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Copa América: otro vestigio de la incesante colonización del fútbol por la política

Copa América: otro vestigio de la incesante colonización del fútbol por la política

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Más de alguien ya ha profesado alguna frase filosófica sobre su naturaleza táctica y estratégica: “El balompié es un deporte inteligente jugado por rotos, versus el tenis que es un deporte de idiotas practicado por ricos”. ¿Ello explicará su cada vez mayor colonización no solo por agentes políticos sino, como es cada vez más frecuente, por sectores pudientes, sea en su versión de practicantes o en su modo inversionistas? Allí están Berlusconi, Macri y Piñera para respondernos.


A inicios de la semana pasada, cuando todos presentíamos que la Copa América se tomaría la agenda nacional, desde la Fiscalía Oriente hubo un intento por remover nuevamente a Carlos Gajardo del caso SQM, situación avalada esta vez por la petición de la defensa de Jaime Orpis de excluirlo del caso que involucra al senador UDI, debido a las permanentes filtraciones cuyo origen, se supone, están en el desgarbado fiscal.

Un día antes de que se iniciara la participación de Chile en el torneo, una reunión cumbre entre Sabas Chahuán y Carlos Gajardo descomprimió el ambiente, llegándose a una solución intermedia que garantiza la permanencia del hombre estrella del Ministerio Público en el destacado caso. De haber resultado la operación impulsada desde la Fiscalía Oriente (seguramente con algún respaldo político), la separación de Gajardo habría pasado a un segundo plano, dado el ambiente futbolero hoy imperante y que cada cierto tiempo nos repite que “ahora sí que sí”.

El que el hecho se hubiese producido en vísperas del inicio del torneo y de la participación estelar de Chile, pudo ser visto como un nuevo aprovechamiento político de este popular deporte que permitiese al Gobierno recuperar  terreno perdido, tomar decisiones impopulares y salir del embotellamiento en que está la actividad hoy, debido a los casos de corrupción.

En paralelo  y en un claro síntoma de “hacer control de daños” e intentar mejorar su performance en las encuestas, el equipo comunicacional de La Moneda hizo un diseño para sacar a la Mandataria del conflicto y transformarla durante estos días en la hincha N° 1 de la selección –¿qué otro fanático podría ser captado por los medios a cada rato en primeros planos en el Nacional o luego del partido tener la exclusividad para fotografiarse junto a los ídolos locales y postear luego las imágenes del camarín chileno?–, mientras Burgos, Díaz y Cía., siguen poniendo la cara por las corruptelas, boletas y facturas falsas, coimas en la Comisión de Pesca y demases, que tienen a los chilenos hasta la tusa.

¿Qué otra cosa sino el fútbol explica la presentación, en medio del desarrollo del torneo, de uno de los más cuestionados proyectos en educación –“la desmunicipalización (o “la desalcaldización de la educación”, como la llaman funcionarios del Mineduc y profesores)– a un viciado Congreso?

Todo ello en medio de un país que está funcionando con su institucionalidad al límite –si es que nadie se enteró, por estos días se difundió la última encuesta Cadem donde Michelle Bachelet ya casi empata el récord de desaprobación de Piñera de 2011– y con el nombramiento de cargos decisivos de la administración aun en el limbo: Contralor General de la República, ministro secretario general de la Presidencia, presidente del Banco del Estado, indefinición en el nombre del nuevo Fiscal Nacional, la jefatura del SII en interinato (mientras se sacó de su cargo al subdirector jurídico que, tal como lo dijo un editorial, era el “único funcionario que abiertamente deseaba que se investigaran los ilícitos de financiamiento ilegal de la política”) y muchos subsecretarios e intendentes no confirmados.

[cita] Y de allí a la actual Copa América con “operaciones previas” como el intento de excluir al fiscal Gajardo de la investigación o el envío de proyectos muy discutibles a un Congreso sin credibilidad moral para legislar; en tanto, todos estamos atentos a las chispezas de Medel o a los escándalos periódicos de Arturo Vidal; con la reaparición pública de la Presidenta, lejos de la contingencia política y ahora en su versión hincha number one de la Roja. [/cita]

Todos estos hechos gatillaron nuevamente la pregunta sobre el uso político del deporte, y en particular del fútbol, y si estas maniobras eran otra de las singulares novedades de la actual administración o nuevas triquiñuelas e intentos de colonizar un deporte que, por su masividad, se transformó tempranamente en objeto de la intervención política. Por lo pronto, y pese a su continua baja en las encuestas, la Copa América le ha permitido dar un suspiro a un desestabilizado y errático Gobierno, lo que posibilitará, en la medida que la participación de Chile vaya en ascenso, ganar días, semanas y, tal vez, hasta un par de meses para retomar una agenda pública perdida desde que estalló el caso Penta y especialmente desde el 6 de febrero del presente año cuando, por medio de la revista Qué Pasa, los chilenos supimos del “Negocio Caval”.

