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Piketty, intérprete de nuestro tiempo

Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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La aparición del libro de Piketty ha producido conmoción en los círculos intelectuales de la derecha y dejado en evidencia la pobreza de su reflexión.


Ha aparecido en las librerías de Chile el libro de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, y su autor visita el país para acompañar su lanzamiento. Como se sabe, se trata de un fenómeno editorial mundial como hace tiempo no se había visto en el campo de la economía y de las ciencias sociales. Ello está asociado a que –como señaló el Premio Nobel de Economía Paul Krugman– su libro revoluciona el análisis de la desigualdad. En efecto, hasta ahora los estudios se centraban en la brecha entre los pobres o los trabajadores y los meramente acomodados, pero no en la gran brecha que separa al 1% más rico del resto de la población.

El análisis que realiza el autor está basado en un minucioso trabajo estadístico que explora las bases de datos tributarios de más de 20 países a lo largo de 300 años de historia. Al mismo tiempo, con sobriedad, toma posición en varios debates que han ocupado a la economía en las últimas décadas. Contrasta este esfuerzo, que se ha traducido en un libro de 700 páginas y 75 bases de datos disponibles online, con el análisis económico corriente.

¿Cuáles son los temas que abre la publicación del libro y que son relevantes para la discusión nacional?

[cita]La aparición del libro de Piketty ha producido conmoción en los círculos intelectuales de la derecha y dejado en evidencia la pobreza de su reflexión.[/cita]

En primer lugar, Piketty llama la atención respecto de que la participación del capital en el ingreso, que desde los 70 y los 80 ha venido creciendo significativamente, lo puede seguir haciendo hasta volver a los máximos que se alcanzaron antes de la Primera Guerra Mundial, en que el 10% más rico poseía el 90% de la riqueza. Esto deriva de lo que, según el autor, es la lección más importante de su estudio: la tecnología moderna usa una gran cantidad de capital; más importante aún, en la medida que el capital tienen tantos usos, se pueden acumular grandes cantidades sin que sus retornos se reduzcan a cero.

Lo anterior nos conduce a un segundo punto. La alta concentración económica que existe en el mundo y en nuestro país, es en consecuencia un resultado propio de la lógica económica y, por tanto, solo la política y las políticas públicas pueden revertirla. En tal contexto aparecen los límites históricos del progresismo de la Concertación en este campo. Se careció de políticas públicas orientadas a reducir la desigualdad sobre la base de la afirmación de que una estructura tributaria regresiva no era relevante para la desigualdad, si el gasto público sí era progresivo. El gran aporte de Bachelet II fue justamente cuestionar este supuesto y afirmar el carácter indispensable de una reforma tributaria que no solo recaudara más sino que hiciera a la estructura tributaria más progresiva. Probablemente, más allá de los temas que no se abordaron, el gran error en este contexto fue haber reducido la tasa marginal de 40 a 35%

Un tercer elemento importante que pone en el debate el libro de Piketty es que, paralela a la alta concentración de los ingresos provenientes del capital, tiene lugar una alta diferenciación entre los individuos que reciben altos salarios y el resto de la población. Aún cuando al analizar este tema aparecen, con razón, las remuneraciones de las estrellas de cine y del deporte, ellos conforman sólo una parte menor de estos “asalariados”. La parte principal corresponde a los altos ejecutivos (o “superdirectores”) de las grandes empresas y entidades financieras (bancos, corredores de bolsa), cuyos salarios son establecidos por comités conformados por ejecutivos de la misma comunidad. El también Premio Nobel de Economía, Robert Solow, al comentar con entusiasmo el libro de Piketty sugiere la hipótesis de que estas remuneraciones no correspondan a las rentas del trabajo sino que constituye una forma de distribuir el ingreso del capital.

En cuarto lugar, es muy posible que el impacto del libro de Piketty sea un resultado de la insatisfacción existente respecto de cómo se hace y se estudia la economía. En la introducción el autor señala categóricamente que “la disciplina económica aún no ha salido de su pasión infantil por las matemáticas y las especulaciones puramente teóricas, y a menudo muy ideológicas, en detrimento de la investigación histórica, y del cotejo con las demás ciencias sociales”.

