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A ganarse la ciudadanía

Vicente Wilson
Por : Vicente Wilson Sociólogo. Movimiento Construye Sociedad
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No se trata, ciertamente, de exigir requisitos adicionales a los que exige nuestra legislación, sino de comprender que no basta con enseñarle a nuestra juventud qué significa ser ciudadano en una clase de educación cívica un viernes por la tarde, en una sala donde abundan el bullicio y los papelitos que vuelan. La ciudadanía es una experiencia vital y, por tanto, hay que pensar en alternativas que ayuden a experimentarla, vivirla y trabajarla.


¿Qué significa ser ciudadano hoy en Chile? En principio, lo es cualquier chileno mayor de dieciocho años y que no haya estado más de tres años y un día  en cárcel. Vale decir, cualquier sujeto que haya cumplido la edad adulta y no haya cometido un delito de categoría. Sin embargo, esto suena muy poco romántico, soso, como un pan sin sal. Tal vez exista detrás cierto sentido republicano, en virtud del cual se asume que todo hombre adulto ha pasado obligatoriamente por el colegio, y que en éste le forjaron un talante de ciudadano. Todos sabemos, sin embargo, que eso es más que discutible.

Puedo seguir tratando de interpretar el sentido y la práctica de la ciudadanía en el Chile de hoy, pero lo cierto es que no existe un sentimiento claro ni de deber ni de derecho con esta categoría. La ciudadanía, al ser automática, imperceptible y poco condicionante, pareciera no afectar al individuo. El cabro que cumple dieciocho años no dice: “Qué bien, ahora soy ciudadano”, sino que, probable y mayoritariamente, dice: “Qué bien, ahora puedo comprar copete”. El hecho mismo de convertirnos en ciudadanos se asemeja a recibir por correspondencia la membresía a un club que no conocemos ni entendemos.

[cita]No se trata, ciertamente, de exigir requisitos adicionales a los que exige nuestra legislación, sino de comprender que no basta con enseñarle a nuestra juventud qué significa ser ciudadano en una clase de educación cívica un viernes por la tarde, en una sala donde abundan el bullicio y los papelitos que vuelan. La ciudadanía es una experiencia vital y, por tanto, hay que pensar en alternativas que ayuden a experimentarla, vivirla y trabajarla.[/cita]

Sin duda este es un tema que debe ser profundizado para buscar soluciones de largo aliento, que muy probablemente dicen relación con el fortalecimiento de las comunidades que ayudan a incrementar el sentido de pertenencia a la sociedad y al país. No obstante, un buen comienzo puede ser ayudar a materializar el “paso a la ciudadanía”, es decir, que el joven que se está convirtiendo en ciudadano pase por algo así como un rito de iniciación, que lo marque toda su vida.

No se trata, ciertamente, de exigir requisitos adicionales a los que exige nuestra legislación, sino de comprender que no basta con enseñarle a nuestra juventud qué significa ser ciudadano en una clase de educación cívica un viernes por la tarde, en una sala donde abundan el bullicio y los papelitos que vuelan. La ciudadanía es una experiencia vital y, por tanto, hay que pensar en alternativas que ayuden a experimentarla, vivirla y trabajarla. Una opción, en este sentido, es establecer trabajos comunitarios obligatorios saliendo del colegio. Dos, tres, cuatro o seis meses, por donde se quiera partir. Pero que sea obligatorio de verdad, que vayan los asmáticos y los que tienen pie plano. Hombres y mujeres. Pobres y ricos. Que un cabro que ni para ir al estadio baja del Cantagallo trabaje como un par, como un igual, con uno que vive en la periferia de Las Cabras y que tiene letrina. Y que trabajen construyendo un puente en el sur, cosechando uvas, pintando las murallas de la ciudad, en el servicio militar, arreglando motores de auto, ayudando en un consultorio o cuidando a nuestros viejos en un asilo.

Esta idea, sin duda, no soluciona el problema, pero sí ayuda a forjar ciudadanos. Genera una estructura de disciplina mínima, otorga el buen sentimiento de deber con el país y la comunidad, facilita la amistad entre jóvenes de distinto origen, porque los hace trabajar juntos en un sentimiento de igualdad y fraternidad que no han tenido nunca, pero, por sobre todo, les enseña que las cosas más importantes se ganan y se cuidan con el sudor de la frente. Y eso, en los tiempos que vivimos, no es poco.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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