El hombre lúdico

Desde que Johan Huizinga publicó su clásico Home ludens, sabemos que el juego desempeña una función humana tan esencial como la reflexión o el trabajo. Es más, ha sido clave en la génesis y desarrollo de la cultura, al punto que en la Antigüedad se lo consideró lo más serio de la vida humana (“la vida debe ser vivida, y hay que sacrificar, cantar y danzar jugando ciertos juegos para congraciarse a los dioses… y conseguir la victoria”).

Hoy el fútbol es el  juego que mejor interpreta nuestro ser e identidad colectiva. No por casualidad se lo denomina desde hace un buen tiempo el más popular de los deportes, versus otros de signo más bien elitista, como el tenis. Más de alguien ya ha profesado alguna frase filosófica sobre su naturaleza táctica y estratégica: “El balompié es un deporte inteligente jugado por rotos, versus el tenis que es un deporte de idiotas practicado por ricos”. ¿Ello explicará su cada vez mayor colonización no solo por agentes políticos sino, como es cada vez más frecuente, por sectores pudientes, sea en su versión de practicantes o en su modo inversionistas? Allí están Berlusconi, Macri y Piñera para respondernos.

De Mussolini a Pinochet, pasando por Franco

Desde que el fútbol se transformó, a inicios del siglo XX, en un pasatiempo que atraía  a las masas, mereció la atención del establishment político y surgió su permanente intento por colonizarlo y controlarlo. Ya tempranamente el fútbol fue objeto de disputas ideológicas y los fascistas, encabezados por Mussolini, hicieron uno de los mundiales más escandalosos en su intento por evidenciar, a través de él, la supremacía de su régimen totalitario y del Nazionale del Partito Fascista.

Aún se recuerda en el ambiente futbolero la descarada intervención del régimen en el partido entre italianos y españoles que dejó fuera de la competición a estos últimos o, aún más, el mensaje telegráfico que recibieron los jugadores de la azurra firmado por el mismo Duce y con la consigna de “Vencer o morir”.

Tal como nos relata Maximiliano Jara en Historia del secuestro de una pasión, no seguro de que su mensaje había sido captado en su integridad por los jugadores, Mussolini bajó a camarines antes del partido y les entregó sus últimas instrucciones: “Señores, si los checos son correctos, nosotros somos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar de prepotentes, el italiano debe darle un cazote y, el adversario, caer… Buena suerte, muchachos, si no crash”, frase que pronunciaba al mismo tiempo que su mano se ponía a la altura del cuello y simulaba un corte de cabeza.

Cuando al finalizar el primer tiempo el encuentro iba en cero, el Duce se preocupó nuevamente de hacerle llegar un mensaje al entrenador nacional: “Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que dios lo ayude si llega a fracasar”. EL DT reunió entonces a sus jugadores y transmitió su inquietud: “No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal”. Y los italianos, con la ayuda del juez sueco que antes del final cobró “un peligro de gol” en contra de los checos, finalmente ganaron… y se salvaron.

Por cierto, nadie superó a Hitler. Era 1938 y Alemania quería ser campeón del mundo. Se había ocupado Austria que contaba con el Wunderteam o equipo de ensueño. Para celebrar la anexión se jugó un partido entre ambas selecciones. Por supuesto que el encuentro debía ser favorable a Alemania. El crack austriaco Matthias Sindelar, de origen judío, quien comenzó ya mal el partido al no saludar con la mano alzada, permaneció gran parte del juego esquivando el gol. Pero llegó el fatídico minuto 70 en que descargó toda su rabia contra el portero germano, clavando el balón en la red. No contento con eso, recorrió todo el campo de juego celebrando la anotación y se detuvo en especial frente al palco de autoridades, donde improvisó un vals. Como era de esperar, el crack apareció luego asesinado junto a su joven esposa, cuya causa según el parte médico fue “la inhalación de gas”. Ese fue el final del mejor futbolista que alguna vez tuvo Austria.

