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El discurso salvífico

Rodolfo Fortunatti
Por : Rodolfo Fortunatti Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Autor del libro "La Democracia Cristiana y el Crepúsculo del Chile Popular".
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Como en Italia, cuando el escándalo de Tangentopolis que condujo a centenares de políticos a la renuncia, a la cárcel, e incluso al suicidio, la premisa básica de este romance es que todos somos Penta y Soquimich, de lo cual se sigue, que todos debemos salir juntos del actual trance.


Un discurso salvífico recorre Chile, y no es el de la purificación y la iluminación, propio del actual tiempo de cuaresma, sino el del rescate de las instituciones políticas, de la estabilidad institucional y de la gobernabilidad democrática. Es el relato esgrimido en contra de los fiscales, de la magistratura y de la prensa, a quienes imputa haber elaborado un juicio contra la ciudad, contra la polis, contra el sistema, por desnudar los hechos de corrupción que corroen el régimen político.

Como en Italia, cuando el escándalo de Tangentopolis que condujo a centenares de políticos a la renuncia, a la cárcel, e incluso al suicidio, la premisa básica de este romance es que todos somos Penta y Soquimich, de lo cual se sigue, que todos debemos salir juntos del actual trance.

Hecho el enunciado, la alternativa de salida a la crisis de legitimidad que ofrece el discurso de salvación es un elaborado modelo ideológico y normativo. Ideológico, porque postula un fin deseable, cual es la recuperación del orden y de la paz social, perturbados, no por la venalidad corruptora y opresiva, sino por esta justicia del reality show que estarían representando los fiscales, especie de nuevos superhéroes de las audiencias populares. Normativa, porque propone como regla de comportamiento el empleo de procedimientos extra institucionales que aluden a la urgente necesidad de que entren en la escena de la crisis el liderazgo presidencial y la negociación política. Se trata pues de un modelo teórico de transversal aceptación y uso, que, sin embargo, puede ser abreviado y expresado en una sola fórmula: la razón de Estado.

Pese a que no fue Maquiavelo el que acuñó el término, cuya autoría se le atribuye a Giovanni Botero —Della ragion di stato, Venezia, 1589—, pertenece al florentino su moderno significado, introducido a través de un conocido pasaje de El Príncipe. Cuando en su obra cumbre Maquiavelo aconseja que «nunca faltarán razones legítimas a un príncipe para cohonestar la inobservancia de sus promesas», lo que está diciendo es que cualquier decisión política que busque proteger un interés público superior, aunque vulnere principios morales y de justicia, puede ser justificada como una acción justa y razonable.

El discurso salvífico pretende así que todos los medios empleados por el gobernante para desjudicializar la lucha contra la corrupción, serán legítimos si con ello consigue frenar sus mortales efectos sobre los políticos involucrados en actos ilícitos.

 

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