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La “Infiltración Intrigante” de la política chilena: el caso Penta Opinión

La “Infiltración Intrigante” de la política chilena: el caso Penta

Eda Cleary
Por : Eda Cleary Socióloga, doctorada en ciencias políticas y económicas en la Universidad de Aachen de Alemania Federal.
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El juego de la intriga y contraintriga infiltra sistemáticamente el modo de gobernar, y se maneja a la ciudadanía con la política de “pane e circo” como política de contención de conflictos sociales, tal cual lo describiera Niccolò Machiavelli cuando le daba consejos al príncipe para mantenerse en el poder.


Según la Sociología de la Intriga, los procesos políticos sufren de “infiltración intrigante” cuando los mecanismos democráticos de resolución de conflictos, tales como el Parlamento o el Congreso, se transforman en plataformas al servicio de intereses particulares, ya sean personales o partidarios.

Su característica fundamental es utilizar todo el aparataje público para hacer aparecer estos intereses particulares como intereses colectivos en bien de las mayorías y, esencialmente, permanecer en el poder.

Las condiciones para la “infiltración intrigante” de la política suelen surgir cuando hay un vaciamiento ideológico de la política y las asociaciones partidarias son conducidas no por líderes  idealistas, sino que por camarillas de operadores  que viven de la política y no para la política, al decir de Max Weber. Su estilo es eminentemente utilitario y apunta a un objetivo exclusivo: resguardar los intereses que considera legítimos para su grupo. Estos operadores se especializan en construir redes de influencia para manipular y dominar  tanto dentro de sus asociaciones partidarias como fuera de ellas. Con este fin recurren al secretismo, a la manipulación de sus propios partidarios, a las presiones indebidas o, lisa y llanamente, al reclutamiento de ayudantes dispuestos a servirlos. La esfera pública es reemplazada por la esfera privada y la acción política al servicio del interés público se hace cada vez más escasa o tiende a desaparecer. El juego de la intriga y contraintriga infiltra sistemáticamente el modo de gobernar, y se maneja a la ciudadanía con la política de “pane e circo” como política de contención de conflictos sociales, tal cual lo describiera Niccolò Machiavelli cuando le daba consejos al príncipe para mantenerse en el poder.

[cita]La “infiltración intrigante” es la versión moderna de la mentira tradicional en la política, pues se transforma en un método de dominación ilegítimo al margen del rechazo o apoyo de la ciudadanía por sobre cualquier institucionalidad vigente sin tener que recurrir al choque frontal. Justamente en ello consiste su alta eficacia en todo tipo de regímenes: es silencioso, flexible, anónimo y por ello da lugar a la política “irresponsable” que no rinde cuentas a nadie.[/cita]

El caso Penta es producto genuino de este proceso de “infiltración intrigante” de la política chilena. La grotesca relación entre dinero y política sólo se pudo confirmar en su máxima expresión porque esta intriga fue develada, pues cuando las intrigas logran permanecer encubiertas, su accionar adopta la apariencia de normalidad y la mentira aparece como verdad.

Las alarmas se prenden si las instituciones no logran establecer la legalidad vigente y/o son permeables total o parcialmente a los bandos intrigantes que ahora han sido puestos en evidencia. Los efectos sobre la convivencia social en la cotidianeidad suelen ser corrosivos, ya que la subversión de los valores universales resultantes de la “infiltración intrigante”, tales como la honradez, la sana competencia, los méritos, la laboriosidad, el amor al país, se convierten en meros cascarones vacíos. Frente a este espectáculo, los ciudadanos optan usualmente por dos caminos: imitar a la élite intrigante y “aprovechar” sus ocasiones para beneficiarse a través del atajo, pues si no lo hicieran se sentirían estúpidos, o bien distanciarse de estos sectores para refugiarse en la vida privada en la ilusión de “salvarse” del contagio. Estas son señales preocupantes, pues representan una tendencia desorganizadora de la sociedad y dan espacio a lo que el sociólogo norteamericano Richard Sennett calificó como “escasez de respeto”, una situación donde, en el caso de la élite intrigante, les quita las bases al prestigio, al honor y al reconocimiento social ganados dignamente por la mayoría sobre la base de sus esfuerzos, profundizando aún más la desigualdad reinante en el país.

