de primarias que se dé la coalición gobernante. Si queremos desentrañar los motivos de la enorme dificultad que ha existido para combatir el neoliberalismo desde el retorno a la democracia, nuestra propuesta es que el foco debe estar en la colonización empresarial de la política.

La colonización empresarial de la política es un problema muchísimo más complejo que la habitual imagen de unos maletines oscuros siendo entregados a altas horas de la noche a cambio de un voto en el Congreso. Se trata de cómo los intereses y necesidades del gran empresariado saturan todos los niveles y espacios de la esfera pública y se constituyen en el único modelo posible de sociedad para Chile. Este es, sin duda, el mayor logro de la dictadura.

[cita]Siguiendo la ideología del vencedor, se construyó un Estado absolutamente impermeable a intereses sociales diversos a los del gran empresariado. Se apostó a empalmar los intereses y necesidades de la gran empresa chilena e internacional con el interés general de la sociedad, presentándolos como un todo indivisible, y se negó lugar a otras posturas, ya sea tildándolas de izquierdismo trasnochado o, lisa y llanamente, de ignorancia. Para esto, aquellos que hoy conocemos como “tecnócratas” han sido indispensables. Nace así el Estado Subsidiario. Este orden social, cultural, político y económico constituye el núcleo del pacto de la transición y de los términos de la democracia posible que emerge el año 90. [/cita]

Cuando hubo que analizar los motivos del quiebre institucional del año 73, el sociólogo Enzo Faletto señaló que este se produjo porque no hubo apertura del Estado ni de la política para incorporar a los nuevos sectores sociales que emergieron en la sociedad chilena a partir de los 60, lo que resulta en el desborde de ambos y su capitulación. Jaime Guzmán, por su parte, sostuvo que la crisis se produjo porque el Estado se abrió, en el ciclo 1939-1973, a incorporar intereses ajenos a aquellos de las élites económicas y sociales, lo que habría producido su posterior desborde y capitulación.

Siguiendo la ideología del vencedor, se construyó un Estado absolutamente impermeable a intereses sociales diversos a los del gran empresariado. Se apostó a empalmar los intereses y necesidades de la gran empresa chilena e internacional con el interés general de la sociedad, presentándolos como un todo indivisible, y se negó lugar a otras posturas, ya sea tildándolas de izquierdismo trasnochado o, lisa y llanamente, de ignorancia. Para esto, aquellos que hoy conocemos como “tecnócratas” han sido indispensables. Nace así el Estado Subsidiario. Este orden social, cultural, político y económico constituye el núcleo del pacto de la transición y de los términos de la democracia posible que emerge el año 90.

Este modelo de sociedad es lo que explica un sinnúmero de situaciones que a simple vista parecen increíbles e incluso atentatorias contra el sentido común. Por ejemplo: que sea más importante asegurar el negocio en educación que su calidad y la educación pública; que sea más importante asegurar el negocio de las Isapres y las clínicas privadas, que el acceso universal a la salud para la población; el negocio inmobiliario por sobre construir ciudades habitables; el negocio de las AFP por sobre pensiones dignas para todos; los proyectos mineros por sobre los recursos hídricos; los proyectos energéticos por sobre nuestro medioambiente; etc., etc., etc.

Es tan radical nuestra situación, que cuando la sociedad presiona a la política por cierto tipo de reformas, no sólo no se logran avances, sino que peor aún: ¡se retrocede! Esto fue lo que ocurrió con la reforma tributaria, que prometía acabar con los abusos heredados, como el FUT, y terminó creando un conjunto de nuevas y diversas herramientas para reducir y postergar impuestos al gran empresariado. Es claro, tenemos un problema con nuestra democracia.

Sabido es que la derecha política responde directamente a los intereses del gran empresariado. Pero ¿y la Nueva Mayoría? Pareciera que tienen una relación más estrecha con la gran empresa que lo que se deja ver cuando Camilo Escalona (PS) los llama chupasangres, o Jaime Quintana (PPD) habla de la retroexcavadora. De otra forma, ¿cómo entender que los ministros de Hacienda, Alberto Arenas (PS), de Educación, Nicolás Eyzaguirre (PPD), de Minería, Aurora Williams (PR) y de Energía, Máximo Pacheco (PS), lleguen a sus cargos después de haber ocupado puestos de directores o gerentes en algunas de las más importantes empresas del grupo Luksic? Vivimos en una sociedad donde las familias Matte, Piñera, Luksic y Angelini pueden decir con toda propiedad: ¡el Estado soy yo!

Visto así, resulta evidente, primero, lo profundo y complejo que es el control que han logrado los grandes empresarios sobre nuestra democracia, y segundo, que el conservadurismo de la Democracia Cristiana está muy lejos de ser el meollo del problema político que enfrentamos quienes queremos superar el neoliberalismo en Chile.

En esto, el propio Partido Progresista y su candidato no se alejan de “la vieja política”. En su campaña 2009, Marco recibió $369.777.862 en aportes reservados, y otros $239.873.370 en su campaña 2013. El punto aquí no es hacer una caza de brujas, sino abrir una discusión sincera y realista sobre qué posibilidad existe de que fuerzas políticas apoyadas, financiadas y hasta dirigidas por grupos empresariales que se benefician del modelo, cambien el modelo.

Desde Izquierda Autónoma y la Fundación Nodo XXI no tenemos ni un recetario mágico ni una solución instantánea para enfrentar esta situación. Sí algunas ideas para orientar el debate entre las fuerzas democráticas de este país:

-Primero, el conflicto entre los intereses del gran empresariado y los de las grandes mayorías del país no puede ocultarse. Esto no significa que éstos siempre sean contrapuestos, pero sí que muchas veces lo son, y este conflicto debe ser parte del debate público.

-Segundo, la política necesita urgentemente organizaciones políticas autónomas del interés empresarial, que en lo posible conformen un gran frente común, que se proponga convocar a los sectores históricamente excluidos de la política chilena.

-Tercero, la posición del empresariado es una posición de fuerza. Solamente una sociedad civil organizada y empoderada será capaz de entablar un diálogo, y la posibilidad de construir acuerdos reales con quienes son hoy los dueños del país.

Ninguna de las fuerzas políticas existentes, y que declaran estar a favor de democratizar este país, podrán abordar esta tarea por sí solas. Desde ya ponemos toda nuestra energía e inteligencia a disposición de construir los actores y las alianzas necesarias para superar los límites de la democracia que nos heredó el dictador.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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