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Espíritu calvinista y campañas políticas

Rodolfo Fortunatti
Por : Rodolfo Fortunatti Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Autor del libro "La Democracia Cristiana y el Crepúsculo del Chile Popular".
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Aquí las finanzas y los negocios se viven a distancia. Las transacciones hechas en Santiago repercuten en Nueva York y Hong Kong, y las violaciones a los límites impuestos por los Estados y las democracias políticas, ahora convertidas en malas prácticas universales, movilizan mano a mano a la justicia de Buenos Aires, como a la de Washington y Paris.


El pastor protestante Juan Wherli ha dicho de Patricio Contesse, ex gerente de Soquimich comprometido en aportes ilegales a campañas políticas, que «él es hijo del rigor, del esfuerzo, de este estilo y manera de ser calvinista».

¿Qué quiso decir Wherli con esto del estilo y manera de ser calvinista?

En su clásica obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo el sociólogo alemán Max Weber afirma que el etos que da origen al nuevo modo de producción habría sido, por una parte, el ascetismo, práctica caracterizada por la honestidad, la prolijidad y el trabajo hecho con profesión —entendida ésta como creencia en una misión impuesta por Dios— y, por otra, la racionalización del obrar en la vida, que en la actividad económica se expresa como cálculo del capital y organización del trabajo.

La predestinación de los seres humanos a ocupar un lugar en el mundo según los designios divinos, y de realizar obras que comprueben la fe y acrecienten la gloria de Dios, habrían sido igualmente los principios éticos cruciales difundidos por Calvino en los albores del nuevo régimen. Luego, si el calvinismo puede ser considerado como la causa de todas las luchas religiosas y culturales de los países capitalistas, los presbiterianos deben ser vistos como la clave de bóveda de la reforma protestante.

Weber, que en 1905 comprobaba con resignación cómo estos valores se habían perdido en el tiempo, tal vez para siempre, anticipó sin embargo el proceso de racionalización del capitalismo y lo que hoy se conoce como neoliberalismo global, anunciando también su fatal desenlace: aquel que no asciende, desciende. Donde la garantía del ascenso y su coronación, más allá del lucro y la acumulación, es el control de todo el trabajo asociado, o sea, el poder político.

Aquí las finanzas y los negocios se viven a distancia. Las transacciones hechas en Santiago repercuten en Nueva York y Hong Kong, y las violaciones a los límites impuestos por los Estados y las democracias políticas, ahora convertidas en malas prácticas universales, movilizan mano a mano a la justicia de Buenos Aires, como a la de Washington y Paris.

La secularización de la vida social y económica ha podido penetrar a tal punto el quehacer de los partidos, sobre todo en aquellos de inspiración cristiana, que resulta una ironía la vacía aseveración de que nuestros valores y principios están más vigentes que nunca. Porque, así como el empresario burgués acabó apropiándose de los dogmas calvinistas, no sólo para justificar el afán de lucro, sino para convertirlo en norma, así mismo las advenedizas ideas de los actuales nuevos ricos buscan moralizar la cooptación de la política por los intereses privados, e incluso reconocerle el estado de gracia.

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