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Amanda Labarca, sorprendente vigencia

Ayer, como hoy, era necesario poner la educación en el centro de la posibilidad de desarrollo económico, social y político del país, en condiciones de justicia, equidad y respeto a los derechos de las personas, y para ello usó todas las herramientas disponibles, en el lugar y tiempo que le tocó –o eligió- vivir.


Coincide el término del año escolar con una abierta convocatoria a Paro y Movilización Nacional de los docentes; un momento, además, en que la dirigencia gremial del Colegio de Profesores vive uno de sus estadios más críticos, y el olor a negociaciones poco transparentes que generan los medios de comunicación masivos, silenciando o distorsionando la información, provocan desconcierto y el congelamiento de la confianza en lo público.

El 5 de diciembre de 1886, en Santiago de Chile, nace una de las más grandes intelectuales chilenas: Amanda Labarca Huberston.

El contexto determina la mirada. ¿Cómo reseñar desde el presente el perfil de esta mujer que vinculó sus conocimientos y habilidades con el quehacer político, influyendo en importantes decisiones de carácter público, como el derecho al voto, el derecho a la educación pública y gratuita, las condiciones laborales de las mujeres, la formación de las mujeres, la igualdad de derechos y desde el lugar que le tocó –o eligió– formó parte de la vanguardia intelectual y cultural de América Latina a principios del siglo XX?

Labarca comprendió la necesidad de un cambio estructural en la visión educativa, en la línea que ya venía abriendo una brecha en el pensamiento liberal, con los Amunátegui y de Salas, entre otros. Y para ello debía haber una sincronía necesaria y útil entre la visión país y su visión educativa. Abogaba por mejores condiciones para el conjunto de la educación, y atendía a todas sus partes. La educación pública era un imperativo en su concepción de desarrollo social. Y hay en sus textos una advertencia sobre los riesgos sociales de fomentar la educación para la elite, de volver la educación funcional a la clase económica dominante, de dejar la formación de los jóvenes en manos de profesores sometidos a condiciones económicas precarias, sin posibilidad de una formación adecuada, coherente con las necesidades de una reforma general de la educación.

[cita]Ayer, como hoy, era necesario poner la educación en el centro de la posibilidad de desarrollo económico, social y político del país, en condiciones de justicia, equidad y respeto a los derechos de las personas, y para ello usó todas las herramientas disponibles, en el lugar y tiempo que le tocó –o eligió– vivir.[/cita]

Han pasado varias decenas de años, y sus declaraciones aparecen demasiado frescas. ¿O es que además de comprender profundamente su tiempo, avistaba una perpetuación de una educación sometida al mecanismo económico, que pasaba muy por sobre los derechos de las personas, llevándose como un huracán la perspectiva de generar una sociedad más justa, con un contrato social donde el valor esté sobre el precio?

Labarca abominaba de los modelos extranjeros y extranjerizantes. Promovía la reflexión sobre una educación propia, basada en la identidad cultural, y concentrada en mejorar las condiciones sociales, económicas y políticas de la sociedad chilena. Abogaba por una educación que igualara las posibilidades de desarrollo de todos los ciudadanos, especialmente aquellos invisibilizados como las mujeres y los niños. Creía, además, en la movilización de las ideas, en convertir las propuestas en acciones, en llevar las reflexiones a la calle, en ejercer los derechos laborales, en participar en las decisiones, levantando la voz. Mujer de pluma y espada.

Más allá de los avatares de su biografía, Labarca es una de las mayores referentes en la historia de la educación chilena. En ese ámbito, desarrolló una propuesta educativa general, que promovía, como un eje central de las transformaciones necesarias, la formación de los profesores. Ya vinculada, Labarca, al instituto Pedagógico, impulsó la creación del Liceo Experimental Manuel de Salas, y las Escuelas de Temporada, más adelante llamadas Jornadas de Actualización para Profesores, las históricas JAP, que hasta hoy se realizan en la Universidad de Chile. El objetivo era dar a los profesores conocimientos y habilidades pedagógicas que les permitieran enfrentar en mejores condiciones las aulas, centrándose tanto en el ejercicio de la teoría como la práctica educativa. Estos fueron los primeros ejercicios de profesionalización de la docencia, a través de la formación continua.

Ayer, como hoy, era necesario poner la educación en el centro de la posibilidad de desarrollo económico, social y político del país, en condiciones de justicia, equidad y respeto a los derechos de las personas, y para ello usó todas las herramientas disponibles, en el lugar y tiempo que le tocó –o eligió– vivir.

También supo que serían las mujeres las llamadas a ejercer opinión crítica sobre las condiciones del gremio, puesto que era una profesión con predominancia de mujeres en ejercicio, a lo largo y ancho del país. E impulsó, junto con muchas otras y desde el Movimiento de Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH), la lucha por la autonomía económica, social y cultural de las mujeres. Ambas cosas contribuyeron a la formación de las primeras organizaciones de mujeres vinculadas a la educación, y a su continua demanda por mejores condiciones para la educación chilena.

De seguro, su espíritu acompaña a los profes y a las profes en las marchas y suscribe la consigna que dice: el profe, luchando, también está educando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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