Hitler contra el Dínamo de Kiev

En su disputa por el control total de Europa Hitler avanzó hacia oriente –también en búsqueda del codiciado petróleo para movilizar a su numeroso ejército– y llegó hasta el Cáucaso, alcanzando la ciudad de Kiev, famosa ya por su equipo, el FC Dínamo.

Kiev fue tomada los nazis en octubre de 1941 y, luego de su ocupación, masas de gentes sin destino deambulaban por las calles de la ciudad. Un panadero encontró entre los soldados vagabundos a varios astros del Dínamo que habían sido enviados al frente de batalla. Uno de ellos era Nikolai Truvesich, portero del equipo. Pronto se fue rescatando a varios otros jugadores, a quienes se les dio trabajo en la panadería que le salvó la vida al portero pero, a la vez, adquirieron el compromiso de formar un club de fútbol, el FC Star, que rápidamente se hizo famoso y llegó a transformarse en un problema para la ocupación.

El tema llegó a los oídos de Goebbels, quien sí mostraba interés por este popular deporte, y se pensó en “una solución final”, claro, eso sí, todavía dentro de la cancha. Fue así como se coordinó un partido final entre el FC Start y el Flakelf, famoso equipo formado por tropas de la Luftwaffe y que no había perdido nunca.

El encuentro de dos vueltas fue conocido literalmente como “el partido de la muerte”. Los panaderos vencieron a los aviadores en los primeros noventa minutos, lo que hizo que el segundo partido fuese decisivo. Mientras el equipo local descansaba de un agotador primer tiempo con tres goles de ventaja, los visitó un comandante alemán, quien les dijo “o se dejan ganar, o los fusilamos a todos”. Pero ocurrió todo lo contrario y los panaderos se encumbraron a un 5-3 final. Tanto fue el espectáculo, que Alexei Klimenko, astro del equipo, se dio el lujo de pasar rivales hasta llegar al arco, allí detenerse y devolver la pelota al mediocampo. La humillación de la invasión había sido igualada con la humillación alemana en el campo de juego. Por cierto, nueve de los once jugadores fueron arrestados y fusilados unos días después de la hazaña. En total murieron diez de ellos y dos lograron sobrevivir escondidos en las ruinas de la ciudad y pudieron contar la historia del club que humilló a los nazis.

De Kiev a Madrid

Octubre de 2014. Estoy de paso por Madrid y, a través de mi amigo Santos, puedo comprar entradas para ir a ver al Athletic de Bilbao –club con el que simpatizo desde adolescente (y aún más desde que lo dirigió Bielsa) por su impronta–, el que debía enfrentar ese fin de semana al Madrid en el Bernabéu. Llego a la galería norte y, para mi sorpresa, salvo mi amigo, no hay allí ningún madrileño, son turistas venidos desde los más recónditos lugares del planeta a ver al equipo de la casa blanca, que ya es un club de dimensión planetaria. Para mala suerte mía, los Leones de San Mamés parecen gatitos al lado de Cristiano Ronaldo, James, Marcelo, Kroos, Bale y otros.

Los merengues se despachan cinco goles que pudieron ser perfectamente ocho si no hubiese sido por el arquero del Athletic. Con cada gol, la pantalla gigante del Bernabeu se concentra en el autor del tanto e inmediatamente un locutor, como si fuera un espectáculo hollywoodense, repite su nombre que es coreado por toda la afición y luego se pone una estrofa de una pegajosa canción que dice “es el Madrid y nadie más y nadie más”. Le digo entonces a Santos: “Esto no es un partido de fútbol, es un espectáculo”. Claro que sí, aunque ello había comenzado más de medio siglo antes.

Se sabe el aislamiento que sufrió España durante la dictadura de Franco. Este, como buen megalómano, estaba obsesionado con sacar a la península de la soledad internacional y, conocedor como todos los hombres de su estirpe, del rol de los juegos de masas en el inconsciente colectivo, decidió hacer grande a Iberia a través del fútbol. Por cierto, no eligió a los colchoneros, muy exitosos por aquellos tiempos y con gran ascendencia popular, sino al Real Madrid, club de color blanco, los colores de la realeza.

Con el apoyo franquista, los merengues pudieron contratar a varios de los mejores jugadores de la época –Di Stefano, Puskas, Gento, Kopa– por sumas millonarias en un país hundido económicamente. Pero la decisión política tuvo éxito y el Real Madrid, ya desde la década del cincuenta del siglo pasado, se transforma en el mejor embajador del régimen, en desmedro de otros clubes como el Athletic de Bilbao o el Barcelona, que representaban los vestigios de la antigua república.

