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Humberto Giannini, filósofo de la convivencia humana

Maximiliano Figueroa
Por : Maximiliano Figueroa Doctor en Filosofía, Universidad de Deusto, España Director del departamento de Filosofía Universidad Adolfo Ibáñez
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Los hermosos y rigurosos escritos que nos deja sobre la tolerancia, el perdón, la promesa, la esperanza, la comunicación y la convivencia tuvieron como propósito servir al desarrollo de una sociedad más reflexiva, más consciente y responsable de su destino, capaz de movilizar sus fuerzas morales, culturales y políticas para salvaguardar la dignidad humana e impedir la reedición del horror y la violencia.


Humberto Giannini murió el pasado martes 25 de noviembre, a los 87 años de edad. Su muerte ha suscitado una tristeza profunda pero tranquila entre todos los que lo conocieron. Era, en el sentido pleno de ambas expresiones, un hombre amable y un filósofo. Su obra trasunta un aliento humanista de inspiración clásica. De manera original, y al servicio de los propósitos de su propia reflexión empeñada en escrutar la experiencia moral, acogió las principales contribuciones de la fenomenología y la hermenéutica contemporáneas; su trabajo puede ser inscrito en el así llamado giro lingüístico que ha encauzado la filosofía en las últimas décadas. Entendió y ejerció la filosofía lejos de los juegos conceptuales abstractos, la sacó del encierro académico, la conectó con la vida, la comprometió con su tiempo y con el destino del país, sin que por ello su filosofar perdiera un ápice de rigor y hondura. La claridad, un sello distintivo de todos sus escritos,  fue una exigencia nacida de la convicción de que la filosofía y sus frutos pueden estar al alcance de todos. Si tuviéramos que adscribir a Giannini a una de las matrices que han impulsado la tradición filosófica, cabría decir que tal matriz es la socrática. Socrática fue su atención a la ciudad como ámbito donde rastrear la experiencia común, su preocupación por el curso moral de la convivencia social en que estaba implicado y su concepción del filósofo como un ciudadano que pone su praxis al servicio de la promoción humana de la polis.

Vinculado toda su vida académica a la Universidad de Chile, fue nombrado Profesor Émerito el año 2012 por esa casa de estudios. En 1998 recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Paris VIII. En 1999 se le entregó el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. Entre su vasta producción se pueden destacar los libros Reflexiones sobre la convivencia humana (1965), El mito de la autenticidad (1968), Desde las palabras (1981), Breve historia de la filosofía (con más de 20 reediciones), La reflexión cotidiana: hacia una arqueología de la experiencia (1987, con 7 ediciones y una traducción al francés con prólogo de Paul Ricouer), La experiencia moral (1992), Del bien que se espera y del bien que se debe (1997), La metafísica eres tú (2007). Aristóteles, Kant, San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás, Lévinas, Castelli, Dewey, Heidegger y Millas irrigan su original obra y fueron, muchos de ellos, objetos de ensayos que representan valiosos aportes a los estudios filosóficos.

[cita]Los hermosos y rigurosos escritos que nos deja sobre la tolerancia, el perdón, la promesa, la esperanza, la comunicación y la convivencia tuvieron como propósito servir al desarrollo de una sociedad más reflexiva, más consciente y responsable de su destino, capaz de movilizar sus fuerzas morales, culturales y políticas para salvaguardar la dignidad humana e impedir la reedición del horror y la violencia.[/cita]

En no pocas ocasiones contribuyó con su reflexión y opinión crítica a esclarecer los asuntos de la vida pública. Defendió los fueros de la razón y la libertad en los años de exceso ideológico, opuso integridad a la violencia y prepotencia de la dictadura y no dejó de advertirnos de los peligros de la lógica mercantil desbordada.

Uno de sus más importantes aportes fue recordarnos que la humanidad –la de cada uno, la de todos– no se logra en soledad, sino que exige hacernos disponibles para el encuentro y la convivencia con los otros. Su filosofía puede ser definida como una búsqueda de la experiencia común, como el anhelo de encontrar en la vida cotidiana una suerte de absoluto empírico que ilumine la experiencia moral que en ella arraiga. Su pensamiento fue una verdadera lucha contra el avance de la soledad en la sociedad contemporánea; esa soledad implicada en experiencias de desencuentro, de intolerancia, incomprensión o indiferencia: formas diversas de una convivencia no lograda o que sólo llega a ser tangencial, modulaciones negativas que conducen a enclaustrar nuestras individualidades y hacer zozobrar el curso de los asuntos humanos, especialmente uno que estuvo en el centro de sus preocupaciones: el de la vida en común.

Humberto Giannini fue indudablemente un filósofo de la convivencia humana: éste fue el objeto de su atención y pasión intelectual. Su convicción más profunda, aquella que anima a gran parte de su producción intelectual, es que el ejercicio de la reflexividad, personal y social, puede permitir a esa convivencia que nos implica, el logro de una continuidad histórica esclarecida e intencionada, la consciencia de una corrección que se ha hecho necesaria, la posibilidad de vislumbrar el desarrollo moral que le daría mayor plenitud y dignidad.

En cierta ocasión señaló que “si la filosofía quiere conservar su seriedad vital, sus referencias concretas, no debe desterrar completamente de sus consideraciones el modo en que el filósofo viene a encontrarse implicado en aquello que explica”. Reflejo de esto, su obra, en gran medida, es una reacción a los acontecimientos que se abrieron para Chile el 11 de septiembre de 1973. Giannini se abocó al intento de comprender las bases morales de la convivencia humana tratando de reconocer en qué consiste y cómo llega a ser posible la ofensa, especialmente aquella violenta y cruel, que seres humanos infligen a otros seres humanos fracturando la convivencia social. “La ofensa es corte, cercenamiento”, señaló. “Y este corte tiene que ver con nuestra condición de seres expuestos, no a los peligros del mundo físico, sino a la omisión y a la violencia ejercitadas por otro sujeto; tiene que ver con el ser-ante otra subjetividad y con algo que allí, y sólo allí, diariamente se omite, se distorsiona, se transgrede, se triza, se quiebra […] El significado de ofensa resume, en todos sus grados, ese sentimiento de desolación que experimenta el sujeto. Somos desolados por los otros”.

Los hermosos y rigurosos escritos que nos deja sobre la tolerancia, el perdón, la promesa, la esperanza, la comunicación y la convivencia tuvieron como propósito servir al desarrollo de una sociedad más reflexiva, más consciente y responsable de su destino, capaz de movilizar sus fuerzas morales, culturales y políticas para salvaguardar la dignidad humana e impedir la reedición del horror y la violencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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