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El chivo rural Opinión

El chivo rural

Dicen que en esas ciudades intersticios entre el campo y la metrópoli, hay un dicho que reza “a galán rural boleteado, chivo expiatorio consumado”. Y es que nada molesta más en nuestro Chile clasista, que el jovencito ascendente que viaja diez veces a Nueva York.


El chivo, el macho joven de la cabra, era servido en holocausto, en un antiguo pueblo del actual Israel, rito mediante el cual se exculpaba a distintos sujetos a través de este sacrificio. Expiatorio viene del latín, expiatorius, y significa «antes de venerar ». Es en la Biblia donde encontramos la primera mención a este concepto-dual: en Levítico 16 :8, 10, 26, se describe un ritual en el que dos chivos eran sacrificados, el primero por el Sumo Sacerdote, y el segundo se hacía portador de todas las culpas del pueblo en cuestión, luego enviado al desierto de Judea con la intención de que lo recogiera Azazel, el Señor del Yermo, quien los libraría de sus pecados.

Por otro lado, lo rural es nuestro y lo del otro al mismo tiempo, a nivel nacional es nuestro orgullo tercermundista, a nivel de sociedad emprendedora y orgullosa portadora del timbre OCDE, es lo ajeno, la alteridad que no logra ser moderna aún.

Pero, usted dirá, “siempre el chivo ha de ser rural” y mucha razón portará en su corazón. “No va a existir un chivo en la urbe”, dirá usted. Sin embargo, desde la emergencia de la polis, se hizo costumbre el uso del chivo expiatorio, cada vez menos ritualizado, cada vez más traicionero; en las maquiavélicas formas de la política. Desde entonces que entendemos que el chivo expiatorio, aunque sigue teniendo la misma función, comienza a transformarse en una profesión útil para los desgraciados, una actividad propia de los que estando en el lugar correcto (el poder) son ellos los incorrectos, extranjeros en un mundo que no les pertenece. Son los ‘perros de paja’.

La historia política chilena está llena de migrantes provincianos que aterrizaron en la elite por accidentes que Dios no previó. Martín Rivas es su símbolo y héroe, es el primer “galán rural”. Hace no mucho tiempo un joven cumplió con éxito la ruta de Rivas: Francisco Javier Cuadra. Pero ese lugar de aterrizaje nunca dejará de ser hostil. Por eso, tan bien pavimentado se encuentra el camino entre el galán y el chivo rural.

Raya para la suma: es el chivo rural entonces, ajeno pero nuestro, el que es calificado a ratos como el “cabeza de turco” (dícese también del que se quiere culpabilizar por alguna acción, sirviendo de excusa al verdadero tirano) el que se mueve en una libertad controlada, recorre nuestros prados siempre sabiendo donde se encuentra y sin dejar de estar bajo la mirada atenta de un pastor sigiloso, que no descansa nunca en su intención de tenerle agua y comida a disposición, mientras el chivo tenga el prado ordenado y el pasto recortado, esta relación dependiente seguirá su curso. Será entonces cuando se termine la hierba para comer, que en Judea se instala como paisaje, el desierto hace su aparición y el chivo, con su mirada inocente, deberá maduramente asumir que su próxima parada es una reunión personal con Azazel.

Ya no habrá entonces un joven macho cabrío, solo expiaciones; no tendremos una Fiesta del Chivo, sino un festival televisivo, en que todos saben y se expresan sobre lo que pasa y el destino, salvo el pobre chivo que, sabiendo bien lo que ocurre, no le será permitido volver a emitir palabra. Al parecer los chivos están a punto de extinguirse, hay que cuidar de que no mueran sin una razón justa. Cada vez que aparece un chivo debajo de un naranjo, todos, absolutamente todos, sabemos que Azazel ya está preparando el café para una reunión que no será cancelada.

La paradoja social es tensa y complicada. Los ascendentes parecen un día los hijos adoptivos de los poderosos (Martín Rivas de nuevo), tienen forma de precandidatos presidenciales incluso, se consolidan como galanes desde su ruralidad Armani, pero un buen día el hijo vengativo de sus patriarcas cobra venganza y, con él, toda la elite se alinea para impedir que todos los galanes rurales del mundo puedan unirse y hacer un gran movimiento. Y entonces lo despedazan.

Dicen que en esas ciudades intersticios entre el campo y la metrópoli, hay un dicho que reza “a galán rural boleteado, chivo expiatorio consumado”. Y es que nada molesta más en nuestro Chile clasista, que el jovencito ascendente que viaja diez veces a Nueva York.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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