Los merengues de algún modo y aunque fuese, como hasta hoy, con un equipo lleno de extranjeros, representaban la primacía de lo castellano por sobre lo catalán (Barça) o lo vasco (Athletic Club) en una nación ahogada por el autoritarismo metropolitano. De hecho, el Madrid es hoy ya casi un club interplanetario que siempre generó la molestia de quienes pensábamos, no sin razón, que ellos eran el equipo de la dictadura frente al FC Barcelona que representó de algún modo la diferenciación, la España plurinacional y, por qué no, también a la república. No es casual entonces la frase de Sir Alex Ferguson en 2008, cuando –dirigiendo al Manchester United– sentenció: “Lo realmente obsceno de todo esto es que el Madrid, como club del general Franco, estaba acostumbrado, antes de que la democracia llegara a España, a conseguir a quien quería y hacer lo que le daba la gana”.

Del Madrid de Franco al Chile de Pinochet

En todo caso el concubinato fútbol-política no es una exclusividad solo europea, sino que ya tempranamente en América tuvo rápidas expresiones. Desde que Uruguay se transformó en campeón olímpico de fútbol en 1924 en París, triunfo que luego repitió en 1928 en Amsterdam, los gobiernos supieron sacarle provecho a la exaltación popular y nacional que provocaban once jugadores. De ahí en adelante todos los regímenes latinoamericanos intentaron emular a los uruguayos, no siempre con éxito: Gaspar Dutra en el Brasil de 1950, Frei y Allende en el Mundial de 1962 en Chile, la Guerra del Fútbol entre Honduras y El Salvador, Augusto Pinochet y la Junta de Militares de Argentina en 1978.

El Mundial de 1962 fue una verdadera disputa, entre los senadores Allende y Frei, por quién patrocinaba más el evento, lo que implicó proyectos de ley emblemáticos en vísperas de las elecciones de 1958 y 1964.

Como bien nos relata Daniel Matamala en un entretenido libro –1962, el Mito del Mundial de fútbol– es Eduardo Frei, a fines de 1957, en tiempos de la vieja república –cuando los parlamentarios solían colgarles a las leyes otras iniciativas con financiamiento–, quien en la aprobación de la Ley 12.462 introduce $1.200 millones anuales hasta 1962 para financiar los mundiales de basquetbol y fútbol. La ley llevará su nombre, pero la elección de 1958 la ganará Jorge Alessandri, de personalidad nada más ajena al futbol  y a quien le corresponderá inaugurar un mundial que nunca quiso.

Su escueto y frío discurso de inauguración del mundial evidenció esa característica. Aunque, el campeonato de selecciones, como tantas otras veces, fue usado por nuestra elite –tal como lo digo en el texto Rancagua, la sede (im)posible del Mundial del 62– como sinónimo de la incorporación de Chile a la modernidad. El Mundial de 1962 con la masificación de la televisión, el arribo de miles de turistas –solo para Rancagua se preveían 8.000, los que efectivamente llegaron, pero 53 años más tarde, en el partido entre Colombia y Venezuela y solo vinieron por el día– y de las selecciones participantes hacía que, por primera vez, la nación se hiciera universal en un planeta que iba ya camino de la globalización, y se pudiese mostrar Chile como un país moderno, lo que, pese a las críticas, efectivamente ocurrió. Sin embargo, el Chacal de Nahueltoro, un año más tarde, nos devolvería al subdesarrollo al que pertenecíamos.

Durante la realización del evento, Allende, producto de un compromiso que hace con los jugadores en caso de vencer a la Unión Soviética, les promete que intercederá ante Alessandri para que a cada jugador se le regale una casa. Leonel Sánchez diría más tarde: “Dicho y hecho: les ganamos 2-1 a los soviéticos con un gol de Eladio Rojas y otro mío de tiro libre. Entonces Allende le dijo a Alessandri, quien accedió encantado”. Allende no triunfa en 1964, pero se aprobó la Ley 14.882 que otorgaba a cada uno de los jugadores y cuerpo técnico de la selección un departamento en calle Encalada, en el Block 38 de la Villa Olímpica.

Colo-Colo atrasa un Golpe

Tal vez la frase sea un poco excesiva para lo que de verdad ocurrió. Lo que sí es cierto es que el equipo de Nef, Páez, Chamaco, Caszely, Ahumada y Véliz, dirigido por “El Zorro Álamos” (¿quién no se acuerda de su famosa frase: “Cuando Colo-Colo gana el té es más rico y la marraqueta más crujiente”?), trajo durante 1973 una sana alegría a un país  que se desangraba por lado y lado.

