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Penta: ¡aplaudir de pie!

Sebastián Claro
Por : Sebastián Claro Médico, Estudiante Doctorado en Ciencias Humanas, UACH.
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El 2014 se estrenó una sorprendente obra de teatro, cuyo dramaturgo y director es Pablo Larraín. Sorprende, porque este hijo de senador escribió una obra donde ataca despiadadamente a la elite chilena, incluidos los curas, los funcionarios del Estado, los empresarios y los “hijos de senador”.


Las noticias sobre los ilícitos de Lavín y Délano nos dan repulsión. No tanto por las prácticas que les permitieron enriquecerse… esto, en particular, nos da rabia e impotencia. Tampoco, porque en algunos días o semanas más, veremos cómo esta noticia se enfría, entra en un receso por vacaciones o termina en un Gran Acuerdo por la estabilidad del sistema “democrático” chileno. Nos da repulsión, por sobre todo, porque muchos políticos, los cuales no cabe duda que sabían muy bien de estas prácticas, se muestran sorprendidos.

¿Por qué se habla hoy de Penta y sus ilegales financiamientos de campañas? Porque un alto ejecutivo de este holding fue “tratado mal” y habló. Contó acerca de las prácticas que estaban naturalizadas, tanto para el enriquecimiento de los dueños de estas empresas como para el financiamiento de campañas políticas, lo que derivaba en otras prácticas más de enriquecimiento. Más allá de las dudas que se puedan tener acerca del curso de las demandas a Penta, una cosa queda clara: los Hugo Bravo de otras empresas pueden dormir tranquilos y, si quieren abultar sus sueldos, lo pueden exigir… es razonable dudar que sus jefes se decidan a despedirlos.

[cita]El 2014 se estrenó una sorprendente obra de teatro, cuyo dramaturgo y director es Pablo Larraín. Sorprende, porque este hijo de senador escribió una obra donde ataca despiadadamente a la elite chilena, incluidos los curas, los funcionarios del Estado, los empresarios y los “hijos de senador”. [/cita]

¿Se insinúa que otros holdings ejercían prácticas similares a Penta? No resulta muy aventurado sospecharlo. Pero, a falta de pruebas, no redundaremos en ello. Y, más importante, no es necesario acudir a estas ilegalidades para reconocer lo ilegítimo del sistema “democrático” chileno. También, a través de mecanismos legales, los poderes económicos han coaptado el sistema político. ¿Alguien cree que estos grupos económicos, aun con los recursos que destinan legalmente a campañas, no ejercen presión para que las leyes los favorezcan?

¿Hay solución a esto (súmese el financiamiento de “benefactores” extranjeros (a propósito de las acusaciones a Bachelet y, por partida doble, a Velasco)? Sí la hay y es «simple»: hacer que las “campañas políticas” sean campañas políticas. Esto es, que los recursos se utilicen para informar acerca de proyectos políticos, entregando más información para que los electores elijan el país en el que quieren vivir. El financiamiento completo debe ser del Estado, con gastos muy inferiores a lo que ya gastamos los chilenos en campañas que el Estado cofinancia con los privados, y que son ventas de productos desideologizados o, lo que es lo mismo, de la proclamada desideología-única (el gran triunfo de los tecnócratas, que abundan en todas las tiendas partidarias –sí, tiendas partidarias–). ¿Es posible que los elegidos con el actual sistema voten leyes en este sentido? El futuro se puede adivinar, pero no se puede clausurar.

Hace un tiempo se viene escuchando a algunos políticos afirmar que se debe volver al voto obligatorio; hasta se manifiesta “rabia” por los pocos jóvenes que votan… ¡caraduras! Mientras las campañas políticas sigan siendo una pasarela de candidatos con logos de sus financistas, aunque estén tapados por una sonrisa postmisa dominical (algunos de los cuales, más perversos, “desideologizados” y acaudalados, zurcen sus logos en candidatos variopintos), ¡la “fiesta de la democracia” no  es sino el “festín de la plutocracia”!

El 2014 se estrenó una sorprendente obra de teatro, cuyo dramaturgo y director es Pablo Larraín. Sorprende, porque este hijo de senador escribió una obra donde ataca despiadadamente a la elite chilena, incluidos los curas, los funcionarios del Estado, los empresarios y los “hijos de senador”.

Sorprende más aún, porque “Sandokán”, personaje, más que interpretado, corporizado por Roberto Farías, prorrumpe, durante y al finalizar la obra, en un sinfín de improperios al público, incriminándolo de cuico, total desconocedor de la vida de un vendedor de micro… luego, entre personaje y actor, afirma que la sociedad está “para la patá” y aclara que los “responsables” no son los Sandokán, sino la elite poderosa… sale del escenario, para no volver, acusando a los asistentes de haber votado a los políticos que nos gobiernan… y qué hace el público: aplaude enfervorizado y de pie… “¡qué buena actuación!”, y alguno habrá dicho “me sentí interpelado”.

Cae el telón y la sociedad continúa. A ratos, no queda claro si es el mundo en el cual vivimos, gozamos, soñamos, sufrimos y amamos, o es un espectáculo, montado y aplaudido por unos, soportado, sufrido y muerto, por otros. En este mundo-escenario, no vaya a ser que la podredumbre, desnudada en los últimos meses, de las prácticas de algunos empresarios y políticos, termine en un Gran Acuerdo, que también, como Acceso, la obra de Larraín, “interpela” y produce repulsión a muchos empresarios y políticos, pero que tras un suspiro, como autómatas ante el personaje que denuncia las propias miserias, hace sentir que no queda más que ponerse de pie y aplaudir enfervorizados, mirando para el lado, no vaya a ser que un descuido impida asistir a la próxima función.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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