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Jovino y la caída del superhombre Opinión

Jovino y la caída del superhombre

Alberto Mayol
Por : Alberto Mayol Sociólogo y académico Universidad de Santiago
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Jovino ya no es el superhombre nietzscheano, no es el Príncipe de Maquiavelo, no es una versión más irrelevante, pero una versión, de Churchill, Stalin, Putin, Reagan o Thatcher. Es simplemente un enfermo que no puede recibir su formalización, un hombre que se ha vuelto débil y marchito en medio de un año aciago.


El día 22 de junio, en el Centro de Justicia, el Ministerio Público procedería a solicitar la formalización de Jovino Novoa. No fue posible. Razones de salud postergaron el momento. Muchos pensaron en la astucia de Jovino, pensaron que era otra forma de ganar tiempo. Y aunque la necesidad tiene cara de hereje, no es menos cierto que resulta imposible esa estrategia si pensamos en Novoa. La razón es simple: hay un solo criterio político para Jovino, un solo mensaje fundamental a dar al resto de los políticos, una sola forma de relacionarse con los ciudadanos (si acaso eso llega a ser relevante): el poder.

Jovino Novoa puede ser abogado, pero no le importa el sistema judicial. Su única ley es la política, de inicio a fin. Mientras todos buscaban mecanismos jurídicos y entregaban en el camino a los demás, Jovino simplemente guardó silencio y buscó los mecanismos que sustentaran el fin del problema. Alcanzó a tener beneficios de Impuestos Internos, hubo reuniones de personas de su órbita con el Gobierno de Michelle Bachelet. Mientras todos los imputados buscaban cómo declarar ante los fiscales, Jovino decidió seguir su camino, apostando al todo o nada. Y siempre bajo la misma ley: ser fuerte, ser poderoso, presionar hasta el final a otros involucrados, arrastrar a más y más miembros de la elite política, llevar consigo todo el poder de la UDI.

Jovino quería llegar al Centro de Justicia convertido en el superhombre nietzscheano, quería superar el sentido común, la norma, la humanidad; quería ser él mismo la ley. ¿Era su única alternativa judicial? No. Había decenas de alternativas.

[cita]Decir Jovino era, en la UDI y el empresariado, invocar un poder. Tutearlo no era un acto de cercanía, era un reconocimiento a su poder, a la excentricidad de su nombre que por varias generaciones, desde el siglo XIX, tuvo algo que ver con los destinos de Chile. Pero ese Jovino se ha extinguido. Queda detrás de ese nombre la aparición de otro ser, que también se llama Jovino, que surge como resultado de una resta, una merma. Y ese nuevo Jovino es un hombre enfermo al que hay que dar clemencia antes de que la pida.[/cita] 

Pero era la única forma en que Jovino asumía que seguiría siendo Jovino, seguro que no amado, pero al menos temido. Sin embargo, el mismo Jovino que había acusado a la investigación de ideológicamente falsa, el mismo que se había negado a declarar en razón al carácter supuestamente sesgado del proceso, el mismo que no había aceptado el concurso del sistema judicial para su caso, el mismo que había apostado a superar con su nombre la ley, de pronto se descompensa en el Centro de Justicia, manifiesta un estado de enfermedad cuyos síntomas (algunos al menos) se mantienen en reserva por la posibilidad de ofender al imputado en caso de comunicarlos.

Jovino ya no es el superhombre nietzscheano, no es el Príncipe de Maquiavelo, no es una versión más irrelevante, pero una versión, de Churchill, Stalin, Putin, Reagan o Thatcher. Es simplemente un enfermo que no puede recibir su formalización, un hombre que se ha vuelto débil y marchito en medio de un año aciago.

No, ya no es Jovino ese cuerpo donde la UDI construía su verdadera base de poder, que no es su sueño popular (Longueira), que no es el diseño político (Guzmán), sino que es la articulación de todo el poder, la capacidad de estar más cerca del punto central de todo el sistema político. La UDI ha sido la excentricidad que ha sido por esa articulación, por ser a la vez Constitución Política, modelo económico, redes políticas y discurso ideológico dominante. Y en ese proceso, el tejido y la alimentación de ese proceso tiene en Jovino a su administrador. Novoa no ha sido nunca un demiurgo político, como Guzmán. Pero ha sido un muro infranqueable para los enemigos y una estrategia certera de construcción de redes de poder.

Sin embargo, hace ya tiempo que la estrategia venía fallando: no en vano Piñera fue Presidente, no en vano la UDI se fracturó en su estrategia cuando Novoa y Longueira discutieron duramente, no en vano Délano y Lavín estuvieron en la cárcel (y quizás vuelvan), no en vano él mismo concurría ayer a su formalización. Pues bien, Jovino Novoa entró a su última batalla y no pudo librarla. No pudo esperar la formalización y declarar que todo era una conspiración, no pudo soportar la escena. Jovino perdió la resistencia, como todo su sector, como toda la elite, como toda la época que representa. Pasó de portar en sus manos un Zaratustra a recurrir al Sermón de la Montaña. Debilitado y enfermo, como Yeltsin en su decadencia, Jovino pide un paramédico y, aunque gana tiempo, pierde poder a pasos agigantados. Como Longueira después de su depresión, Jovino ha quedado fuera del juego.

Decir Jovino era, en la UDI y el empresariado, invocar un poder. Tutearlo no era un acto de cercanía, era un reconocimiento a su poder, a la excentricidad de su nombre que por varias generaciones, desde el siglo XIX, tuvo algo que ver con los destinos de Chile. Pero ese Jovino se ha extinguido. Queda detrás de ese nombre la aparición de otro ser, que también se llama Jovino, que surge como resultado de una resta, una merma. Y ese nuevo Jovino es un hombre enfermo al que hay que dar clemencia antes de que la pida.

Antes de la escena en el Centro de Justicia, la formalización era lo peor que podía pasarle a Jovino Novoa. Debilitado, ya sin estrategia válida y enfermo, la situación hoy es diferente. Ahora la formalización no es el final del camino, no es el final wagneriano, no es la denuncia de la gran conspiración. La tesis del superhombre se ha desvanecido. Ahora la formalización es solo el comienzo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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