En quinto lugar, el libro cuestiona las bases de información de nuestra discusión sobre desigualdad. Las encuestas de hogares que sirven de sustento a la estimación del índice de Gini son insuficientes para calibrar la magnitud del problema. En efecto, la comparación entre quintiles de ingreso o incluso deciles, encubre la tremenda desigualdad que existe entre el 1% más rico y la mayoría de la población. En ese sentido, se hace necesario, resguardando la confidencialidad y el secreto tributario, buscar la manera que haga posible acceder a la información tributaria desagregada para dilucidar la real magnitud del problema. Esto sería además muy relevante para elevar la calidad del análisis económico y de las políticas públicas.

Asociado a lo anterior, Piketty se muestra crítico respecto de los índices habituales de desigualdad. El índice de Gini, así como el Theil, afirma Piketty,  alegan sintetizar en un solo índice numérico todo lo que la distribución puede decirnos acerca de la desigualdad. Pero, la realidad social y el significado económico y político de la desigualdad son muy distintos en los distintos niveles de distribución. Adicionalmente estos índices tienden a confundir desigualdad en relación con el trabajo con la desigualdad en relación con el capital, aun cuando los mecanismos económicos que los generan y las justificaciones normativas de las desigualdades son muy diferentes en ambos casos. De ahí que Piketty considera mejor analizar las desigualdades en términos de las tablas de distribución indicando las participaciones de los distintos deciles y centiles en el ingreso y riqueza total, en lugar de índices como el Gini. Las tablas de distribución son valiosas además porque fuerzan a tomar nota de los niveles de ingreso y riqueza de los distintos grupos que constituyen la jerarquía existente. Estos niveles se expresan en términos de dinero o como porcentaje del ingreso promedio y de los niveles de riqueza, en lugar de medidas estadísticas difíciles de interpretar. Las tablas de distribución –sostiene Piketty– permiten tener una comprensión más concreta y visceral de la desigualdad social como también una apreciación de los datos disponibles para estudiar estos temas y sus límites. En contraste, los índices estadísticos dan una visión estéril de la desigualdad que dificulta que la gente identifique su posición en la jerarquía contemporánea.

La aparición del libro de Piketty ha producido conmoción en los círculos intelectuales de la derecha y dejado en evidencia la pobreza de su reflexión. En su reciente visita al país, el economista conservador y largos años tesorero del Club Deportivo Barcelona, Xavier Sala i Martín, señaló que Piketty estaba equivocado y que el aumento de las desigualdades era resultado simple de los cambios tecnológicos. De un conferencista que se reúne en varias ocasiones con lo más granado de la intelectualidad, los políticos y los empresarios de derecha, se hubiese esperado que trajera al país una argumentación teórica y empírica razonable para contrarrestar la argumentación del economista francés. No obstante, el conferencista y sus auditores se conformaron (al menos según lo que informa El Mercurio) con “datos” casi anecdóticos. Citó, así, el caso de una señora de una agencia de viajes que había perdido el empleo por el uso creciente del Internet en las compras de pasajes y contó que si se comparaba el listado de la revista Fortune de los más ricos en 1987 y 2014 se repetían pocos nombres. Hernán Büchi, por su parte, que parece ser considerado el intelectual más brillante de la derecha por la frecuencia con que aparece en las reservadas reuniones de ese sector, afirma que el argumento teórico de Piketty para criticar el capitalismo “es tan errado como los del pasado y su solución es una variante de impuestos y más Estado, elevado a la categoría mundial”.  No obstante, en su artículo en El Mercurio del 11 de enero 2015 no formula sus argumentos teóricos en contra del economista francés ni discute las abundantes cifras que entrega El capital en el siglo XXI, limitándose a “probar” con cifras del Banco Mundial que la pobreza ha disminuido en el mundo, cuestión que Piketty en ningún momento cuestiona.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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