Allende, como buen olfateador, se hacía fotografiar permanentemente con el equipo albo cada vez que este sumaba un triunfo y se acuñó por entonces la cita de que “mientras Colo-Colo gane, Allende está seguro”… Y Colo-Colo perdió ante Independiente en un tercer partido definitorio y luego de haber sufrido las irregularidades de los arbitrajes que, por aquel tiempo, eran la orden del día. Y Allende cayó.

Ya tempranamente la dictadura militar dio muestras de su voluntad de utilizar el fútbol para sus fines, lo que tuvo una primera oportunidad de manifestarse con ocasión del repechaje entre la URSS y el seleccionado nacional. El primer partido jugado en Moscú y con un equipo chileno literalmente colgado del travesaño, terminó cero a cero y eso abrió la posibilidad de una definición en Santiago en el Estadio Nacional, por entonces campo de prisión del régimen. Esa fue la argumentación que emplearon los rusos para no venir: “No jugarían al fútbol en un recinto que ha sido utilizado sistemáticamente como campo de concentración” y Chile clasificó automáticamente. Chile iba al Mundial de 1974, pero la Junta no celebraría, pues “el rojo Caszely” fue acusado, debido a su expulsión, del fracaso en el Olímpico de Berlín.

Luego la Junta no tardó en intervenir a los dos principales clubes, Universidad de Chile y Colo-Colo, los que quedaron, cuándo no, bajo la dirección directa de militares –Gordon– o  de civiles adictos al régimen –Ambrosio Rodríguez–.

Más tarde, y cuando la presión internacional, en especial luego del asesinato de Orlando Letelier, hizo que recién la Junta definiera un itinerario y se preparara para enfrentar el escenario que se abriría con el plebiscito de 1980, el régimen decidió invertir una gran cantidad de recursos en el fútbol con el objetivo de mantener contentas a las masas. Hacia 1978 se hizo una gruesa inversión en clubes deportivos regionales. No es casual que, en torno a esas fechas, surgiera el O’Higgins que más recuerda la afición local, con una alineación que, hasta hoy, todos repetimos  de memoria: Leopoldo Vallejos, Luis Droguett, René Valenzuela, Santiago Gatica y René Serrano; en el medio, Nelson Acosta, Waldo Quiroz y Miguel Ángel Neira; y arriba, Mario Baesso, el Huaso Vargas y Patricio Romero o Eduardo Lima, y el “Guatón Santibañez” en la banca.

Pinochet usará el fútbol  siempre y es así como para las eliminatorias de 1978 se dejó intencionalmente fuera a Carlos Caszely, a quien el régimen no soportaba y no le perdonaba su actuación de cuatro años antes en Berlín. Chile quedará fuera del Mundial de Argentina, pero la venganza vendrá en 1982, justo cuando en el país se profundizaban los efectos de la recesión mundial producto de las medidas hiperideologizadas  de los Chicago Boys, y el fútbol nuevamente será objeto de uso político en su camino a España. Su clasificación y la cobertura periodística inédita de aquel Mundial, marcó la captura del fútbol por parte del régimen.

Con la Copa América de 1991 jugada en Chile, el primer Gobierno democrático buscó entregar una señal de normalización del país luego de la prolongada dictadura militar. Como ahora, también entonces se nos dijo que “ahora sí que sí y que Chile sería campeón” por primera vez –con Zamorano jugando en el Sevilla–, torneo que fue precedido por la obtención de la copa Libertadores por Colo-Colo, éxito internacional que el club no tenía desde el Gobierno de Allende. Algo así como “el cacique solo puede triunfar en democracia”.

Y de allí a la actual Copa América con “operaciones previas”, como el intento de excluir al fiscal Gajardo de la investigación o el envío de proyectos muy discutibles a un Congreso sin credibilidad moral para legislar; en tanto, todos estamos atentos a las chispezas de Medel o a los escándalos periódicos de Arturo Vidal; con la reaparición pública de la Presidenta, lejos de la contingencia política y ahora en su versión hincha number one  de la Roja. Todo ello mientras nuestra institucionalidad se cae a pedazos.

No hay comparación entre lo que hicieron Mussolini, Hitler o Franco con las maniobras de los actores públicos chilenos actuales, cuando intentan una y otra vez secuestrar esta pasión, pero el hecho es que fútbol y política han estado desde hace mucho tiempo imbricados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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