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Lo que Penta se llevó Opinión

Lo que Penta se llevó

Camilo Feres
Por : Camilo Feres Consultor en Estrategia y AA.PP.
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Y es que los destinos de Penta y la UDI están tan íntimamente ligados, que en el trago más amargo de sus vidas ambos han sido sorprendidos haciendo lo mismo que los convirtió en actores principales de la pugna de poder sobre la cota mil: usando su poder político y económico para vencer en todas y cada una de las pequeñas batallas intestinas de su sector. Recursos humanos, financieros y técnicos destinados sin prolijidad ni decoro alguno a vencer a Allamand en la primaria, a doblegarlo en la senatorial y a dar cuidado y atención a sus guerreros heridos en combate (Golborne y Longueira).


Aunque aún restan capítulos por conocer en el escándalo político del momento, la profundidad de sus efectos sobre el sistema ya permite erigirlo a la categoría de “hito”. Es decir, es altamente probable que después del Pentage los equilibrios, figuras, lógicas y proyecciones de nuestra clase política habrán girado significativamente.

Lo primero que habría que señalar es que probablemente estemos ante el fin del “superciclo” de la UDI. Desde la división de la derecha en dos partidos a fines de los 80, Renovación Nacional y la UDI han coexistido con sucesivas disputas tácticas e ideológicas y con un marcado antagonismo entre sus figuras principales. Esta convivencia competitiva, sin embargo, tiene desde la segunda mitad de los años 90 un claro predominio del gremialismo por sobre sus socios de coalición.

[cita]Con Penta se va también algo de ese ethos. De la épica de un grupo de ejecutivos devenidos en políticos y operadores que sólo han sabido de éxito. De un grupo de poder que abandonó los barrios y catedrales tradicionales de su sector para erigir los propios, arriba de los cerros, en universidades, condominios y mansiones donde lo social, lo político, lo económico y lo inmobiliario se unen en una masa que, de tan homogénea, terminó pareciendo lo mismo.[/cita]

Esta hegemonía ha debido ser refrendada permanentemente en refriegas que, iconográficamente, tienen por protagonistas a los coroneles de la UDI en abierta o soterrada disputa con algún miembro de la antigua “patrulla juvenil” de RN. Buena parte de la historia de la derecha de la postdictadura podría contarse a través de los denodados esfuerzos del gremialismo por impedir la elección de Allamand o Piñera, sin importar dónde o a qué se presentaran, un guión que fue momentáneamente interrumpido por la incorporación de Allamand al grupo de los denominados “Samuráis” de Lavín y el posterior blindaje para que llegara al Senado sin enfrentar competencia.

A excepción de esas mesetas de civilidad entre las figuras principales de la derecha, la tónica entre éstas ha sido la competencia y el antagonismo. La llegada de Carlos Larraín al mando de RN no hizo sino exacerbar la identificación competitiva entre ambas tiendas y, así, las derrotas infligidas a Lavín como candidato presidencial y luego como candidato al Senado, agregaron algo de pimienta a la permanente medición de fuerzas entre ambos partidos. En el neto, sin embargo, al menos desde la segunda mitad de los años 90 (tras la también simbólica derrota de Allamand que precedió a su “Dakar” reflexivo), la música en la derecha la ha puesto la UDI, en un flujo de crecimiento permanente que la situó incluso como el más grande de los partidos de Chile.

Tal vez la principal amenaza a esta hegemonía gremialista se vivió con ocasión de la imposición y triunfo de uno de sus antagonistas principales: Sebastián Piñera. Ahí la maquinaria UDI prendió todas sus alertas y entre visitas masivas a Palacio, amargas quejas, bloqueo de nombramiento y discos “pare” a la acción política del Ejecutivo, logró despejar el fantasma de un Gobierno orientado a destruirla, al punto de terminar en dicho período siendo el principal soporte y eje político del Ejecutivo, tras despojar al Presidente de su mano derecha y Ministro Principal y colocar a cargo del Gabinete a uno de los discípulos de Jaime Guzmán. Aunque esta historia, complicidad pasiva mediante, tampoco tuvo un final feliz.

Tanta ha sido la resiliencia de la UDI para sobreponerse a cada amenaza de fuego amigo, que resulta ciertamente paradójico que aquello que intentaron denodadamente sus más enconados enemigos y adversarios esté sucediendo ahora a manos de los que se suponía eran sus más irrestrictos aliados: los grupos empresariales surgidos, al igual que la UDI, de la revolución política y económica acometida en dictadura.

Y es que los destinos de Penta y la UDI están tan íntimamente ligados, que en el trago más amargo de sus vidas ambos han sido sorprendidos haciendo lo mismo que los convirtió en actores principales de la pugna de poder sobre la cota mil: usando  su poder político y económico para vencer en todas y cada una de las pequeñas batallas intestinas de su sector. Recursos humanos, financieros y técnicos destinados sin prolijidad ni decoro alguno a vencer a Allamand en la primaria, a doblegarlo en la senatorial y a dar cuidado y atención a sus guerreros heridos en combate (Golborne y Longueira).

De aquí que hoy el lodazal los involucre a ambos sin distinción posible. Más aún cuando la dirigencia de la UDI está en manos del heredero indiscutido de la trenza de poder financiero, político y social que sustentó el ascenso incesante del gremialismo en la cadena alimenticia de la elite.

Así, con Penta se va también algo de ese ethos. De la épica de un grupo de ejecutivos devenidos en políticos y operadores que sólo han sabido de éxito. De un grupo de poder que abandonó los barrios y catedrales tradicionales de su sector para erigir los propios, arriba de los cerros, en universidades, condominios y mansiones donde lo social, lo político, lo económico y lo inmobiliario se unen en una masa que de tan homogénea terminó pareciendo lo mismo.

Penta se lleva consigo también la promesa de continuidad de los Coroneles que vieron en la renovación pactada la fórmula para alejar a la UDI de los cantos de sirena de la democratización y la meritocracia interna. Ernesto Silva fue ungido por unos coroneles desgastados por la exigente misión de mantener el buque a flote, mientras el timón lo meneaba zigzagueante Piñera en su incesante esfuerzo por ser querido por quienes no votaron por él.

Fue el paso al costado de líderes diezmados también por la fagocitosis en la que se convirtió el proceso de nominación del candidato presidencial para enfrentar a Bachelet, pero que, así y todo, aspiraban a mantener su poder dentro de la UDI sin necesidad de presidirla. Ese diseño, del cual Jovino Novoa fue el principal soporte y sostén, se cae a pedazos y ahora tanto los dueños como los herederos parecen condenados.

En la interna, en tanto, la cohesión y unidad, de la cual el gremialismo siempre hizo gala, se fisura con cada nueva tesis que sale al ruedo y cada filtración sobre desacuerdos, cartas de reemplazo, golpes blandos que suben, ascendientes internos que bajan… Condimentos más, condimentos menos, lo que hoy entendemos por derecha es un espacio en franca destrucción sin que asome aún un proyecto de reemplazo.

El de la UDI era un modelo tan exitoso y cohesionado que parecía irreductible. Hoy, sin embargo, cuando esa imagen de fuerza y expansión se resiente y lo que se veía como una sólida maquinaria político-electoral asoma más bien como una burbuja a punto de estallar, la pregunta que se instala es otra: ¿cuánto más puede devaluarse una acción que llegó a ser vista como el patrón oro de la política de la transición?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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