Los teóricos de la “intriga” (Utz, Pourroy, Von Matt, Fuld, Michalik) han definido este fenómeno como una “pelea secreta en tríada”, donde a menudo hay tres actores: el intrigante, el asistente, ya sea voluntario o involuntario, y las víctimas. Una intriga en política, y también en otras esferas, es una lucha secreta donde el intrigante decide combatir a sus enemigos sin que éstos lo sepan a ciencia cierta. Para ello utilizan a terceros como intermediarios (estén o no al tanto del secreto y los fines intrigantes), operando desde el mundo de las mentiras o ficciones, con el fin de alcanzar objetivos que de manera legal o formal nunca podrían conseguir. El “instrumentario intrigante” va desde  la mentira, la difamación, la burla, la deformación, el ocultamiento, el encubrimiento, la bagatelización de conflictos, la adulación interesada, el favoritismo, los escándalos infamatorios, el acoso laboral y/o de género, los despidos o traslados, la información tendenciosa y la utilización de información privilegiada hasta el estricto secretismo, entre muchos otros. Las intrigas se presentan como golpe de billar (multitáctica indirecta), golpe al talón de Aquiles (ataque directo y preciso) o bien como complot. Este último incluye a las dos primeras.

Cuando la intriga permanece encubierta, los roles tradicionales usualmente no cambian y el instigador intrigante logra sus objetivos o “premio intrigante” burlando todo tipo de reglas. Pero cuando la intriga, como en el caso Penta, logra ser descubierta, entonces la tríada se desordena y puede ser que las víctimas sean los ganadores, o bien que un intermediario asistente cambie de bando y se transforme en instigador de una contraintriga para sobrevivir el proceso, o bien que el “premio intrigante” vaya a parar a manos de personas no esperadas o incluso a manos del bando contrario.

La “infiltración intrigante” es la versión moderna de la mentira tradicional en la política, pues se transforma en un método de dominación ilegítimo al margen del rechazo o apoyo de la ciudadanía por sobre cualquier institucionalidad vigente sin tener que recurrir al choque frontal. Justamente en ello consiste su alta eficacia en todo tipo de regímenes: es silencioso, flexible, anónimo y por ello da lugar a la política “irresponsable” que no rinde cuentas a nadie.

La “infiltración intrigante” de la política chilena comenzó sistemáticamente en tiempos de dictadura y luego mutó hacia formas más sofisticadas durante el proceso de transición a la democracia hasta expandirse por todo el aparato de gobierno.  A partir de 1989 se inauguró el ejercicio de una suerte de política altamente favorable al mantenimiento de este fenómeno, que consistía en mentir de cara a la población. Se trataba de una especie de “contubernio a plena luz del día”, como lo describió el filósofo francés Alexander Koyré ya en 1945 en sus reflexiones sobre la mentira en la política. El doble estándar entre el discurso y la praxis política fue el sello principal de la “política de los acuerdos”: la derecha golpista se erigía en adalid de la recuperación democrática y de la superación de la pobreza a pesar de que todo el mundo sabía que habían sido colaboradores de la dictadura militar e impulsores de un  modelo económico ultraneoliberal que puso al Estado al servicio de los privados, y la Concertación ganaba votos con un discurso reformador de centroizquierda prometiendo justicia en todos los ámbitos, mientras consolidaba el proyecto económico pinochetista que gran parte de sus seguidores rechazaba, argumentando que era la única garantía de desarrollo para Chile. El proceso de convergencia de estos dos bloques políticos, por su parte, sentó las bases para acuerdos cupulares extrainstitucionales por sobre el Parlamento y el Congreso. Por otro lado, el fuerte presidencialismo generó las condiciones óptimas para la “pelea secreta en tríada” entre los mismos políticos, con el fin de conquistar los mayores grados de cercanía al o la presidente(a) y así poder granjearse de privilegios honoríficos y/o materiales. La expresión máxima de esta convergencia fue la disposición al “blanqueo” mutuo, para usar un concepto acuñado por Tomás Moulian en relación al atropello de los derechos humanos, pero ahora en casos de corrupción y de abusos empresariales. A esta conducta se le llamó “altura de miras” y aquellos que la practicaban se sentían como “hombres de Estado”.

Este modo de hacer política se realizaba de cara a la ciudadanía y utilizando los medios de comunicación modernos hasta que se fue borrando la línea entre la verdad y la mentira, quedando el espacio libre para lo que se conoció como “opinología” y que terminó por reemplazar a la verdad. Pero, como dice Hannah Arendt, la opinión es una manera de mentir y la verdad fáctica siempre se impone. La cuestión es cuándo y cómo.

La fuerza centrífuga de la macrointriga política ha logrado neutralizar hasta ahora cualquier conflicto social tendiente a criticarla, cooptando a sus dirigentes, fortaleciendo las políticas de contención y no de solución a las demandas sociales, lanzando amenazas soterradas, practicando un secretismo antidemocrático y simulando renovaciones políticas bajo otras denominaciones partidarias. El caso Penta es sólo una expresión, entre muchas otras, del proceso de “infiltración intrigante” que sufre la política chilena. El mayor riesgo consiste en que esta crisis caiga por su propio peso y no como producto de una acción democratizadora real desde la ciudadanía organizada y la rebelión de los poderes del Estado, porque de lo contrario esta infiltración volverá a mutar a nuevas ediciones de más de lo mismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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